Como les contamos hace un par de meses, el Día del Orgullo Primate es una iniciativa “para reivindicar nuestra pertenencia al grupo de los primates y nuestro origen evolutivo”. El grupo de apoyo creado en Facebook ha sumado más de mil fans y quisiéramos ser más.
No voy a repetir lo que dije en agosto, pero puedo agregar algo. Entre los que descreen de la evolución no hay sólo fundamentalistas, creyentes chiflados y brutos ignorantes. Hay muchas personas con una formación suficiente para comprender la teoría que la rechazan porque entra en conflicto con sus creencias o porque les choca a nivel instintivo. Y no son pocos los que además se dedican a desinformar sobre la evolución, incluyendo algunos que dicen aceptarla y sin embargo la adornan con peros y condicionales. Es fácil denunciar a los cristianos evangélicos literalistas, crasos y cerrados, pero no olvidemos que los católicos son tan creacionistas como aquellos, sólo que más sofisticados. (En realidad es incompatible creer en la teoría de la evolución, tal como la conocemos, y un Dios que tiene un Plan para Sus criaturas.)
El Día del Orgullo Primate se celebrará por primera vez este 24 de noviembre. ¡A informar y a festejar!
sábado, 30 de octubre de 2010
viernes, 29 de octubre de 2010
Néstor Kirchner, el impío
Me causó gracia y un poco de lástima el post que los desequilibrados ultracatólicos de Radio Cristiandad subieron ayer a escasas horas de la muerte del ex-presidente argentino Néstor Kirchner. Gracia porque la verdad, no estando en el poder, los católicos tradicionalistas son bastante ridículos, con sus latines y sus invocaciones constantes a seres imaginarios, su vocabulario decimonónico y su indignación ante casi todo lo que sale de su pequeño mundo. Y un poco de lástima porque no tienen razón.
Kirchner no fue un impío ni un “enemigo de la Iglesia”. Tampoco “fomentó, auspició y subvencionó a todos los anti-teos latinoamericanos”. Su legado es un enfrentamiento entre poderes políticos que deben compartir un espacio. El kirchnerismo jamás cuestionó la legitimidad profunda de la Iglesia Católica como estamento nacional. Incluso cuando un vicario castrense antisemita y pro-dictadura propuso tirar a un ministro de salud al mar con una piedra atada al cuello por fomentar la educación sexual, el enfrentamiento no pasó a mayores. Argentina, siete años y medio después del comienzo del kirchnerismo, sigue pagando jugosos sueldos a los obispos católicos, caso único de funcionarios de un estado soberano que son nombrados por otro estado, el cual además es una monarquía teocrática, con políticas opuestas a las nuestras en casi todos los aspectos y que no ha suscripto siquiera la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Ojalá Kirchner hubiera decidido ser un verdadero enemigo de la Iglesia, en el sentido de ponerla en el lugar de una organización no gubernamental como cualquier otra. A él se le puede dar el crédito de haber librado a Argentina del control de los organismos internacionales de crédito como el FMI y haber contribuido a la unidad latinoamericana contra las imposiciones económicas de los países centrales, como el ALCA. Ojalá su viuda, a quien le queda un año de gobierno y muy probablemente otros cuatro más si decide buscar la reelección, dé los pasos necesarios para librarnos de esa otra organización extranjera que hace dos siglos está enquistada en nuestras instituciones. Pero yo no apostaría mucho a que eso suceda.
Kirchner no fue un impío ni un “enemigo de la Iglesia”. Tampoco “fomentó, auspició y subvencionó a todos los anti-teos latinoamericanos”. Su legado es un enfrentamiento entre poderes políticos que deben compartir un espacio. El kirchnerismo jamás cuestionó la legitimidad profunda de la Iglesia Católica como estamento nacional. Incluso cuando un vicario castrense antisemita y pro-dictadura propuso tirar a un ministro de salud al mar con una piedra atada al cuello por fomentar la educación sexual, el enfrentamiento no pasó a mayores. Argentina, siete años y medio después del comienzo del kirchnerismo, sigue pagando jugosos sueldos a los obispos católicos, caso único de funcionarios de un estado soberano que son nombrados por otro estado, el cual además es una monarquía teocrática, con políticas opuestas a las nuestras en casi todos los aspectos y que no ha suscripto siquiera la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Ojalá Kirchner hubiera decidido ser un verdadero enemigo de la Iglesia, en el sentido de ponerla en el lugar de una organización no gubernamental como cualquier otra. A él se le puede dar el crédito de haber librado a Argentina del control de los organismos internacionales de crédito como el FMI y haber contribuido a la unidad latinoamericana contra las imposiciones económicas de los países centrales, como el ALCA. Ojalá su viuda, a quien le queda un año de gobierno y muy probablemente otros cuatro más si decide buscar la reelección, dé los pasos necesarios para librarnos de esa otra organización extranjera que hace dos siglos está enquistada en nuestras instituciones. Pero yo no apostaría mucho a que eso suceda.
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miércoles, 27 de octubre de 2010
Día de censo sin preguntas sobre religión (A211)
Hoy es el día del Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas en Argentina. Algo interesante sobre el Censo 2010 es que, además de preguntarle a la gente si pertenece a una etnia indígena o si es afrodescendiente, se van a censar correctamente por primera vez las familias homoparentales (antes una pareja homosexual con hijos a cargo se consideraba una especie de error, según entiendo). En esto debe haber habido una influencia importante de la reciente sanción de la ley de matrimonio igualitario, aunque imagino que la metodología del censo ya estaba decidida en julio pasado.
De relevancia para el asunto que nos toca habitualmente está el hecho de que el cuestionario censal no incluye el ítem religión. Esto ha sido así en Argentina desde 1960. En otros países se sigue preguntando al censado por sus creencias religiosas, y hay quienes quisieran que el censo argentino de 2010 hubiese vuelto a incorporar el tema, como los investigadores del CONICET que en 2008 realizaron la reveladora primera encuesta sobre creencias y actitudes religiosas en nuestro país.
