miércoles, 12 de marzo de 2014

Por qué en los países católicos se reporta menos violencia contra la mujer

Sólo una pequeña nota, porque la arrogancia y la necesidad de justificarse de los católicos más bobos sobrepasa mi tolerancia. Aquí lo tienen a Juanjo Romero, Director Técnico de InfoCatólica y miembro de HazteOír (¡las 24 hs. del día trabajando para la regresión medieval!), diciendo que la violencia contra la mujer es menor en los países católicos. Se pregunta, es verdad, por qué, pero es retórico. Sus seguidores se amontonan en los comentarios para “explicar” que en los países protestantes todo vale (¡si hasta se divorcian!) y que —esto en respuesta a unos pocos comentaristas sensatos— el ateísmo afecta al sentido común.


En Latinoamérica, donde el catolicismo está mucho más vigente y menos secularizado que en Europa, las cifras de violencia contra la mujer (no comparables con las de las de Europa porque se trata de estudios con metodologías distintas) van de lo alarmante a lo horroroso: desde el 11,7% de mujeres dominicanas que afirmaron en 2007 haber sido víctimas de violencia sexual o física por parte de una pareja en el último año, hasta el 53,3% (sí, cincuenta y tres coma tres por ciento) de las mujeres bolivianas que afirmaron haber sido violentadas alguna vez en su vida (PDF).

Pero como Juanjo Romero ha dicho que el catolicismo hace que se trate mejor a las mujeres, habrá que mirar para otro lado. Los comentaristas ensayan variadas respuestas, pero la mejor de todas (la más reveladora) es esta gema de “sentido común”:

El ethos católico respecto a la moral sexual conlleva a lo apuntado. Cuando la mujer se hace respetar, se la respeta; cuando la mujer se convierte en reality show, pues...
Eso es lo que ocurre con esas mujeres francesas secularizadas, esas protestantes perdidas de Alemania, esas ateas escandinavas: no se hacen respetar; salen a buscar sexo por ahí y a competir con sus maridos por puestos de trabajo, pretenden que los padres cuiden a los niños y laven los platos mientras ellas salen a la calle (¡y no para ir a misa, no!). Es como si pidieran a gritos que las insulten, las golpeen o las violen por ahí. Es de sentido común, como dice este otro cuadrúpedo:
La respuesta esta que los paises Catolicos veneran a una mujer como madre de Cristo, madre de Dios, en cambio los protestantes odian a Maria, luego las conclusiones son claras
Fuente: sentido comun
Para terminar con esta ridiculez, me limitaré a citar lo que dice el mismo reporte:
“Las diferencias entre países pueden deberse a una serie de factores, así como las diferencias en los índices de victimización, entre otros: si es aceptable desde el punto de vista cultural hablar con otras personas sobre las experiencias de violencia contra la mujer, incluidos los entrevistadores; y la posibilidad de que una mayor igualdad de género en un país podría conducir a unos niveles más elevados de divulgación de información sobre la violencia contra la mujer, dado que los incidentes se podrían abordar más abiertamente y combatir en sociedades con mayor igualdad.”
Menos autofelicitarse, entonces. Pero ¿qué se puede esperar de gente que cree que “cállate y sé sumisa” es un buen consejo para una mujer?

lunes, 17 de febrero de 2014

Esos derechos humanos ajenos a la Iglesia

El pasado miércoles 5 de febrero el Comité de los Derechos del Niño de la Organización de las Naciones Unidas emitió un durísimo comunicado sobre la inacción del Vaticano ante los abusos sexuales cometidos por sacerdotes de la Iglesia Católica sobre niños a su cuidado y ocultados sistemáticamente por las autoridades de la misma.


El informe criticaba además la promoción, por parte de la Iglesia, de la discriminación a los homosexuales y de los roles de género rígidos, y su rechazo (con graves consecuencias) al reconocimiento del derecho a la anticoncepción y el aborto. Estas cuestiones quedaron, no obstante, opacadas por el tema de la pederastia sacerdotal, su encubrimiento y las medidas (no) tomadas para prevenirlo, ante el cual las autoridades eclesiásticas convocadas por la ONU a declarar respondieron con evasivas.

