sábado, 30 de noviembre de 2013

El Código Civil, la moneda papal y el cura antidrogas

El Senado argentino dio finalmente media sanción al proyecto de ley de Código Civil con las concesiones que la Iglesia Católica había pedido. El “nuevo” Código, que ahora tendrá que pasar por la Cámara de Diputados, sigue siendo un producto cabal del siglo XIX. O quizá no: los legisladores decimonónicos que promovieron la educación laica y legalizaron el matrimonio civil —medidas, ambas, que la Iglesia anatematizó y condenó como seguras destructoras de la sociedad— se habrían asombrado bastante.

Imagino que nuestros liberales de 1880 también se habrían sorprendido por la reciente aprobación casi unánime de un proyecto de ley para acuñar una moneda conmemorativa del ascenso al trono del Papa Francisco. Se dice que la Cámara de Diputados es tradicionalmente menos conservadora que el Senado, lo cual se explica por su diferente proporción de legisladores de las provincias pequeñas y alejadas del cosmopolitismo porteño. Si es así, no se notó para nada esta vez. Es probable que no se trate de conservadurismo sino de mero oportunismo, farandulismo o indiferencia.

A favor de la moneda del autócrata vaticano votaron 177 diputados, incluidos peronistas “de izquierda”, “progresistas” y “socialistas”; hubo tres votos negativos, uno de ellos del socialista mudado al kirchnerismo Jorge Rivas, y una abstención. La composición de la Cámara es algo diferente de la que en 2010 votó a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo, pero con seguridad hay unos cuantos legisladores que en ese momento fueron parte del “plan del Padre de la Mentira” (palabras de Jorge Mario Bergoglio) y que ahora son favorables a la monedita.

La diputada Marcela Rodríguez fue, hasta donde sé, la única que explicó en detalle su voto en contra, explayándose sobre la laicidad estatal con un escrito dirigido al presidente de la Cámara, que entre muchos otros puntos se adelanta a las previsibles excusas de que la moneda franciscana representa un homenaje a valores o ideas compartidas, prescindiendo de la religión. Lo hace a través de una cita de Roberto Saba, que se refiere a los símbolos religiosos, pero que se puede extrapolar fácilmente al asunto de la moneda. El Papa Francisco no es sólo un argentino notable que exalta la humildad y la compasión; como papa, es un símbolo del poder de la Iglesia Católica, de absolutismo político y moral, y sus valores son valores católicos, que como todos sabemos permanecen dentro de muy estrictos límites dogmáticos.

Lo de la moneda fue el broche de oro de una semana de acelerado retroceso hacia el chupacirismo estatal que incluyó no sólo el asunto del Código Civil sino el nombramiento de un Jefe de Gabinete genuflexo y miembro del Opus Dei, la confirmación (poco comentada) de un Ministro de Salud también vinculado a la secta católica, y el inédito nombramiento de un sacerdote “progre”, amigo de la familia presidencial y del susodicho Jefe de Gabinete, al frente del SEDRONAR, la agencia estatal de lucha contra la drogadicción y el narcotráfico.

Juan Carlos Molina, el sacerdote en cuestión, no tiene otra calificación profesional que la de dirigir un par de ONGs subsidiadas de manera discrecional y bastante turbia por sus referentes políticos, cuya labor sin duda meritoria representa un ejemplo más de la privatización y el consiguiente abandono de la responsabilidad del estado sobre la prevención y el control de la adicción a drogas, comparable a la de la tercerización del cuidado de los presos a manos de pastores evangélicos que ocurre en pabellones enteros de varias cárceles argentinas con total anuencia de las autoridades.

Por lo demás, la forma de expresarse de Molina (al menos en Twitter) es casi una caricatura del cura voluntarista, siempre alegre y propenso al uso de citas bíblicas bobas. Esperemos que Fabio Alberti esté prestando atención. En el clima de babosidad pro-sotana que se vive hoy en Argentina, me consuelo recordando que alguna vez pudimos ver en nuestra TV esta magistral síntesis de la superficialidad clerical.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Dar derechos al embrión es quitárselos a la mujer


En mi artículo anterior escribí sobre lo que implica definir por ley que la existencia de la persona humana comienza con la concepción. Lo hice motivado por el reciente éxito del lobby antimujeres católico en su interferencia con el proyecto de ley del nuevo Código Civil argentino, mediante la cual lograron reafirmar la cláusula de “persona desde la concepción”, desechar una modificación que habría permitido la fecundación asistida e imponer al Congreso el dictado de una ley de protección del embrión no implantado. (El Código no ha sido aprobado aún y no lo será hasta el año que viene al menos, pero las posibilidades de que se modifiquen estos puntos son remotas, dada la beatería de los líderes parlamentarios y el unánime terror de gobierno y oposición a molestar al Papa.)