Cuando trascendió que el censo incluiría —implícitamente— la orientación sexual de los individuos adultos que viven en pareja, hubo cierto debate al interior de la comunidad LGBT porque el dato es verdaderamente sensible. Yo me pregunto si el mismo debate debería ocurrir con respecto a la confesión y la práctica de la religión.
Desde el punto de vista del activismo, la visibilización es de una importancia primordial, pero hay individuos que pueden no desear volverse visibles. El censo es anónimo, por supuesto, pero en comunidades pequeñas el anonimato es muy relativo. La afiliación religiosa, además, es un dato mucho más ocultable que la orientación sexual (si uno vive en pareja); en un pueblo chico no hay muchas chances de que una pareja homosexual conviva sin que el asunto sea un secreto a voces, pero es bastante sencillo ocultar la condición de ateo, agnóstico o indiferente, excepto en casos muy especiales. Por no hablar de que es mucho menos complicado demostrar una vaga religiosidad que fingir activamente una orientación sexual opuesta a la propia. La perspectiva de tener que contestar a una pregunta sobre algo que verdaderamente nunca le hemos dicho a nadie puede ser aterradora. (Claro está que no hablo de los ateos militantes de las grandes ciudades, sino de los apóstatas y herejes variados que, estoy seguro, pueblan los rincones más insospechados de centenares de pueblos pequeños y conservadores en el interior del país.)
Las encuestas comunes, si están bien hechas, pueden darnos muchos datos útiles con un nivel de aproximación suficiente sobre cuántos argentinos practican qué religiones y con qué intensidad. No creo que haya necesidad de añadir otra pregunta sensible al cuestionario del próximo censo (que se hará en diez años, si este país aún existe para entonces). Lo que sí deberíamos pedir es que se haga algo con los datos ya conocidos. La Constitución Nacional sostiene, y el Estado financia jugosamente, un culto que la mayoría de los argentinos no practica. Somos mucho más diversos, religiosamente, que lo que éramos hace 50 años, cuando la pregunta sobre la fe fue eliminada del cuestionario del censo. En éste vamos a darle entidad oficial, por fin, a los descendientes de africanos, tanto tiempo negados por nuestra antropología vernácula, y a las parejas del mismo sexo, aún hoy negadas como familias por los cristianos de casi todas las sectas. Ya viene siendo hora que reafirmemos la otra diversidad, negada implícitamente por los que todavía hablan de Argentina como país católico y ofician ceremonias patrias, supuestamente inclusivas, a la sombra de palios episcopales o mantos de vírgenes y santos.
De relevancia para el asunto que nos toca habitualmente está el hecho de que el cuestionario censal no incluye el ítem religión. Esto ha sido así en Argentina desde 1960. En otros países se sigue preguntando al censado por sus creencias religiosas, y hay quienes quisieran que el censo argentino de 2010 hubiese vuelto a incorporar el tema, como los investigadores del CONICET que en 2008 realizaron la reveladora primera encuesta sobre creencias y actitudes religiosas en nuestro país.
Cuando trascendió que el censo incluiría —implícitamente— la orientación sexual de los individuos adultos que viven en pareja, hubo cierto debate al interior de la comunidad LGBT porque el dato es verdaderamente sensible. Yo me pregunto si el mismo debate debería ocurrir con respecto a la confesión y la práctica de la religión.
Desde el punto de vista del activismo, la visibilización es de una importancia primordial, pero hay individuos que pueden no desear volverse visibles. El censo es anónimo, por supuesto, pero en comunidades pequeñas el anonimato es muy relativo. La afiliación religiosa, además, es un dato mucho más ocultable que la orientación sexual (si uno vive en pareja); en un pueblo chico no hay muchas chances de que una pareja homosexual conviva sin que el asunto sea un secreto a voces, pero es bastante sencillo ocultar la condición de ateo, agnóstico o indiferente, excepto en casos muy especiales. Por no hablar de que es mucho menos complicado demostrar una vaga religiosidad que fingir activamente una orientación sexual opuesta a la propia. La perspectiva de tener que contestar a una pregunta sobre algo que verdaderamente nunca le hemos dicho a nadie puede ser aterradora. (Claro está que no hablo de los ateos militantes de las grandes ciudades, sino de los apóstatas y herejes variados que, estoy seguro, pueblan los rincones más insospechados de centenares de pueblos pequeños y conservadores en el interior del país.)
Las encuestas comunes, si están bien hechas, pueden darnos muchos datos útiles con un nivel de aproximación suficiente sobre cuántos argentinos practican qué religiones y con qué intensidad. No creo que haya necesidad de añadir otra pregunta sensible al cuestionario del próximo censo (que se hará en diez años, si este país aún existe para entonces). Lo que sí deberíamos pedir es que se haga algo con los datos ya conocidos. La Constitución Nacional sostiene, y el Estado financia jugosamente, un culto que la mayoría de los argentinos no practica. Somos mucho más diversos, religiosamente, que lo que éramos hace 50 años, cuando la pregunta sobre la fe fue eliminada del cuestionario del censo. En éste vamos a darle entidad oficial, por fin, a los descendientes de africanos, tanto tiempo negados por nuestra antropología vernácula, y a las parejas del mismo sexo, aún hoy negadas como familias por los cristianos de casi todas las sectas. Ya viene siendo hora que reafirmemos la otra diversidad, negada implícitamente por los que todavía hablan de Argentina como país católico y ofician ceremonias patrias, supuestamente inclusivas, a la sombra de palios episcopales o mantos de vírgenes y santos.