En un artículo publicado en el diario argentino Infobae, la periodista Claudia Peiró señala algo airadamente este hecho, haciendo suyas las palabras del vaticanista Sandro Magister al notar que el informe consta de 16 páginas y “a la pedofilia el documento llega en la página 9”. El resto parece, según Peiró, “la agenda de lo que ciertos grupos esperan que haga la Iglesia”, entre los que incluye “grandes ONG de derechos humanos”.

El tono que se puede percibir es de velada indignación, como si la ONU o las “grandes ONG de derechos humanos” no tuvieran derecho alguno a pedirle a una institución poderosa e influyente a lo largo del mundo que deje de infringir los derechos humanos. A la Iglesia se le puede reclamar por el abuso sexual de niños (pero con respeto, eh, y teniendo en cuenta que el papa actual es nuevo e inocente y no sabía nada de todo eso y además ¡es tan humilde…!) pero no por el abuso psicológico que representa decirle a millones de niños y jóvenes, cada día, que si les gusta una persona del mismo sexo tienen una enfermedad o que sus padres del mismo sexo no son una verdadera familia; se le puede reclamar (¡pero es cosa del pasado, mejor olvidémosla pronto!) que reconozca que durante décadas les quitó sus hijos a mujeres solteras o las tuvo virtualmente presas y en condiciones de trabajo esclavo, pero no se le puede reclamar por su actual propaganda en favor del modelo de mujer que sólo es moral si pasa de ser virgen a ser esposa sumisa y madre abnegada, con prescindencia de su salud mental y física; se le puede pedir a la Iglesia, en fin (¡pero amablemente!) que haga algún gesto por sus delitos más horrendos del pasado, pero no que cambie sus políticas que hacen daño hoy. Porque esas políticas, si hablamos de la Iglesia Católica, se llaman “doctrinas”, o “la Tradición”, o “las enseñanzas de la Iglesia”, y como tales son intocables.

Así lo dice Peiró:
Todo el tono del documento recuerda a la forma en que, tras la renuncia de Benedicto XVI y aun antes de la elección de Jorge Bergoglio, diversos analistas y lobistas, por lo general ajenos a la Iglesia, iban marcando la agenda de "modernización" que el nuevo Papa debería encarar.
(El énfasis es mío.) En algún punto de su nota a Peiró se le olvidó explicar por qué los que somos “ajenos a la Iglesia” no podemos “marcar agenda”, o hablando con propiedad, criticar y reclamar cambios. En buena parte del planeta es bastante difícil, si no imposible, ser verdaderamente “ajeno a la Iglesia”, porque la Iglesia gerencia las escuelas donde van nuestros hijos, pulula en los hospitales donde vamos a tratarnos, preside algunos de los eventos más importantes de la vida social, y tiene siempre un asiento libre en la mesa de los políticos que hacen nuestras leyes.

¡Qué más quisieran muchas mujeres, imposibilitadas de acceder a anticonceptivos hormonales y a la posibilidad de interrumpir un embarazo no deseado, ser “ajenas a la Iglesia”! ¡Cuántas personas que sufren terribles dolores por enfermedades terminales quisieran que la Iglesia fuera “ajena” a las leyes que les impiden acabar sus vidas dignamente! Pero la Iglesia se llama a sí misma Católica, que significa Universal, precisamente porque su objetivo es no ser ajena a nadie ni a ningún asunto en el mundo.

Esta pretensión de universalidad es la que pone en colisión a la Iglesia Católica con casi cualquier organización de derechos humanos que se precie de su nombre, ya que el catolicismo institucional ha estado y está en conflicto con casi todos esos derechos. La idea de los “magisterios no superpuestos” (non-overlapping magisteria, NOMA) con que Stephen J. Gould pretendió separar las competencias de la religión y la ciencia para negar su conflicto es tan falaz como su contraparte en el campo de lo político.

La Iglesia hace política. Los organismos de derechos humanos pueden muy bien “hacer doctrina”.

sábado, 15 de febrero de 2014

No les creemos

El embajador del Vaticano en la ONU, Silvano Tomasi (izquierda) antes de su comparecencia en ante el Comité de los Derechos del Niño. / FABRICE COFFRINI (AFP)