El artículo 19 del Código Civil argentino ya hablaba de “persona desde la concepción”, pero era un punto poco recordado, perdido entre miles de otras disposiciones legales igualmente arcaicas y obsoletas. Dejarlo como está en una reforma, sin embargo, implica una reafirmación y una demostración de fuerza de los católicos. Ya hablé de algunas de las consecuencias que podrían derivarse de transformar en ley la noción metafísica, espiritualista, de que con la unión de un óvulo y un espermatozoide aparece automáticamente una entidad llamada “persona humana” que tiene todos los derechos de una persona de verdad.

Algún lector quizá crea que con algunos ejemplos (mujer embarazada condenada por perder un embarazo al chocar el auto que conduce, etc.) no intenté más que una reducción al absurdo. El propósito de este artículo es demostrar que no fue así.

Hay varios estados de Estados Unidos donde los conservadores religiosos, con más poder que en Argentina y con una estructura legal diferente (más poder local, menor injerencia federal), han logrado imponer leyes de protección de los embriones e incluso leyes que dictaminan que existe una persona humana desde la concepción. (La jurisprudencia que permite el aborto en Estados Unidos no lo expresa como un derecho; expresa que el estado sólo puede intervenir en el primer trimestre de la gestación para proteger la salud de la mujer, y luego de este plazo, sólo puede regular la interrupción del embarazo si admite expeciones para preservar la salud de la mujer. Esto deja la puerta abierta a leyes que, sin prohibir el aborto, lo limitan severamente por otros medios.) Hace unos días, coincidentemente con los entretelones del Código Civil argentino, me encontré leyendo un reporte sobre las consecuencias de esas leyes sobre la libertad de las mujeres.

Se trata de un trabajo de National Advocates for Pregnant Women (NAACP), una organización estadounidense que “busca proteger los derechos y la dignidad humana de todas las mujeres, particularmente las embarazadas y las madres y aquéllas que son más vulnerables”. El estudio
identifica cientos de casos criminales y civiles involucrando los arrestos, detenciones y privaciones equivalentes de libertad física de mujeres embarazadas que ocurrieron entre 1973 y 2005, luego de producida la decisión Roe vs. Wade.
Roe vs. Wade fue el caso que, tras un fallo de la Corte Suprema, permitió que las mujeres abortaran sin ser perseguidas penalmente.
En cada uno de los 413 casos, el embarazo fue un elemento necesario y las consecuencias incluyeron: arrestos; encarcelamiento; prolongación de sentencias de prisión o detención; detenciones en hospitales, instituciones psiquiátricas y programas de tratamiento de la drogadicción; intervenciones médicas forzadas, incluyendo cirugías. Los datos mostraron que las autoridades estatales han usado medidas legales post-Roe incluyendo leyes de feticidio y leyes antiabortistas que reconocen derechos particulares a los cigotos, embriones y fetos como base para privar a mujeres embarazadas (sea que buscasen interrumpir el embarazo o llevarlo a término) de su libertad física. Estos hallazgos marcan claramente que si se ponen en efecto lo que se llama medidas de “personería”, no sólo serán arrestadas más mujeres que abortan, sino que tales medidas crearían las bases legales para privar a todas las mujeres embarazadas de su status de personas de pleno derecho.
El estudio documenta 413 casos distribuidos en casi todo Estados Unidos a lo largo de 32 años, advirtiendo que seguramente sean muchos más, y sin incluir otros 250 casos documentados desde 2005 a la fecha de publicación (enero de 2013). Algunos ejemplos:
  • Una mujer embarazada se cayó por una escalera. Fue arrestada acusada de intentar matar al feto.
  • Una adicta a los opiáceos fue a un hospital a pedir ayuda para tratarse de su adicción. Al descubrir que estaba embarazada, se la forzó a internarse en una clínica psiquiátrica.
  • Hay varios casos de mujeres forzadas a someterse a exámenes ginecológicos invasivos o incluso a una cesárea, en teoría para proteger al feto.
Las mujeres más propensas a sufrir estos ataques a su libertad son las más pobres; en buena parte de los casos las denuncias provienen de personal sanitario en violación de su deber de confidencialidad.