viernes, 22 de octubre de 2010
El ataque de las naranjas paraguayas (A210)
Queremos papá, mamá y un descapotable. |
Además están en contra de la Convención Iberoamericana de Derechos de los Jóvenes o Convenio de Badajoz (el texto puede descargarse en formato PDF), que el gobierno de Paraguay quiere firmar, porque los derechos en cuestión les impedirían a muchos buenos papás y mamás obligar a sus hijos a ser tan cerrados, prejuiciosos e infelices como ellos. En efecto, bajo esta convención los jóvenes de 15 años en adelante tendrían derecho a recibir educación sexual (la de verdad, no la católica), a explorar y seguir libremente cualquier orientación sexual, a formar una pareja y a tener una familia a su manera. Eso, claro está, no se puede permitir, porque desintegraría la sociedad, como hemos visto ocurrir trágicamente en las libertinas España y Holanda (por nombrar sólo dos ejemplos notorios), otrora países de pleno derecho, hoy reducidos a tierras de nadie asoladas por bandas nómades de prostitutas drogadictas comeniños y violadores homosexuales (no consagrados).
En ese sentido el diario ABC reproduce el dictamen imparcialísimo del Dr. Atilio Fariña, del Consorcio de Médicos Católicos, que denuncia que bajo este convenio los padres perderán la patria potestad y podrán desentenderse de sus hijos a los 15 años, y que estos tendrán libertad plena para tener novios mayores de su mismo sexo (“Simón Cazal [dirigente gay] parece que tiene un novio de 15 años”, afirma Fariña con plena confianza en sus
La Convención Iberoamericana de Derechos de los Jóvenes (CIDJ) no baja la mayoría de edad a los 15 años ni convierte a los jóvenes en adultos. La CIDJ simplemente reconoce la existencia de una franja de edades que se superpone con las de la niñez y la adultez, justamente un período difícil para cualquier miembro de la especie humana, y exige a los países signatarios reconocerles a esas personas (los jóvenes) ciertos derechos. Como tantos otros documentos, no agrega en realidad nada, sino que reafirma y detalla. Los derechos humanos no son exclusivamente para los adultos.
El único artículo de la CIDJ que me pareció complicado, en el sentido de poder provocar conflictos con la ley nacional paraguaya (o de cualquier otro país) es el nº 20:
Artículo 20. Derecho a la formación de una familia.
1. Los jóvenes tienen derecho a la libre elección de la pareja, a la vida en común y a la constitución del matrimonio dentro de un marco de igualdad de sus miembros, así como a la maternidad y paternidad responsables, y a la disolución de aquél de acuerdo a la capacidad civil establecida en la legislación interna de cada país.Entiendo que si última cláusula (“de acuerdo a la capacidad civil establecida en la legislación interna de cada país”) se extiende a todo el inciso 1, no debe haber problema, si bien la letra de la Convención sugiere que a los jóvenes se les debe permitir el matrimonio (sin consentimiento previo de los padres) incluso si son menores de edad.
Claramente, que se casen parejitas muy jóvenes no es lo que preocupa a los naranjitos, siempre y cuando uno de los dos miembros de la pareja tenga pene y el otro vagina (de nacimiento). Lo que no pueden tolerar es la pérdida de control de los padres y la relajación de los tabúes sociales sobre lo que los menores de edad tienen derecho a hacer con su cuerpo y su mente, inmaduros pero sexuados y activos.
Me gustaría, si hay algún lector paraguayo, conocer más detalles sobre la presencia mediática de estos proyectos de ley y de sus detractores. Aquí en Argentina la líder nacional de los naranjitos fue (es) la diputada evangélica pentecostal Cynthia Hotton, una persona tan ignorante y superficial que todos los programas “periodísticos” y “de interés general” la invitaron a exponer sus ideas. Y en mi ciudad, Rosario, la Dra. Verónica Baró Graf, que solía aparecer en TV dando consejos sobre sexualidad sin mencionar que antes que médica es una activista ultracatólica. No sé quién comenzó con el uso del color naranja: la plataforma local Red Familia Rosario la tomó de la nacional Argentinos por los Chicos, pero ignoro por qué el naranja, que es un color tan vivo y llamativo, fue elegido en lugar de algo más representativo, como el negro arratonado o algún tono pastel.
jueves, 21 de octubre de 2010
La carne de los dioses
“La raíz de toda religión es la alienación de las potencias que se encuentran en el interior de cada uno, la transformación de esas potencias en una hipóstasis, en dioses a los cuales pueda rendírseles culto. La carne de los dioses está hecha de la sangre de los hombres y lo que se le da a uno se le quita al otro.”
Michel Onfray, Cinismos. Retrato de los filósofos llamados perros. 1ª edición. Buenos Aires: Paidós, 2007. Pág. 154.
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martes, 19 de octubre de 2010
Todos están contra nosotros (A209)
Hace unos días que no escribo por falta de tiempo y sólo quería mencionarlo para que nadie crea que Alerta Religión se ha quedado mudo. Por fortuna para la continuidad de este blog, aunque por desgracia para todo lo demás, la locura religiosa sigue dando material. Y lo de hoy es una más de las ya habituales advertencias catastróficas del antimodernista y conspiranoico Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, Argentina. ¿A qué no saben…?
Ya lo he dicho antes pero lo voy a repetir un poco más fuerte: la tradición cultural argentina es una mierda. Nuestros valores más tradicionales y características sociales más persistentes incluyen el nacionalismo burdo, el machismo y el sexismo, el desprecio a las minorías sexuales, el chauvinismo étnico y el racismo, la justificación fácil de la corrupción política y de la violencia ideológica, una preocupante tendencia a apoyar gobiernos dictatoriales, y un oscurantismo general del cual el patético sometimiento a la jerarquía eclesiástica católica —enquistada en nuestras instituciones desde la época colonial— es sólo una pequeña parte. Si hay una conspiración global para que los argentinos seamos un poco menos de todas esas cosas que nos han caracterizado desde siempre, ¡bienvenida sea!