Sara Oviedo, Vicepresidenta del Comité de Derechos del Niño de la ONU, sobre la audiencia de los representantes del Vaticano ante el Comité para responder por los abusos sexuales a niños. Entrevista en el diario El País, 14 de febrero de 2014:
«La comparencia de ese día fue una suerte de sainete. Ellos plantearon que es un hecho que hay pederastas, que están muy avergonzados y que están haciendo una serie de medidas para evitarlo. (…) Nosotros insistíamos en conocer casos concretos y en decirles medidas que se deberían hacer. Ellos decían que sí, que hay que hacer cosas, pero no hechos concretos. No entregaron una lista de sacerdotes sacados del sacerdocio por pederastia. Como resumen, yo no les creo. O están haciendo muy poco o no están haciendo. (…)

»Yo advertí mucho miedo, la inseguridad propia de quien es cogido en falta y de quien sabe que está defendiendo lo indefendible. (…)

»Yo no creo que hayan mentido. Sí creo, como dicen, que están preocupados y que han tomado tibias medidas, pero el problema es ése, que creo que lo hacen para contentarnos y para que bajemos la presión. Usaron esa forma ambigua tratando de que nosotros cayéramos en el juego y que al final les dijéramos: “Qué bien que están pensando en todo eso y gracias”. Pero no caímos, les dijimos claramente que no les creíamos, con diplomacia y en buen ambiente, sin gritos: “No les creemos, no se ve lo que hacen. Las víctimas siguen esperando respuestas”

viernes, 14 de febrero de 2014

Abortofobia y zapatitos de bebé

«Un nuevo “delito” está a punto de ser inventado: la “abortofobia”», leo en un portal de noticias cuyo lema reza “Buscando la Verdad” (así con mayúsculas). La bajada del tremebundo titular se indigna: «Francia condena a un ciudadano de 84 años por dar un par de zapatitos de bebé a una mujer embarazada». El portal se llama Aleteia, es católico y la noticia me llega vía InfoCatólica. Ah, suspira el lector, eso explica todo.

Como los católicos mienten pero no inventan tanto (obispos defensores de pederastas aparte), trato de desentrañar qué hay de cierto. Resulta que un tal Xavier Dor, activista “pro-vida” que a sus 84 años no se ha cansado aún de joder la vida al prójimo, fue declarado culpable de interferir con la decisión de una mujer de interrumpir su embarazo. Dor irrumpió, según parece, en una clínica donde se practican abortos, donde nada tenía que hacer, para “ofrecer” sus ideas sobre el aborto (reforzadas con un par de zapatitos alusivos al ”bebé”, que probablemente no era más que un embrión del tamaño de una castaña de cajú) a quienes se encontraban esperando su turno. La ley que lo condenó castiga precisamente esta clase de presión psicológica sobre mujeres que con frecuencia se encuentran muy vulnerables a la presión en ese preciso momento. Roberta Sciamplicotti, la cronista, lo explica así:
El paladín de los derechos de los abortistas parece ser Francia, donde la ley Weil, de 1975, creó el “delito” de obstrucción del aborto”. Quien comete ese “delito”, el de obstaculizar el aborto, puede ser considerado un “abortofóbico”.
Naturalmente, la última frase es de su cosecha, al igual que las comillas en torno a la palabra “delito”. Lo que la ley penaliza es delito, sin comillas.
Una nueva medida legal propuesta en Francia, contraria a quien está contra el aborto, incluye dos artículos de extraordinaria gravedad: el primero altera la ley actual, que ya permite el aborto para las mujeres “en situación de dificultad”. (…) Aún así, el texto será alterado y la nueva ley dirá que el aborto está permitido para las mujeres “que no desean llevar a cabo el embarazo a término”. (…)

La segunda alteración en la legislación francesa prohíbe obstaculizar el aborto no sólo físicamente, lo que ya estaba en vigor, sino también psicológicamente. La lectura de los trabajos preparatorios revela que la intención del legislador es prohibir que en los hospitales las mujeres sean informadas sobre las alternativas al aborto; prohibir, también, que los voluntarios de los centros de apoyo a la vida circulen por los hospitales; y prohibir, incluso, aun fuera o en la proximidades de los hospitales que haya protestas o divulgación de informaciones pro-vida a las mujeres.
Es seguro que la ley no propone “prohibir que en los hospitales las mujeres sean informadas sobre las alternativas al aborto”. La única alternativa al aborto es el curso natural de la gestación y eventualmente el parto, y las mujeres ya la conocen.