Esto no puede dejar de sonar conocido a los argentinos. En nuestro país es sabido que con dinero se puede abortar con seguridad y sin consecuencias penales, y que las mujeres pobres son las que menores chances tienen de ejercer sus derechos reproductivos. También sabemos que en cualquier hospital uno puede encontrarse con médicos o enfermeros devotos que consideran que su religión está por encima de la ley y que, ante una mujer que busca ejercer sus derechos, correrán a denunciarlo para entorpecerlo. Peor aún, los hospitales públicos están infestados de monjas y curas, incluso como personal pago (capellanes), que meten la nariz donde nadie los llama. Hay, en resumen, una gran cantidad de personajes dedicados con pasión a vigilar que las mujeres gesten y den a luz sus hijos cuando y como ellos desean.

Un embrión no es una persona de ninguna manera que nuestro sentido común pueda reconocer, y no debe serlo según la ley, por más que se apele a los tratados internacionales que Argentina ha suscripto y que parecieran obligarla a ello. Esto dice el comunicado de la Asociación por los Derechos Civiles (ADC) sobre el tema:
Respecto del comienzo de la existencia de la persona humana “desde la concepción”, resulta alarmante que se mantenga una disposición obsoleta redactada en el siglo pasado y que incluye un término (“concepción”) sumamente vago que carece de un significado biológico preciso. Esta norma no recepta los avances científicos en la materia ni la jurisprudencia más reciente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso “Artavia Murillo”. Allí, la Corte Interamericana concluyó que el embrión no puede ser entendido como persona a los efectos del artículo 4.1 (derechos a la vida) de la Convención Americana de Derechos Humanos y que la protección del derecho a la vida no es absoluta, sino que es gradual e incremental según su desarrollo.
¿Le importará algo de todo esto a nuestros políticos? La mayoría de ellos no parecen muy inteligentes, ni educados, ni interesados en estar al día con la jurisprudencia relativa a lo que deben votar como legisladores.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Lo que implica la “persona humana desde la concepción”

Hace unos días, la mayoría legislativa kirchnerista entregó la cabeza del nuevo Código Civil argentino en una bandeja a la Iglesia Católica, en la persona de su campeona “pro vida” la senadora Liliana Negre de Alonso, como expliqué en mi artículo anterior.

Comencé entonces diciendo que el proyecto de ley de Código Civil implicaba un retroceso específicamente en los derechos de las mujeres, aunque no me explayé demasiado sobre el tema. Debería ser obvio que reafirmar que “la persona humana existe desde la concepción” es un ataque contra las mujeres, pero quizá no lo sea para todos o no se comprendan en plenitud los efectos de una declaración legal de esa naturaleza.

La postura cristiana conservadora frente al aborto siempre me ha parecido un fingimiento. Oponerse al aborto, como oponerse a la homosexualidad o a los anticonceptivos, puede transformarse fácilmente en una consigna, una bandera ideológica y una marca identitaria: el santo y seña por el cual los conservadores se reconocen y el grito con el cual marchan juntos a la batalla más allá de (y sin tener que pensar en) diferencias de detalle que los separen. Pero imaginemos, por un momento, que hay personas que realmente creen que “la persona humana comienza con la concepción”, que esa “persona” recién concebida es tan persona como ella misma y que están dispuestos a seguir esa idea hasta sus últimas consecuencias.

Y ahora imaginemos que la persona-desde-la-concepción es ley, y que uno de esos creyentes consecuentes es el encargado de hacer cumplir la ley.