Estamos capacitados para progresar en todos estos temas sin ayuda del exterior. El juego que juega Aguer es peligroso, ya que coloca de un lado a los pretendidos argentinos de bien, conservadores y tradicionalistas, y del otro a argentinos que se han vendido o que están controlados por personas e ideas extranjeras. Este discurso ya lo hemos oído y sabemos que sus resultados, con un clima sociopolítico distinto, podrían ser violentos. Los individuos son más importantes que la cultura; cuando se prefiere mantener inmóvil la cultura a costa de desoír los pedidos de cambio de las personas —valorar la abstracción y al grupo más que a lo concreto y al individuo— se ha dado un paso hacia el totalitarismo.
“Hay una conspiración tendiente a homogeneizar el pensamiento y la conducta en el mundo entero y esto procede de los centros de poder mundial. Especialmente de los centros de poder político, sostenidos por los centros de poder financiero.”(Apostaría lo que fuera, aunque sería imposible comprobarlo, a que Aguer se detuvo justo, justito antes de que se le escapase añadir “y los judíos”.) La conspiración a la que se refiere buscaría “la intromisión de ideas totalmente ajenas a la tradición cultural de la Nación”, ideas que no son nuestras sino un “proyecto global de las Naciones Unidas” y detrás de las cuales hay “mucho dinero”.
Ya lo he dicho antes pero lo voy a repetir un poco más fuerte: la tradición cultural argentina es una mierda. Nuestros valores más tradicionales y características sociales más persistentes incluyen el nacionalismo burdo, el machismo y el sexismo, el desprecio a las minorías sexuales, el chauvinismo étnico y el racismo, la justificación fácil de la corrupción política y de la violencia ideológica, una preocupante tendencia a apoyar gobiernos dictatoriales, y un oscurantismo general del cual el patético sometimiento a la jerarquía eclesiástica católica —enquistada en nuestras instituciones desde la época colonial— es sólo una pequeña parte. Si hay una conspiración global para que los argentinos seamos un poco menos de todas esas cosas que nos han caracterizado desde siempre, ¡bienvenida sea!
Estamos capacitados para progresar en todos estos temas sin ayuda del exterior. El juego que juega Aguer es peligroso, ya que coloca de un lado a los pretendidos argentinos de bien, conservadores y tradicionalistas, y del otro a argentinos que se han vendido o que están controlados por personas e ideas extranjeras. Este discurso ya lo hemos oído y sabemos que sus resultados, con un clima sociopolítico distinto, podrían ser violentos. Los individuos son más importantes que la cultura; cuando se prefiere mantener inmóvil la cultura a costa de desoír los pedidos de cambio de las personas —valorar la abstracción y al grupo más que a lo concreto y al individuo— se ha dado un paso hacia el totalitarismo.
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jueves, 14 de octubre de 2010
El milagro chileno (A208)
A riesgo de perderme la oportunidad de subirme al púlpito, no voy a escribir una disertación sobre lo que increíblemente estúpido que es llamar a la operación de rescate de los mineros de Copiapó un “milagro” o atribuirle su éxito a Dios. Antes bien, y siguiendo el modelo pseudo-informativo de los grandes medios, citaré… a Twitter.
Entiendo perfectamente que mucha gente, criada desde pequeña en un hogar religioso, no sabe cómo expresar su alegría por algo extraordinario de una manera distinta que llamándolo “milagro” y atribuyéndoselo a la bondad de un dios. (También sé que para los políticos esas efusiones, generalmente falsas, son muy redituables.) No quiero reírme de nadie, mucho menos de los mineros que también agradecieron a su dios por haberlos sacado del fondo de la mina. Sí me molestan mucho los que aprovecharon esta ocasión para promocionar a este dios todopoderoso que está (ellos lo saben) de su lado, un dios que yo debo buscar y que soy un ignorante o un cerrado si no encuentro.
Me sorprendió gratamente (no diré que me emocionó porque no es cierto) la velocidad del operativo de rescate, su minuciosidad, su falta de dramatismo. No hubo accidentes (ni incidentes), no hubo demoras, nadie la pasó mal fuera del obvio cansancio y la expectativa. Los hombres y las máquinas funcionaron. Puedo entender a —y no me burlaré de— la gente que agradece a su dios por su buena suerte, su salud, su trabajo. Está más allá de mi comprensión que le agradezcan por una operación magistral en la que no se dejó nada librado al azar, en la que —pese a ser extraordinaria— no hubo nada inexplicable.
Me entristece que triunfos del espíritu humano y de la tecnología humana, perfeccionada a lo largo de siglos de esfuerzo, se supediten a la inescrutable voluntad de un dios al que no le importa que muchos otros trabajadores en Chile y en el mundo —incluyendo niños— mueran o queden inválidos todos los días bajo su mirada que todo lo abarca, sin que él haga absolutamente nada. Si ese dios existiera, sería un monstruo; menos mal que no creo en él.
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miércoles, 13 de octubre de 2010
La verdad duele
“A las personas que están claramente equivocadas siempre les va a parecer que el mundo entero es muy descortés con ellas.”
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sábado, 9 de octubre de 2010
Alerta Religión en Twitter: @alertareligion
¡Alerta Religión tiene cuenta en Twitter! Unos cuantos ya lo sabrán, pero el hecho es que hasta ahora hemos tenido pocos seguidores allí porque lo único que hacía @alertareligion era postear automáticamente links a los artículos de este blog que iban saliendo. La idea ahora es comenzar a transformarlo en algo un poco más activo, un alter ego de su autor que se dedique específicamente a la temática de la religión, el ateísmo, la fe y el pensamiento crítico. Quienes tengan usuario en Twitter están invitados a seguir a Alerta Religión allí y compartir comentarios cortos o hacer preguntas.
viernes, 8 de octubre de 2010
“Los ateos se suben al púlpito”
El sitio de “noticias” ForumLibertas publica un artículo de un tal Rosendo Melián Perera donde denuncia que los ateos nos hemos subido al púlpito, se pregunta socarronamente por qué la gente que no cree en Dios se la pasa hablando de Él, y se mofa de nuestro empeño por destruir al cristianismo, visto cómo éste ha sobrevivido tanto tiempo a pesar de las persecuciones. (Catholic.net se hace eco.) Cada uno de esos temas ameritaría un ensayo distinto, pero voy a tratar de condensar aquí una crítica breve.