Es debatible si en un estado de derecho se puede prohibir la protesta o la divulgación de “informaciones” (pasemos por alto la exactitud de esa información y el interés detrás de su divulgación) en torno a determinados lugares, sin infringir inadmisiblemente las libertades ciudadanas. Mucho menos debatible es que en el interior de un hospital se prohíba la circulación de personas dedicadas a convencer a las pacientes de que la labor del hospital es inmoral y criminal, proclamando que la intervención que la paciente desea realizarse tiene efectos secundarios terribles o buscando que renuncien a ella con promesas de asistencia material (para dar un ejemplo). Si las “informaciones” que los “pro-vida” reparten en sus giras por hospitales y en sus protestas callejeras es la misma que circula en sus sitios web y en sus materiales para consumo interno, uno debe preguntarse si el legislador no debería ser incluso más duro en la prohibición.

¿Y quién es Xavier Dor, el pobre anciano multado por dar un simple par de zapatitos a una mujer que quería asesinar a su bebé? Dice la Wikipedia en francés que Xavier Dor es uno de los iniciadores de los “comandos anti-aborto” y que al mando de su organización SOS Touts-Petits solía irrumpir, hace años, en hospitales y clínicas (incluyendo áreas restringidas de los mismos), para montar un espectáculo piadoso, rezando en voz alta hasta que la policía se lo llevaba. Los susodichos “comandos” estuvieron muy activos entre 1987 y 1995, y obtuvieron explícito apoyo de la jerarquía de la Iglesia Católica, que se preocupó de remarcar su carácter “no violento”.

Violento o no violento, y aunque sea un ancianito con un par de zapatitos de bebé, Xavier Dor es la clase de persona que la ley debe mantener alejada de decisiones que no le conciernen. Cuando más pronto dejemos de tolerar a los intolerantes como estas pandillas de luchadores contra los derechos de los demás, mejor.

martes, 11 de febrero de 2014

El sufrimiento es una oportunidad

Un poster “motivacional” de la American Life League (ALL), una ONG católica dedicada a quitarle a la gente la libertad de morir dignamente (entre otras cosas):

EL SUFRIMIENTO ES UNA OPORTUNIDAD LLENA DE GRACIA DE PARTICIPAR EN LA PASIÓN DE JESUCRISTO. LA EUTANASIA [NOS] ROBA EGOÍSTAMENTE ESA OPORTUNIDAD.

EL SUFRIMIENTO ES UNA OPORTUNIDAD
LLENA DE GRACIA DE PARTICIPAR
EN LA PASIÓN DE JESUCRISTO.
LA EUTANASIA [NOS] ROBA
EGOÍSTAMENTE ESA OPORTUNIDAD.

ALL no sólo buscar obstaculizar el derecho humano a una muerte digna y sin sufrimiento innecesario. Contra la práctica del “testamento vital” y las “directivas anticipadas” (requerimientos de una persona contra el encarnizamiento terapéutico y la preservación de la vida más allá de cierto punto), ALL promueve algo llamado “loving testament” o “testamento de amor” que no es más que un pedido explícito de prolongar el sufrimiento y la continuidad de los procesos biológicos sin límite, y aconseja:
Nunca firmes una tarjeta de donante de órganos o una directiva anticipada (incluso de una organización pro-vida) que autorice que se tomen tus órganos vitales para trasplante.
Esto es tan malo, o peor, que la negativa a la muerte digna: es un consejo basado en una fantasía mórbida que alimenta el que quizá sea el más enraizado de los miedos del público con respecto al trasplante de órganos, el de ser despojado de partes del propio cuerpo mientras uno todavía está vivo. Lo primero es promover el sufrimiento propio; sobre eso, además, privar a quien lo necesita de un órgano vital. La religión lo envenena todo.

lunes, 10 de febrero de 2014

Ya vuelvo


¡Hola a todos! Volví de vacaciones hace más de dos semanas pero, como habrán podido ver, no he publicado nada desde entonces. Entre las olas de calor que han azotado mi lugar de residencia, más la vuelta (¡ay!) al trabajo, más la placentera tarea de seleccionar y editar mis fotos del viaje, no he tenido mucha cabeza para ponerme a pensar en Alerta Religión. Sólo quiero decir que espero remediar eso muy pronto. ¡Saludos!

sábado, 11 de enero de 2014

Libertad para impedir

Estoy oficialmente de vacaciones pero no quería dejar olvidada esta noticia. Algunos quizá sepan del gran lío que se le armó a Barack Obama cuando quiso que se aprobara su paquete de salud pública (rápidamente bautizado Obamacare). Una parte de la oposición se centró específicamente en la obligación legal, de parte de todos los empleadores, de ofrecer a sus empleados un seguro que cubriese servicios de salud reproductiva.