De pronto, cada cosa que pueda poner en peligro a un óvulo fecundado es una amenaza contra una persona. Un cigoto es una cosa muy frágil; de hecho, diferentes estimaciones dicen que entre un 30% y un 70% de los cigotos son abortados espontáneamente, muchos antes de implantarse en el útero y casi siempre sin que la mujer siquiera lo note, por cosas tan sencillas como un cachito de cromosoma de más o de menos. Pero eso es “natural”, así que no cuenta, nos dicen los “pro vidas”. Tal criterio es ilógico, como el lector podrá comprobar si reflexiona unos segundos: en nuestra sociedad no sólo hay leyes contra el asesinato sino también leyes que obligan a colocar pararrayos en los edificios altos, leyes que nos fuerzan a vacunar a nuestros hijos y campañas para incentivarnos a comer comida sana; presiones e influencias, en fin, que buscan protegernos de la “naturaleza”. Si la naturaleza aborta a la mitad de los embriones, estamos ante un nivel de letalidad que deja chiquitas a la viruela, la polio, el sarampión, la difteria y el tétanos; y sin embargo, no vemos a ningún “pro vida” haciendo campaña desesperadamente en favor de la investigación científica que permita salvar a esas millones de personas. Si un cigoto es una persona, en el tiempo que te llevó leer este párrafo han muerto miles de personas indefensas y a nadie le importa.

En el anteproyecto de Código Civil había una previsión específica para la fecundación asistida. Esa previsión se quitó a instancias de la Iglesia, incorporándose en cambio una promesa de reglamentar la “protección del embrión no implantado” por medio de una ley especial. Este cambio, aplicado como un parche entre gallos y medianoche, motivó la indignación de más de uno:
“Es gravísimo —alertó el jefe del bloque de diputados radicales Ricardo Gil Lavedra—. ¿Qué significa esto? ¿Que al que se le cae por error una probeta incurre en aborto? No tenemos sancionado nada serio sobre preservación de los embriones y estamos diciendo que son personas”, exclamó.
Gil Lavedra no se equivoca, aunque tampoco lo ve muy claro. En la práctica, cumplir el Código Civil tal como se lo propone implica el fin de la fecundación asistida legal, ya que incluso las técnicas más modernas implican la producción y manipulación de embriones.

En nuestro ordenamiento legal, si uno causa daño a otra persona por negligencia, le caben penas menores que si lo hace buscando causar daño adrede, pero penas al fin. Una mujer embarazada que no busca abortar pero que se comporta de manera que podría dañar al nascituro, ¿no entra en la misma categoría?

De pronto, una mujer que pierde su embarazo en un accidente automovilístico causado por su mala conducción es penada de la misma manera que si en ese accidente hubiese muerto su hijo de cinco años sentado en el asiento del acompañante sin arnés ni cinturón de seguridad (y es penada incluso aunque ella misma no supiese aún que estaba embarazada). Una mujer que llega a la guardia de un hospital con un aborto espontáneo en curso es acusada de haber intentado un aborto provocado. Una mujer que fuma o bebe alcohol queda embarazada y su esposo o un juez la hace internar en una clínica de rehabilitación hasta el final de la gestión, para que no consuma drogas que pueden dañar al nascituro (con el mismo criterio con que la justicia le impide a los padres darle drogas adictivas a sus hijos menores de edad).

¡Y hay más! Un trabajador en una clínica de fertilidad, como imaginaba el diputado, deja caer una probeta con un embrión que iba a ser implantado, y la receptora frustrada lo acusa de homicidio. En esa misma clínica de fertilidad, un corte de energía generalizado y prolongado hace que se descongelen y malogren miles de embriones preservados en frío: ¡una masacre causada por no contar con generadores de energía autónomos y redundantes!

Estos casos no son totalmente hipotéticos. Ya existe en Argentina un precedente de acusación de “doble homicidio” por el asesinato de una mujer embarazada. Si parece que nadie presta atención al Código Civil es porque de hecho en Argentina son muy pocas las leyes que verdaderamente se cumplen (aunque en este caso deberíamos dar gracias). En un próximo artículo les voy a contar sobre lo que ocurre en Estados Unidos, donde hace tiempo que, siendo legal el aborto, existen sin embargo muchos casos donde las leyes impulsadas por conservadores religiosos, y hechas cumplir al pie de la letra, han quitado derechos a las mujeres para concedérselos a los nascituros.

sábado, 23 de noviembre de 2013

El Código Civil argentino, entregado a la Iglesia Católica

Argentina tendrá pronto un nuevo Código Civil y todo indica que, en varios sentidos, el mismo implicará un retroceso, específicamente en los derechos de las mujeres.