Empezando por detrás: se puede aceptar que, efectivamente, el cristianismo en general y la Iglesia Católica en particular han sobrevivido a mucho, aunque en realidad su supervivencia nunca estuvo en peligro desde que Constantino decidió que su imperio seguiría la misma religión que la que él había elegido para usarla como instrumento político. Desde entonces la resistencia al poder eclesiástico ha sido muy limitada en la geografía y en el tiempo. Sólo en los totalitarismos comunistas ha encontrado rivales de importancia sobre territorios importantes. Cierto es que Francia y México tuvieron sus procesos de anticlericalismo feroz y laicidad estricta, pero la Iglesia no está hoy peor en Francia que en el resto de la secularizada Europa, y en México la laicidad estatal consagrada en la ley se mantiene como una isla solitaria en un mar de supersticiones católicas locales vigilado por una jerarquía de gran influencia sociopolítica que no muestra signos de debilitamiento. Cierto es también que la Iglesia sufrió persecución del bando republicano en España, pero luego se tomó venganza con creces, ayudada por el brazo secular de Franco, durante cuatro décadas de terror. La Iglesia Ortodoxa ha recuperado poder en Rusia, el catolicismo romano está ferozmente vivo en Polonia, y hasta en China sobrevive, estorbado en su difusión por su renuencia a hacer ciertos compromisos doctrinarios que en otros campos no le han movido un pelo a nadie. Los únicos lugares donde la Iglesia es perseguida seriamente hoy son aquellos donde compite con el islam.
Todo esto no significa que el cristianismo tenga garantizada la supervivencia durante dos mil años más. La amenaza que se cierne sobre él, y de la que el Papa ha tomado nota, es la progresiva expansión del relativismo cultural, de la globalización de las comunicaciones y del avance científico sobre áreas antes reservadas a la filosofía o la metafísica (y usurpadas por la teología). Este cóctel de conocimientos fácticos y ampliación de horizontes mentales no es letal ni contundente, sino sutil e insidioso. El anticlericalismo agresivo pasó de moda; ahora la Iglesia tiene que luchar contra un enemigo inocente, que ni siquiera se ha propuesto destruir la religión, sino que la ignora o la trata con indiferencia y descuido. La mayoría de los católicos ignora dogmas básicos de su propia religión, incumple distraídamente con las doctrinas que la jerarquía más machaca (¿cuántos se escandalizan hoy por el sexo prematrimonial o el uso de anticonceptivos?) y ni siquiera sigue las formas rituales.
En este contexto parecería inútil que los ateos, como quien dice, nos subiéramos al púlpito. Mi opinión es que, bien entendido lo que esto quiere decir, no está de más que sí lo hagamos. La figura del púlpito que emplea Melián Perera es de una cierta ironía: al burlarse de nosotros por proclamar con fuerza nuestras convicciones desde un sitio de superioridad moral, no parece darse cuenta de que es precisamente a ellos, los creyentes, a quienes les cabe la burla, por cuanto las convicciones religiosas se apoyan con frecuencia en hechos distorsionados o falsos sobre la naturaleza humana o el funcionamiento del universo, y esa apariencia de superioridad moral de los jerarcas y sus feligreses se desmorona al confrontarla con las atrocidades que su religión cobija y propicia. En efecto, es inmoral sugerir a un enfermo que abandone un remedio que funciona y adopte otro que no lo hace, es inmoral ocultar los crímenes cometidos por miembros de una organización para preservar la imagen de ésta, es inmoral tratar como pervertidos e inmorales a personas que simplemente tienen una orientación sexual diferente a la mayoritaria, es inmoral luchar contra la libertad de expresión y culto cuando uno es mayoría influyente mientras reclama esas mismas libertades donde está en minoría…
Los ateos no tenemos un púlpito. Si algún ateo se considera, sólo por serlo, moralmente superior a los creyentes y calificado para imponerles la misma infantilización, la misma supresión del pensamiento y de la crítica que el pastor cristiano impone sobre su rebaño, entonces ese ateo no ha aprendido la lección que todas las religiones nos ponen por delante. Es comprensible que muchos creyentes (y unos cuantos ateos también) vean chocante la forma de predicación de un Richard Dawkins o de un Christopher Hitchens. Estos mal llamados “nuevos ateos” están haciendo lo que antes casi nadie se había atrevido a hacer, que es tratar la religión como lo que es, un sistema de pensamiento más, una ideología, una mera opinión que no se hace automáticamente cierta ni más respetable por el hecho de ser sostenida por millones. Si creemos que existe la verdad objetiva y que podemos aproximarnos a ella, debemos cerrar los ojos a consideraciones sociopolíticas como la supuesta influencia beneficiosa de la religión en los pobres y desesperados, el respeto debido a las convicciones de millones de personas sencillas devotas, los siglos y siglos de tratados eruditos sobre Dios y demás cuestiones ajenas al asunto crucial, a lo que diferencia entre ateos y creyentes, que es la existencia de una divinidad de tales y cuales características que sustente y valide toda la estructura religiosa. Si Dios no existe, el poder de la religión sobre las mentes y cuerpos de sus fieles está basado en una mentira. No es tan difícil entender eso, ¿no?