Al contrario de lo que sus detractores más alucinados proclaman, Obama no es un criptocomunista decidido a instaurar una dictadura cuasi-soviética en su país, y la ley incluía un compromiso por el cual quedan exentas de esta obligación las organizaciones religiosas en sentido estricto. Vale decir: si un templo de una religión que se opone a la anticoncepción o al aborto tiene empleados, el empleador puede ampararse en este hecho para no ofrecer un plan de salud que incluya esas prácticas.

Manifestantes católicos pidiendo libertad para poder privar de sus derechos a otras personas.
Manifestantes católicos pidiendo libertad para poder privar de sus derechos a otras personas.

En un mundo donde las religiones se dedicaran a enseñar o predicar doctrinas y servir como puntos de reunión o de ritos compartidos, eso debería haber bastado. Pero ocurre que las grandes religiones nunca son realmente eso; son organizaciones que edifican estructuras de poder muy similares a las corporaciones empresarias. La Iglesia Católica, particularmente, regentea un sinnúmero de escuelas, universidades, institutos de investigación e incluso hospitales, además de muchas ONGs y fachadas varias anotadas como “sin fines de lucro”. Las parroquias en sí son una pequeñísima parte de su estructura; la exención legal no les bastaba. ¿Se imaginan a una escuela católica pagándole a sus maestras un plan de salud con el cual tuvieran acceso a la píldora?

Las ONGs católicas, entonces, solicitaron ser exceptuadas de ese punto del Obamacare. Y lo lograron: en la víspera de Año Nuevo, la jueza de la Corte Suprema Sonia Sotomayor les otorgó una suspensión temporal (hasta que la Corte escuche y decida sobre el caso, lo cual puede tomar tiempo). Lo único que tiene que hacer una ONG religiosa para negarle a sus empleados el acceso a la salud reproductiva a su costa es llenar un formulario. El formulario autoriza a la empresa de seguros de salud a prestar el servicio por su cuenta, sin que el empleador pague ni se entere siquiera.

Hasta aquí, una historia más de la ruindad de la Iglesia Católica. ¡Pero hay más! Enterados de la medida de Sotomayor, unas adorables monjitas han presentado una demanda… contra el llenado del formulario que les permite quedar exentas de la ley. Completar el formulario, dicen, es una violación de su libertad religiosa, porque firmarlo equivale a facilitar que se provean anticonceptivos.

Desde el punto de vista de las monjas, tienen razón, claro, aunque cabe preguntarse por qué no van más lejos: idealmente, deberían dejar de pagar impuestos al gobierno de Obama, o trabajar ellas mismas en vez de tomar empleados formalmente, o tomar sólo empleados y empleadas que no vayan a necesitar jamás servicios de salud reproductiva (mujeres postmenopáusicas y poco más, supongo), o ir a hacer su tarea a un lugar más respetuoso de su “libertad religiosa” (hay muchísimos lugares así, aunque afortunadamente no tantos). Mantener estrictamente la moral católica de todo un grupo de personas mientras se monta una organización legal en un país moderno es, como se dice en Estados Unidos, pretender quedarse con la torta y a la vez comérsela.

En último término, la razón por la cual las ONGs católicas no quieren llenar el dichoso formulario no pasa por su “libertad religiosa”, sino por el objetivo real, que siempre ha sido claro, de quitarle a todas las personas posibles el acceso a la salud reproductiva. Si una organización puede negarse a ofrecer un seguro de salud con cobertura de anticoncepción y aborto y además no tiene que llenar un formulario autorizando a las aseguradoras a ofrecer estos servicios por su cuenta, el resultado es que el empleado no puede acceder a ellos ni como parte del seguro de su empleador ni por fuera de éste: sólo puede hacerlo privadamente, abonando los costos completos, que pueden ser prohibitivos (el costo de la salud en Estados Unidos es el más caro del mundo por lejos).