El Código Civil que tenemos data de fines del siglo XIX y ha tenido modificaciones pero no, hasta ahora, de manera integral. El presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, propuso hace años hacerla, y desde entonces el gobierno, la oposición, los jueces, expertos independientes y muchas organizaciones no gubernamentales han estado debatiendo. El proyecto de Lorenzetti enriquecido con estas deliberaciones incluía legislar sobre fertilización asistida y maternidad subrogada (“alquiler de vientres”), entre otros temas que encendieron las alertas de ciertos entrometidos profesionales cuya ocupación habitual es decirle a los demás cómo su dios quiere que nos reproduzcamos.

Aunque nunca se habló del derecho al aborto como algo que podría incluirse en el nuevo Código (al menos, nunca pasó de un reclamo de algunas organizaciones), la Iglesia Católica hizo un gran escándalo con lo demás, intentando mostrarlo como un primer paso en esa nefanda dirección. En realidad no fue más que un marcado de territorio, habitual en estos casos.

La senadora Liliana Negre de Alonso y el presidente
de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez
El artículo 19 del viejo Código Civil ya consideraba que la persona humana comenzaba su existencia “con la concepción en el seno materno”. El kirchnerismo (mayoría absoluta en el Congreso) quería darle lugar al reclamo de cierta minoría intensa a favor de la fecundación asistida, que tiene el inconveniente (técnico) de que produce embriones de sobra, que luego hay que desechar o bien conservar sine die. La lógica y la jurisprudencia dictaban que había que eliminar la arcaica e inutilizable definición de “persona desde la concepción”; la política cortoplacista, acomodaticia y chapucera determinó que se quitara lo del “seno materno” y se agregara una frase a los efectos de que, sólo en el caso de tratarse de un embrión producido por fertilización asistida, la existencia de la persona comenzaría no con la concepción sino con la implantación en el útero. Este artículo esquizofrénico, conteniendo dos definiciones mutuamente contradictorias de “persona”, hubiera terminado infamando el nuevo Código Civil si no hubiera sido porque la Iglesia Católica redobló la apuesta y, a través de uno de sus legisladores a control remoto más confiables (la senadora Liliana Negre de Alonso), interpuso una queja en favor de los pobres e indefensos embriones, condenados a vivir en peligro hasta haber logrado parasitar exitosamente a un contenedor femenino.

Negre de Alonso pertenece al sector habitualmente caracterizado como de derecha o conservador dentro del peronismo. El kirchnerismo está mayormente formado, en teoría, por el ala opuesta. Sin embargo, como bien sabemos los argentinos e infructuosamente hemos tratado de explicar durante décadas, el peronismo es una religión plagada de misterios, a los cuales habrá que sumar, en los libros de historia del futuro, el que el kirchnerista presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, acordase con Negre de Alonso (en representación del fascismo católico) modificar nuevamente el artículo 19 de manera de quitar la definición de “persona desde la implantación” y asegurar la “protección del embrión no implantado”.

Si el artículo 19 original, como otras disposiciones arcaicas del Código, no se cumplía en la práctica excepto en lo que se refiere a la prohibición del aborto, este nuevo énfasis parece orientado a que sí se cumpla, con lo cual podría ocurrir, como planteó el diputado radical Ricardo Gil Lavedra, que dejar caer una probeta con un embrión sea penado como un aborto provocado. (No es absurdo que esto pueda ocurrir, como mostraré en un artículo por venir.)

Mientras se realizaban estas componendas, la sanción del Código seguía en sus idas y vueltas. El Frente para la Victoria (kirchnerismo) decidió primero y de pronto que el Código debía estar aprobado antes de la renovación parlamentaria del 10 de diciembre, le gustase o no a la oposición; luego de la concesión a la Iglesia, de manera igualmente sorpresiva se comunicó que buscarían darle media sanción en el Senado pero dejar el resto del trámite para el año que viene. Negre de Alonso volvió sobre sus pasos y dijo que el proyecto “no conforma a ninguno”, cosa que probablemente es cierta; el kirchnerismo cuenta con un elemento progresista (con puntos de contacto con feministas y anticlericales) que no está muy feliz con lo ocurrido, y a la oposición —dejando de lado a los chupacirios y empleados del episcopado— le molestan otros elementos preocupantes, aunque no, desgraciadamente, la permanencia sin cambios de los artículos que dan a la Iglesia privilegios como el de ser considerada “persona jurídica pública”, es decir, una institución a la par de organismos estatales y de los países extranjeros, condición que no comparte con ninguna otra religión.