Por otra parte la mayoría de los ateos estaríamos felices de dejar que los creyentes mantuvieran sus dioses, sus templos y su parafernalia ritual, siempre que no intentaran imponer sus ideas más desagradables al resto de la sociedad (y a sus propios hijos con ayuda del Estado). Desde este otro punto de vista, la cuestión de fondo (¿existe Dios y tiene un Plan para nosotros?) es irrelevante. Podemos ser agnósticos, podemos desentendernos de Dios y concentrarnos exclusivamente en mantener a raya a Sus seguidores más celosos, los que desean transformar doctrina en ley y dogma en verdad para todos.
Ahora bien, tanto si vamos al fondo del asunto teológico como si nos quedamos en las aguas superficiales de la correcta laicidad, tendremos que hablar de Dios, como ser hipótetico o como concepto, en un caso para destruir los cimientos de la religión y en el otro para plantear la inviabilidad de transformar la fe privada en guía para una sociedad plural. El estar en minoría nos obliga a ser reactivos. Y el ateo, el escéptico, la persona que no posee fe, ha estado en minoría por tanto tiempo que todo su discurso está impregnado, mal que le pese, de los conceptos del campo religioso. Tendríamos que reinventar la filosofía, reinventar nuestra lengua entera, para hablar contra el concepto de Dios sin hablar de Dios.
Un creyente que reconoce que los ateos damos a su dios la misma entidad que a los unicornios o al Yeti y se pregunta retóricamente por qué algunos le dedicamos nuestro tiempo a creencias que consideramos tan ridículas, no deja muchas alternativas: o es tonto, o cree que quien le lee es un tonto. El artículo que he criticado está casi vacío de argumentación, porque su autor la confunde con mera retórica. Si alguna vez llega el día en que la creencia masiva en animales mitológicos amenaza su libertad de pensamiento o expresión, espero verlo ahí junto a nosotros, los ateos, defendiendo la necesidad de criticar los sinsentidos de la fe y aislarlos en la esfera privada. Eso es todo lo que pedimos.
Empezando por detrás: se puede aceptar que, efectivamente, el cristianismo en general y la Iglesia Católica en particular han sobrevivido a mucho, aunque en realidad su supervivencia nunca estuvo en peligro desde que Constantino decidió que su imperio seguiría la misma religión que la que él había elegido para usarla como instrumento político. Desde entonces la resistencia al poder eclesiástico ha sido muy limitada en la geografía y en el tiempo. Sólo en los totalitarismos comunistas ha encontrado rivales de importancia sobre territorios importantes. Cierto es que Francia y México tuvieron sus procesos de anticlericalismo feroz y laicidad estricta, pero la Iglesia no está hoy peor en Francia que en el resto de la secularizada Europa, y en México la laicidad estatal consagrada en la ley se mantiene como una isla solitaria en un mar de supersticiones católicas locales vigilado por una jerarquía de gran influencia sociopolítica que no muestra signos de debilitamiento. Cierto es también que la Iglesia sufrió persecución del bando republicano en España, pero luego se tomó venganza con creces, ayudada por el brazo secular de Franco, durante cuatro décadas de terror. La Iglesia Ortodoxa ha recuperado poder en Rusia, el catolicismo romano está ferozmente vivo en Polonia, y hasta en China sobrevive, estorbado en su difusión por su renuencia a hacer ciertos compromisos doctrinarios que en otros campos no le han movido un pelo a nadie. Los únicos lugares donde la Iglesia es perseguida seriamente hoy son aquellos donde compite con el islam.
Todo esto no significa que el cristianismo tenga garantizada la supervivencia durante dos mil años más. La amenaza que se cierne sobre él, y de la que el Papa ha tomado nota, es la progresiva expansión del relativismo cultural, de la globalización de las comunicaciones y del avance científico sobre áreas antes reservadas a la filosofía o la metafísica (y usurpadas por la teología). Este cóctel de conocimientos fácticos y ampliación de horizontes mentales no es letal ni contundente, sino sutil e insidioso. El anticlericalismo agresivo pasó de moda; ahora la Iglesia tiene que luchar contra un enemigo inocente, que ni siquiera se ha propuesto destruir la religión, sino que la ignora o la trata con indiferencia y descuido. La mayoría de los católicos ignora dogmas básicos de su propia religión, incumple distraídamente con las doctrinas que la jerarquía más machaca (¿cuántos se escandalizan hoy por el sexo prematrimonial o el uso de anticonceptivos?) y ni siquiera sigue las formas rituales.
En este contexto parecería inútil que los ateos, como quien dice, nos subiéramos al púlpito. Mi opinión es que, bien entendido lo que esto quiere decir, no está de más que sí lo hagamos. La figura del púlpito que emplea Melián Perera es de una cierta ironía: al burlarse de nosotros por proclamar con fuerza nuestras convicciones desde un sitio de superioridad moral, no parece darse cuenta de que es precisamente a ellos, los creyentes, a quienes les cabe la burla, por cuanto las convicciones religiosas se apoyan con frecuencia en hechos distorsionados o falsos sobre la naturaleza humana o el funcionamiento del universo, y esa apariencia de superioridad moral de los jerarcas y sus feligreses se desmorona al confrontarla con las atrocidades que su religión cobija y propicia. En efecto, es inmoral sugerir a un enfermo que abandone un remedio que funciona y adopte otro que no lo hace, es inmoral ocultar los crímenes cometidos por miembros de una organización para preservar la imagen de ésta, es inmoral tratar como pervertidos e inmorales a personas que simplemente tienen una orientación sexual diferente a la mayoritaria, es inmoral luchar contra la libertad de expresión y culto cuando uno es mayoría influyente mientras reclama esas mismas libertades donde está en minoría…
Los ateos no tenemos un púlpito. Si algún ateo se considera, sólo por serlo, moralmente superior a los creyentes y calificado para imponerles la misma infantilización, la misma supresión del pensamiento y de la crítica que el pastor cristiano impone sobre su rebaño, entonces ese ateo no ha aprendido la lección que todas las religiones nos ponen por delante. Es comprensible que muchos creyentes (y unos cuantos ateos también) vean chocante la forma de predicación de un Richard Dawkins o de un Christopher Hitchens. Estos mal llamados “nuevos ateos” están haciendo lo que antes casi nadie se había atrevido a hacer, que es tratar la religión como lo que es, un sistema de pensamiento más, una ideología, una mera opinión que no se hace automáticamente cierta ni más respetable por el hecho de ser sostenida por millones. Si creemos que existe la verdad objetiva y que podemos aproximarnos a ella, debemos cerrar los ojos a consideraciones sociopolíticas como la supuesta influencia beneficiosa de la religión en los pobres y desesperados, el respeto debido a las convicciones de millones de personas sencillas devotas, los siglos y siglos de tratados eruditos sobre Dios y demás cuestiones ajenas al asunto crucial, a lo que diferencia entre ateos y creyentes, que es la existencia de una divinidad de tales y cuales características que sustente y valide toda la estructura religiosa. Si Dios no existe, el poder de la religión sobre las mentes y cuerpos de sus fieles está basado en una mentira. No es tan difícil entender eso, ¿no?