Ofrecer una mano y terminar dando hasta el codo: tal es el resultado de conceder a las organizaciones religiosas privilegios que no merecen.

martes, 7 de enero de 2014

La laicidad es un problema para el psiquiatra


Quiero terminar aquí con mi serie de posts sobre la laicidad inicialmente motivados por la ridícula idea de que hay una ola de “cristianofobia” en Occidente, según el sacerdote chileno Raúl Hasbún, que la ve venir en su país de la mano de las medidas del programa de gobierno de la presidente electa Michelle Bachelet.

El cura venía hablando de un par de medidas laicistas tomadas en Europa, y seguía:
También en EE.UU. surgen o se incrementan restricciones a la libertad religiosa en espacios o acontecimientos públicos, no obstante la expresa referencia de los Padres fundadores al Dios bíblico y cristiano.
Como ya dijimos, y como sabe cualquiera que estudie un poco la historia religioso-política de los inicios de Estados Unidos, los Padres Fundadores eran cristianos para la tribuna, en su mayoría deístas. Creyentes, pero cristianos bíblicamente ortodoxos, y convencidos de la necesidad de separar el funcionamiento del estado de las doctrinas religiosas. De cualquier manera, las dos proposiciones contrastadas por Hasbún no se siguen una de otra: ninguna sociedad es estática ni le debe respeto eterno a las doctrinas de sus pioneros.
¿La coartada? Tutelar el respeto a la libertad religiosa de los que no creen, o creen en un Dios diferente. Paradojalmente, con esta coartada se coarta la libertad religiosa de la abrumadora mayoría de los que creen en Cristo o en el Dios de la Biblia: “guarden su fe para su casa o sus sacristías”.
Antes de hablar de esta “coartada” (una coartada es una excusa para cubrirse de un crimen; ¿cree Hasbún que la tolerancia de las religiones minoritarias y del ateísmo son crímenes?), recordemos desde qué ideología piensa Hasbún en la libertad.

El concepto de “libertad religiosa” era ajeno a la Iglesia Católica hasta, por lo menos, fines del siglo XIX. A diferencia de nuestra ley secular, la del dios cristiano no diferencia entre pensamientos y acciones, ya que, siendo omnisciente, puede leer los primeros tanto como (pre)ver las segundas; por lo tanto, para la Iglesia no existe la libertad para creer de manera incorrecta. Tal cosa sería como aducir libertad para cometer un delito. Lo que tenemos es el libre albedrío para actuar mal, pero para la doctrina católica, eso es un mal uso de una libertad, que es una facultad dada por Dios que se orienta, propiamente, a la obediencia a Su voluntad. (En términos orwellianos: la libertad es esclavitud y el resultado de emplear mal la libertad de pensamiento es thoughtcrime, un crimen mental.)

Todo esto viene a cuenta de que, cuando un sacerdote habla de “libertad religiosa”, lo que sigue es sofisma: puro engaño y confusión destinado a justificar la imposición del catolicismo (en nombre de su libertad) por sobre otras creencias.

Lamentablemente para Hasbún, hay algo en lo que puede tener razón. El cristianismo es una fe evangélica. No existe un cristianismo “privado”, que se practique sólo en casa o en la iglesia. Siendo honestos, muy pocos de nosotros aceptaríamos practicar nuestras convicciones bajo un régimen tan estricto. Sin embargo, la mayoría sí aceptamos que forzar nuestra ideología sobre los demás, en un espacio que es de todos, es incorrecto. Casi cualquiera criticaría duramente a un maestro de escuela que llegara a clase y pusiera sobre el escritorio una bandera con la hoz y el martillo, o que antes de comenzar rezara y obligara a sus alumnos a rezarle a un retrato de Sun-Myung Moon. Hasbún estaría de acuerdo, pero la comparación con su caso le parecería insultante, porque todos sabemos que el comunismo es una mera ideología y el reverendo Moon un sectario farsante, mientras que (¡obviamente!) la Iglesia Católica es la custodia de la Única Religión Verdadera® y además los católicos son mayoría, cosa que “democráticamente” les da el derecho de olvidarse de las creencias de la minoría.

El catolicismo actual prácticamente requiere expresiones públicas, ostentosas, de fe: procesiones, exhibición de íconos, fiestas populares, Jornadas Mundiales de la Juventud, misas multitudinarias. Nada de esto está amenazada por la introducción de leyes laicistas como las que propone Bachelet o por fallos judiciales como los estadounidenses, en tanto se trata de usos legítimos del espacio público, más allá de la cuestión incidental y contingente del apoyo estatal (ya que cuando hay que pagar por transporte, alojamiento y seguridad de cientos de miles de peregrinos la Iglesia siempre recuerda súbitamente que es pobre y no puede costearse tales gastos).