Los ciudadanos seguimos esperando que nuestros representantes, o al menos la mayoría de ellos, encuentren la independencia mental y la valentía necesaria para volverse hacia los lobbistas de Dios y comunicarles que sus reclamos y opiniones ya no van a ser considerados.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Hagamos un exorcismo contra el matrimonio gay

¡Ay, es que estos católicos están tan locos…!


Veamos: no es cuestión de quedarse con el titular, que desde luego lo deja a uno con la sensación de que este buen hombre de Dios está como una cabra. Hay que leer y tratar de entender las razones, que están muy bien explicadas. Para empezar, no es una locura porque ya lo dijo Francisco (que además de ser el único representante comercial legítimo del creador del universo, es infalible a discreción):
El contexto para esta oración puede entenderse recordando las palabras del papa Francisco cuando tuvo que afrontar una situación similar (…).

Respecto a la re-definición del matrimonio civil en Argentina, el entonces cardenal Bergoglio escribió el 22 de junio de 2010: «El pueblo argentino deberá afrontar, en las próximas semanas, una situación cuyo resultado puede herir gravemente a la familia. Se trata del proyecto de ley sobre matrimonio de personas del mismo sexo. (…) No se trata de un mero proyecto legislativo (éste es sólo el instrumento) sino de una movida del Padre de la Mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios.»
Efectivamente, el hoy héroe de la izquierda (que cree que existe un ser malvado y poderoso llamado variadamente Lucifer, Belcebú, el Demonio, el Diablo, etc., y que la gente que quiere casarse con gente de su mismo sexo trabaja para el susodicho) escribió hace tres años una carta a unas hermanitas religiosas explicándoles que había que oponerse con fuerza a que el estado extendiera reconocimiento legal a parejas del mismo sexo. La carta no debía trascender, ya que el arzobispo Bergoglio cultivaba, como ahora, un perfil político moderado (es decir, hipócrita), pero se filtró, y por un tiempo (hasta su transformación instantánea en ídolo de masas y tuitstar) Bergoglio debió llamarse a silencio mientras miles de personas decentes lo insultaban y luego se reían de él.

Quien reporta con aprobación la iniciativa del obispo Paprocki es el insufrible Juanjo Romero, director técnico de la agencia de desinformación InfoCatólica y miembro de la fachada católica HazteOír. Romero (que por alguna razón cree útil incluir en su mini-biografía que es padre de familia numerosa y fumador) explica, para información de los feligreses y de nosotros, pobres ateos perdidos:
Las oraciones de «Súplica y Exorcismo que pueden ser utilizadas en circunstancias especiales de la Iglesia» están tomadas de los Apéndices de la Edición Latina de 2004 del Ritual de Exorcismos, en cuya introducción se explica que «La presencia del Diablo y otros demonios se pone de manifiesto no solo cuando tienta o atormenta a las personas, sino también por la intervención de su acción en cosas y lugares, de alguna manera, así como por las diversos modos de oposición y persecución contra la Iglesia. Si un obispo diocesano, en circunstancias especiales, considera conveniente convocar a los fieles a rezar juntos, presididos y dirigidos por un sacerdote, se pueden tomar textos de estos apéndices para preparar la oración de súplica».
Son instrucciones y están en un libro, con título y todo, así que debe ser verdad, ¿no?

lunes, 11 de noviembre de 2013

¡Por los huesos de San Pedro!