Por otra parte la mayoría de los ateos estaríamos felices de dejar que los creyentes mantuvieran sus dioses, sus templos y su parafernalia ritual, siempre que no intentaran imponer sus ideas más desagradables al resto de la sociedad (y a sus propios hijos con ayuda del Estado). Desde este otro punto de vista, la cuestión de fondo (¿existe Dios y tiene un Plan para nosotros?) es irrelevante. Podemos ser agnósticos, podemos desentendernos de Dios y concentrarnos exclusivamente en mantener a raya a Sus seguidores más celosos, los que desean transformar doctrina en ley y dogma en verdad para todos.
Ahora bien, tanto si vamos al fondo del asunto teológico como si nos quedamos en las aguas superficiales de la correcta laicidad, tendremos que hablar de Dios, como ser hipótetico o como concepto, en un caso para destruir los cimientos de la religión y en el otro para plantear la inviabilidad de transformar la fe privada en guía para una sociedad plural. El estar en minoría nos obliga a ser reactivos. Y el ateo, el escéptico, la persona que no posee fe, ha estado en minoría por tanto tiempo que todo su discurso está impregnado, mal que le pese, de los conceptos del campo religioso. Tendríamos que reinventar la filosofía, reinventar nuestra lengua entera, para hablar contra el concepto de Dios sin hablar de Dios.
Un creyente que reconoce que los ateos damos a su dios la misma entidad que a los unicornios o al Yeti y se pregunta retóricamente por qué algunos le dedicamos nuestro tiempo a creencias que consideramos tan ridículas, no deja muchas alternativas: o es tonto, o cree que quien le lee es un tonto. El artículo que he criticado está casi vacío de argumentación, porque su autor la confunde con mera retórica. Si alguna vez llega el día en que la creencia masiva en animales mitológicos amenaza su libertad de pensamiento o expresión, espero verlo ahí junto a nosotros, los ateos, defendiendo la necesidad de criticar los sinsentidos de la fe y aislarlos en la esfera privada. Eso es todo lo que pedimos.
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Pablo
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martes, 5 de octubre de 2010
La Iglesia contra el Premio Nobel de Medicina (A207)
A la Iglesia Católica no le gustó nada que el Premio Nobel de Medicina haya sido otorgado este año a Robert Edwards, pionero de la fecundación in vitro (el que posibilitó la venida al mundo del primer “bebé de probeta”). La maquinaria amarillista de ACI titula Nobel de medicina por in vitro alienta "mercado" de embriones humanos, mientras que la más mesurada Zenit transcribe las palabras textuales de Ignacio Carrasco de Paula, el funcionario vaticano que dirige la Pontificia Academia para la Vida, para quien el Nobel a Edwards, aunque no inmerecido, le produce “perplejidades”:
Más difícil es saber qué quiso decir con eso de que “la solución vendrá por otro camino menos caro y que ya se encuentra avanzado”. Las causas de la infertilidad son variadas y complejísimas y hasta donde sé no estamos cerca de corregirlas, pero quizá allá en el Vaticano se esté cocinando algo que no conocemos.
En La Revolución Naturalista hay un interesante tratamiento del tema donde se resalta que ésta es una de esas instancias de conflicto entre ciencia y religión, conflicto que más de uno ha querido negar con estupideces como “la fe y la razón son dos formas de ver el mundo” o lo de los magisterios no superpuestos. Yo añadiría que, si bien el tema pasa aquí por el almacenamiento y posible destrucción de embriones, en realidad la Iglesia Católica no aprueba la fecundación artificial de ninguna forma. La única forma admisible de concebir un hijo es el sexo entre marido y mujer.
Este dios católico tiene, entonces, rasgos de ludismo: aparentemente puede querer y desear la concepción de un ser humano sólo si se produce “naturalmente”. Si se hace con cualquier intermediario “artificial”, la fecundación deja de ser un acto creativo divino, signo del amor de los esposos y su apertura a la vida, etc. etc., para pasar a ser una operación fría e insensible o algo digno del Dr. Frankenstein. Este dios resulta bastante limitado, demasiado parecido a ideas humanas tradicionales (y equivocadas) de tipo romántico sobre la naturaleza, por no hablar de los prejuicios favorables de moda sobre “lo natural”. Si Dios quiere a Juan o a María, ¿por qué no puede quererlos concebidos a través de FIV? Y si no quiere que se produzcan concepciones a través de FIV, ¿por qué la naturaleza que Él creó no se resiste a esas fecundaciones?