Otra cuestión es la intromisión de la fe en la vida de terceros en lugares públicos custodiados por el estado: por ejemplo, resulta inadmisible la presencia de imágenes sagradas, espacios de culto exclusivos y sacerdotes o religiosas en los hospitales públicos, en las cortes o juzgados, en las escuelas estatales. Si el estado es laico, debe permanecer escrupulosamente neutral. Aquí no hay blancos y negros absolutos, sino un amplio espectro de grises, pero en él no cabe un estado de “laicidad positiva” como el propuesto por Sarkozy, que es un estado complaciente con la religión. Un estado que no da privilegios a ninguna religión por sobre otra, pero distingue la religión por sobre otras formas de expresión ideológica, es un estado confesional (pluriconfesional, multicultural), no un estado laico.

Hasbún termina calificando de “problema de siquiatría” al apoyo a la laicidad. Creo que la historia ya ha demostrado que los problemas de mezclar poder estatal y poder religioso (o pseudorreligioso, basado en postulados dogmáticos y en la obediencia ciega a una fe) superan ampliamente los dilemas que se plantean al legislador al intentar garantizar la libertad religiosa de todos los ciudadanos sin dar privilegios a ninguno. Si estamos locos por no querer que ciertas doctrinas funestas e irracionales se metan en nuestras leyes y que sus símbolos “marquen territorio” invadiendo el espacio público, nuestra locura es más cuerda que la cordura de Hasbún.

sábado, 4 de enero de 2014

La laicidad del estado vs. las “raíces cristianas”

Algo más sobre aquel tema de la “cristianofobia” que el cura chileno Raúl Hasbún denunciaba, apuntando a ciertas medidas laicistas del plan de gobierno de Michelle Bachelet. Más bien, algo sobre por qué Hasbún arguye (y quizá cree) que la laicidad es irracional.
Hoy tiende a configurarse, en los mundos que se dicen “desarrollados”, una fobia contra el ejercicio público de la fe cristiana. Lo irracional y anormal de esta fobia radica en que surge precisamente en culturas que tienen, en el cristianismo, su raíz y sustento fundacional.
Hasbún ya explicó antes lo que es una fobia de una manera que deja en claro que no entiende, o no quiere entender, lo que es una fobia. La exhibición pública de la religión —como cualquier exhibición pública— puede causar disgusto en algunas personas o puede disparar en ellas ciertos prejuicios, pero es poco probable que sea una verdadera fobia. (En este sentido, claro está, deberíamos moderar severamente el uso de la palabra “homofobia”. Una persona que odia a los homosexuales no tiene una fobia.) Por ejemplo, a mí me provocó cierta vez una gran pena teñida de asco ver niños marchando en una procesión antiabortista con un sacerdote al frente; eso no significa que yo tenga fobia a los curas ni a los católicos antiabortistas, ya que puedo muy bien acercarme a ellos, hablarles y hasta discutir, si viniera al caso.

Pero lo que Hasbún quiere decir es que no tiene sentido (o sea, no tiene razón lógica) que las personas de una cultura con raíces cristianas rechacen la exhibición pública de la fe cristiana. Implícitamente, además, Hasbún proclama que atacar al cristianismo es atacar las mismas bases de la civilización (su “sustento fundacional”). Aquí no puedo dejar de recordar que la palabra “fundamentalismo” significa precisamente aquella actitud que defiende Hasbún, vale decir, la de volver a los valores “básicos”, supuestamente originales, de la religión.

Ahora bien, ¿por qué estamos obligados a conformarnos con nuestras “raíces”? ¿Por qué no —siguiendo la metáfora vegetal— permitir que nuestra cultura eche ramas, florezca, se cruce con otras y fructifique produciendo algo mejor? ¿Por qué es mejor la endogamia cultural, el cierre total a esa hibridación de civilizaciones que ha sido la marca de las naciones y los imperios más prósperos?