El show de los muertos de la Iglesia Católica termina con la estrella de la función. De ACI Prensa:
Para cerrar con broche de oro el Año de la Fe, convocado por Benedicto XVI y que termina el próximo 24 de noviembre, el Vaticano ha decidido exponer públicamente las reliquias del Apóstol San Pedro, el primer Papa y Vicario de Cristo en la tierra que murió martirizado.
Con respecto a la veneración de las reliquias ya se ha escrito varias veces en este blog, consignando el hecho bien sabido de que la mayoría de ellas son, como siempre han sido, falsas. El cadáver del apóstol Pedro, además, tiene un bagaje político particular. Como en otras ocasiones, me sirvo de la erudición del historiador católico Paul Johnson, que luego de relatar la grosera corrupción existente en torno a la fabricación y el tráfico de partes de cuerpos o vestimentas de santos o beatos, llega a la reliquia más codiciada de todas:
La reliquia más importante era el cuerpo de san Pedro, que según había creído la opinión cristiana, por lo menos desde mediados del siglo II, estaba enterrado en el lugar de la Iglesia vaticana que lleva su nombre. Se entendía que la posesión del cuerpo era la “prueba” definitiva de que Pedro era el primer obispo de Roma. Se estableció la siguiente cronología: en el año 34 d.C. Pedro se convirtió en obispo de Antioquía, en 40 trasladó su sede a Roma, en 59 consagró como sucesores a Lino y Cleto. Nadie refutaba estos asertos. Se presumía que Pedro había fundado un linaje episcopal que después nunca se había interrumpido. Más aún, el cuerpo de Pablo estaba también en Roma. Estas reliquias convertían a Roma en una fundación apostólica por partida doble, la única fuera de Jerusalén que no era una fuerza en la política de la Iglesia. León el Grande, papa desde 440 hasta 461, destacó el hecho de que Pedro y Pablo, los apóstoles más poderosos, habían reemplazado a Rómulo y Remo como protectores de la ciudad. De esta forma, Roma heredó, de manera cristianizada, parte de la invencibilidad de la ciudad imperial. (Paul Johnson, Historia del cristianismo, p. 227. Ediciones B Argentina S. A., 1999)
“Nadie refutaba estos asertos”, como dice Johnson, y de hecho nadie en la Iglesia hoy se animaría a refutarlos, por más que no sean producto más que de “la opinión cristiana”, es decir, las habladurías de un pueblo totalmente crédulo, alimentadas a conciencia por los jerarcas romanos deseosos de incrementar el poder y prestigio de su sede. El cuerpo de Pedro podría de hecho estar en cualquier lado sin desmedro para la fe, pero eso no serviría a los papas para reafirmar su poder monárquico absoluto sobre todas las jurisdicciones cristianas del planeta; a otro nivel, las oportunidades publicitarias —y para la exhibición obscena de la piedad pueril de los adoradores de huesos, dientes, cartílagos y pedazos de vísceras secas— son demasiadas como para dejarlas pasar. Si la Tradición (con mayúsculas) dice que Pedro está allí enterrado, ¿por qué negarles a los peregrinos cargados de euros acudir a venerarlo?

sábado, 9 de noviembre de 2013

Luc Montagnier en Lourdes, o un ciego que guía a otro ciego

A través de sus medios de propaganda, la Iglesia Católica continúa su difusión autocomplaciente de testimonios que parezcan apoyar la creencia en los milagros, que no por pueril deja de ser muy rendidora tanto en términos culturales y simbólicos como económicos. Dice InfoCatólica:
LA VERDAD ES IRREFUTABLE

Descubrió el virus del SIDA, recibió el Nobel, es agnóstico y dice: Lourdes es «algo inexplicable»

El destacado bacteriólogo Luc Montagnier no ha podido quedar impávido ni ajeno a las evidencias explícitas, inexplicables para el científico, que ocurren en Lourdes. Un científico agnóstico que hablando sobre las propiedades del agua sorprenda al señalar «el agua tiene propiedades extraordinarias, tal vez también la de Lourdes», no pasó desapercibido. En 1983 revolucionó al mundo científico por ser uno de los descubridores del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) causante del SIDA. Por ello, en 2008 fue galardonado con el premio Nobel de Medicina y el Príncipe de Asturias.
Para el público en general es razonable suponer que un Premio Nobel sabe de qué está hablando. Para quienes le hemos dedicado algo de tiempo al pensamiento escéptico, Luc Montagnier es al menos tan conocido por sus indiscutibles logros científicos como por haber sido uno más de los afligidos por la “enfermedad de los Nobel”: la tendencia de los ganadores de altos honores científicos a salir disparados por la tangente de la pseudociencia y el charlatanismo.

Un Premio Nobel en Fisiología o Medicina no hace a su acreedor inmune al error ni a la crítica de sus colegas. Los colegas de Montagnier, en general, salieron muy contrariados de la conferencia en la que, en 2010, éste presentó un supuesto nuevo método para detectar infecciones virales con mecanismos que recordaban el uso de diluciones homeopáticas. La homeopatía es, por supuesto, una pseudomedicina: es una forma moderna de magia simpática y no sirve absolutamente para nada excepto engrosar los bolsillos de los que venden globulitos de agua y pastillas inertes al precio de medicamentos. Montagnier ya había creado revuelo dos años antes, cuando publicó en una revista científica que él mismo co-presidía un estudio suyo (la base de su “método”) según el cual había detectado señales eléctricas producidas por el ADN de bacterias en una solución acuosa. (El ADN no sólo no emite ondas electromagnéticas sino que la solución ya no era más que agua.)