Hay una larga historia de discusiones filosóficas sobre los límites entre naturaleza y cultura (incluyendo la ciencia y la técnica) que excede mis conocimientos; seguramente la teología también tendrá sus sofismas listos para contestar las preguntas retóricas que me he hecho arriba. Sigo creyendo que este asunto es una tormenta en un vaso de agua y que probablemente sea borrado discretamente de la doctrina católica oficial en cien o doscientos años, no sin causar bastante daño antes. Entretanto podemos celebrar que al Instituto Karolinska, como a la mayor parte de las instituciones científicas del mundo, no le importan un comino las protestas oscurantistas de ningún vocero de la Santa Sede.
¿Las perplejidades? Muchas: sin Edwards no se daría el mercado de los ovocitos; sin Edwards no habría congeladores llenos de embriones en espera de ser transferidos a un útero o, más probablemente, de ser utilizados para la investigación o de morir abandonados y olvidados por todos.Recordemos que para la retorcida mirada católica, un embrión o incluso un cigoto recién fecundado es un ser humano y una persona con tantos derechos como cualquiera de nosotros (hasta el punto en que algunos prefieren dejar morir a una mujer adulta antes que destruir a su embrión). Al hablar de un “mercado” y de usos para la investigación, Carrasco de Paula apela a dos factores de repugnancia comunes incluso a muchos no católicos: la transformación del ser humano en objeto y los horrores de la investigación en laboratorio con seres vivos (esto pese a que estos mismos que gesticulan desde lo alto de su torre de moralina son partícipes y beneficiarios felices de ambas cosas).
Diría que Edwards inauguró una casa pero abrió la puerta equivocada, pues apostó todo en la fecundación in vitro y permitió implícitamente el recurso a donaciones y compra-ventas que involucran a seres humanos. De este modo no ha modificado el marco patológico y el marco epidemiológico de la infertilidad. La solución a este grave problema vendrá por otro camino menos caro y que ya se encuentra avanzado. Es necesario tener paciencia y tener confianza en nuestros investigadores y médicos.
Más difícil es saber qué quiso decir con eso de que “la solución vendrá por otro camino menos caro y que ya se encuentra avanzado”. Las causas de la infertilidad son variadas y complejísimas y hasta donde sé no estamos cerca de corregirlas, pero quizá allá en el Vaticano se esté cocinando algo que no conocemos.
En La Revolución Naturalista hay un interesante tratamiento del tema donde se resalta que ésta es una de esas instancias de conflicto entre ciencia y religión, conflicto que más de uno ha querido negar con estupideces como “la fe y la razón son dos formas de ver el mundo” o lo de los magisterios no superpuestos. Yo añadiría que, si bien el tema pasa aquí por el almacenamiento y posible destrucción de embriones, en realidad la Iglesia Católica no aprueba la fecundación artificial de ninguna forma. La única forma admisible de concebir un hijo es el sexo entre marido y mujer.
Este dios católico tiene, entonces, rasgos de ludismo: aparentemente puede querer y desear la concepción de un ser humano sólo si se produce “naturalmente”. Si se hace con cualquier intermediario “artificial”, la fecundación deja de ser un acto creativo divino, signo del amor de los esposos y su apertura a la vida, etc. etc., para pasar a ser una operación fría e insensible o algo digno del Dr. Frankenstein. Este dios resulta bastante limitado, demasiado parecido a ideas humanas tradicionales (y equivocadas) de tipo romántico sobre la naturaleza, por no hablar de los prejuicios favorables de moda sobre “lo natural”. Si Dios quiere a Juan o a María, ¿por qué no puede quererlos concebidos a través de FIV? Y si no quiere que se produzcan concepciones a través de FIV, ¿por qué la naturaleza que Él creó no se resiste a esas fecundaciones?
Hay una larga historia de discusiones filosóficas sobre los límites entre naturaleza y cultura (incluyendo la ciencia y la técnica) que excede mis conocimientos; seguramente la teología también tendrá sus sofismas listos para contestar las preguntas retóricas que me he hecho arriba. Sigo creyendo que este asunto es una tormenta en un vaso de agua y que probablemente sea borrado discretamente de la doctrina católica oficial en cien o doscientos años, no sin causar bastante daño antes. Entretanto podemos celebrar que al Instituto Karolinska, como a la mayor parte de las instituciones científicas del mundo, no le importan un comino las protestas oscurantistas de ningún vocero de la Santa Sede.
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Pablo
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sábado, 2 de octubre de 2010
Stephen Fry contra la Iglesia Católica
Lo que sigue es la intervención de Stephen Fry en el debate auspiciado por Intelligence Squared donde se discutió la moción “La Iglesia Católica es una fuerza para el bien en el mundo” (ya vimos a Christopher Hitchens en este mismo debate). Son tres videos seguidos. La traducción es mía, con ayuda de Augusto Jacquier (en cuyo canal de YouTube están alojados todos los videos del susodicho debate en I²).
Por si no conocen a Fry, es comediante, actor, director y escritor; hizo el papel de Oscar Wilde en Wilde y actuó en V de Vendetta, en Alicia en el País de las Maravillas (como la voz del Gato de Cheshire), y unas cuantas películas más. Apareció como personaje invitado en Bones. Además es presentador de un programa de preguntas y respuestas, QI, que tiene la particularidad de que se otorga puntaje por lo interesante de las respuestas más que por lograr las correctas. Ha escrito cuatro novelas, obras de no ficción y guiones de teatro. Lo que se dice un hombre polifacético.
Por si no conocen a Fry, es comediante, actor, director y escritor; hizo el papel de Oscar Wilde en Wilde y actuó en V de Vendetta, en Alicia en el País de las Maravillas (como la voz del Gato de Cheshire), y unas cuantas películas más. Apareció como personaje invitado en Bones. Además es presentador de un programa de preguntas y respuestas, QI, que tiene la particularidad de que se otorga puntaje por lo interesante de las respuestas más que por lograr las correctas. Ha escrito cuatro novelas, obras de no ficción y guiones de teatro. Lo que se dice un hombre polifacético.
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