En pocas palabras:
- No es cierto que se hayan creado híbridos entre humanos y animales. Lo que se creó fueron embriones, presumiblemente de uno o más de los distintos tipos permitidos por la ley británica, que incluyen embriones humanos con pequeñas porciones de ADN provenientes de una especie animal.
- Los embriones producidos deben ser destruidos a los 14 días como máximo y no pueden ser implantados en humanos.
La Iglesia Católica se opone a la investigación médica con embriones, ya que —como sabemos— para el cristianismo un cigoto (una sola célula) tiene el mismo valor que una persona (un ser humano completo y viable). En particular se opone a la investigación con células madre embrionarias, porque ésta implica la destrucción del embrión; para desacreditarla, la prensa pseudomédica católica enfatiza que ninguna de las líneas de investigación con células madre embrionarias ha logrado resultados hasta ahora y que se puede lograr lo mismo, eventualmente, usando células madre provenientes del cordón umbilical (que no requieren enviar al cielo con Dios a preciosos embriones). Ambas cosas son verdades a medias, en tanto que ningún científico responsable ha dicho que las células madre vayan a ser una panacea instantánea (quizá pasen veinte años para que rinda fruto lo que se investiga hoy) y las células madre no embrionarias presentan problemas particulares para trabajar con ellas.
Como otras veces, la mentalidad esencialista se interpone entre la realidad y lo que reflejan los medios. No existe el “ADN humano”. La mayor parte del ADN que se encuentra en las células humanas es idéntico, o casi idéntico, al de los animales más cercanos a nosotros. De más está decir que eso no nos habilita a intercambiar alegremente genes entre especies, meter esa mezcla en un cigoto, implantarlo en un útero y ver qué sale; un mínimo de confianza en las leyes humanas y en la ciencia nos garantiza que nunca caeremos por esa pendiente resbaladiza a la que alude el ignorantísimo blogger de InfoCatólica (a menos que sea, precisamente, a causa de un “Dr. Moreau”, un individuo desequilibrado y amoral).
Un obvio corolario de la teoría de la evolución es que todos nuestros genes provienen de los animales de los que descendemos, con alteraciones mínimas o radicales. No provenimos de un molde único, con el que Dios nos formó y que luego rompió, sino de una receta biológica a la que la naturaleza ha ido agregando variaciones desde hace miles de millones de años. Experimentar con esa “receta” para buscar una variante más saludable no es inmoral en sí, mientras no olvidemos que el resultado final no es algo que podemos tirar a la basura. Pero está claro que a la Iglesia Católica no le importa lo moral ni el beneficio para los seres humanos: su preocupación principal es devolver a la ciencia, la filosofía y la ética a la prisión en que las mantuvo durante casi dos milenios.