Y pasando a las metáforas arquitectónicas ahora: si el cristianismo es de hecho el sustento de nuestra civilización y nuestra identidad, ¿cómo podemos abandonarlo? Y si lo abandonamos, ¿por qué no se desmorona toda nuestra sociedad? Naturalmente, ésta es la advertencia pseudoprofética de todos los conservadores, religiosos o no, de la historia: si dejamos de lado nuestros valores (nuestros prejuicios, nuestro provincianismo, nuestro dogma…) veremos cómo la sociedad se derrumba. Eso decían los paganos que acusaban a los cristianos de “ateísmo” por no adorar a los dioses “correctos”. Y es precisamente la razón por la cual Sócrates, corruptor de los jóvenes atenienses (porque les hacía cuestionar las supersticiones de la ciudad), fue obligado a beber la cicuta.

Mucho más cercanamente, esa misma predicción apocalíptica era emitida por los que favorecían la esclavitud, los privilegios de la nobleza y otras formas de estratificación social, contra un igualitarismo que supuestamente llevaría a una mezcolanza corrosiva del orden; es la misma que vociferaban los que defendían la segregación racial, despertando miedos de cruces entre personas “superiores” e “inferiores”; la misma que hoy mismo se escucha en los países musulmanes contra la igualdad entre hombres y mujeres; la misma que en Argentina oímos cuando el estado tomó el lugar de la Iglesia en la educación, la misma que proclamó que los matrimonios civiles —oficiados por el estado en vez de la Única Iglesia Verdadera— acarrearían la destrucción de la familia, y que repitió lo mismo cuando se abolió la distinción entre hijos legítimos e ilegítimos, cuando se legalizó el divorcio y cuando se eliminó la distinción de sexo de los cónyuges en el matrimonio. (La incapacidad de los conservadores y los fundamentalistas para aprender de sus fallos predictivos es notoria.)

Hasbún pasa revista a los pocos casos de “cristianofobia” que puede encontrar incluso con su definición ad hoc e interesada:
Ya la Unión Europea buscó suprimir de su Constitución toda referencia a su alma cristiana, y su Corte intentó prohibir a Italia el uso del crucifijo en salas de clase. En vano: Italia unánime se irguió, reclamando su derecho a usar libremente aquellos símbolos y tradiciones que pertenecen, sin fronteras, a su patrimonio histórico-cultural. También en EE.UU. surgen o se incrementan restricciones a la libertad religiosa en espacios o acontecimientos públicos, no obstante la expresa referencia de los Padres fundadores al Dios bíblico y cristiano.
Abundan las metonimias y las metáforas fuera de lugar. “La Unión Europea” no buscó de hecho nada; los representantes de los pueblos europeos votaron, en un ejercicio democrático que pudo no conformar a muchos, pero la democracia es así. Europa no tiene alma; si la mitología cristiana fuese cierta, podría decirse que los ciudadanos europeos tienen, cada uno, un alma, cada alma diferente de las demás y libre de elegir. El “alma” de Europa no es en realidad más que el bagaje de siglos de religión única impuesta por la fuerza, a costa de la derrota militar, expulsión, supresión pública o conversión forzada de judíos, musulmanes, cristianos de sectas rivales y “herejes”, más el crecimiento vegetativo de una población cristiana ignorante bajo la férula de papas con ejércitos, obispos-príncipes, reyes por derecho divino y una casta clerical. Todo esto hasta hace relativamente poco: hasta que los estados seculares prevalecieron, la educación fue quitada de las garras de la Iglesia, aumentó el estándar de vida y otras condiciones socioeconómicas fueron, mal que mal y con grandes vaivenes, haciendo visiblemente innecesario, a los ojos de la gente, el someterse a parásitos con mitra o sotana para tener alguna esperanza de vivir mejor. La secularización de Europa es el proceso natural de una civilización que descubrió, tras siglos de tropiezos, que puede tener una religión o varias, y cambiarlas, rechazarlas o reinterpretarlas, sin que el mundo se venga abajo.

El mismo proceso ocurre en casi todas partes; incluso en Estados Unidos, donde el “libre mercado” religioso facilita tanto la aparición de fanatismos religiosos de todo tipo como su desaparición por reciclaje o hibridación. (Sobre los Padres Fundadores, Hasbún recoge la propaganda pseudohistórica de los fundamentalistas evangélicos; la mayoría de los susodichos Padres eran deístas y piadosos de la boca para afuera, como está bien documentado en cartas y documentos privados.)

Esto se ha hecho muy largo y todavía me quedan cosas en el tintero, por lo cual dejo el final de mi comentario para un tercer post.