Entonces, que Montagnier diga que el agua de Lourdes tiene “propiedades extraordinarias” es bastante esperable, todavía más cuanto el buen doctor participó en 2012 en un simposio organizado por los vendedores de milagros de Lourdes y ha encontrado en los creyentes una audiencia dispuesta a alabarlo por su “investigación” (especulación) “independiente” (sin confirmación independiente) de las aguas de la gruta. Poco le debería gustar a Montagnier, pero nada ha dicho si así es, que sus hallazgos sean asociados con los infames experimentos sobre la “memoria del agua” de Jacques Benveniste (el que murió reclamando un Nobel y autoproclamándose un nuevo Galileo) y con las ridículas divagaciones nuevaerianas de Masaru Emoto.

Lejos están los tiempos en que la Iglesia, confiada en su hegemonía intelectual, despreciaba abiertamente la ciencia y condenaba a los descreídos: hoy un científico notable y agnóstico que preste apoyo al show milagroso, como Montagnier, es apreciado y exhibido como un ejemplo de cómo la fe triunfa sobre las mentes racionales.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Las hermanas de la Magdalena

Quiero recomendarles ver The Magdalene Sisters (“Las hermanas de la Magdalena”), un film de 2002 del que escuché hablar hace poco. Se trata de un drama basado en hechos reales: un trozo de la infame historia de las “lavanderías” que las monjas de varias órdenes religiosas regentearon en las Islas Británicas y en Norteamérica durante siglos, contada a través de la vida de varias internas en uno de estos establecimientos, en la Irlanda de los años 1960.



Las monjas proveían, como ha hecho históricamente la Iglesia Católica, un servicio a la sociedad que la misma Iglesia había ayudado a crear: apartar y contener a las mujeres consideradas de mala vida o sexualmente problemáticas. Las lavanderías servían para mostrar a la sociedad una fachada que justificara lo que se hacía a las internas: allí las prostitutas, las chicas fáciles y otros peligros morales realizaban un trabajo duro pero digno, lavando sus pecados junto con las ropas de las monjas, de los sacerdotes que les daban misa y de las buenas gentes.

En la práctica, sin embargo, los “asilos” de las Magdalenas eran centros de trabajos forzados. Las lavanderías eran una fuente de ingresos segura para las monjas, tanto más cuanto las mujeres forzadas a trabajar en ellas no recibían sueldo, no podían irse ni tenían ningún tipo de seguridad social, ni licencias, ni nadie a quién reclamar si las condiciones eran inhumanas. Los castigos corporales y las medidas disciplinarias destinadas a la degradación de las internas eran comunes.

El prólogo del film consta de tres breves historias de mujeres jóvenes llevadas por la fuerza a una lavandería: la primera, por haber denunciado ante su familia, durante una fiesta de boda, que un primo suyo acababa de violarla; la segunda, una huérfana, por permitirse coquetear con los muchachos que la llaman desde el otro lado de las rejas del orfanato; la tercera, por haber tenido un hijo fuera del matrimonio. Los tres casos conforman una vista panorámica y desoladora a una cultura profundamente católica, tóxica, donde las mujeres, para ser consideradas morales, sólo pueden habitar tres ambientes bajo estricta supervisión, sometidas a una autoridad ajena y con su sexo anulado o severamente restringido: la casa paterna, la casa del esposo, y el convento.

En efecto, en las historias que The Magdalene Sisters cuenta, son las propias familias —o el estado encargado de suplir la custodia familiar– las que abandonan a sus hijas en los hogares de las monjas y les dan la espalda. La autoridad de las monjas se entiende simbólicamente como absoluta en función de la altura moral y el respeto social que automáticamente ganan aquéllos que se consagran a Dios, pero es de hecho una autoridad delegada: las familias de las internas pueden venir a sacarlas en cuanto lo deseen. Sin embargo, muchas de ellas permanecen en las lavanderías hasta morir. Las monjas contaron con la total colaboración del Estado para hacer la vista gorda y para enviarles mujeres sin recursos a través del sistema judicial.

Las víctimas de la esclavitud de las Magdalenas finalmente comenzaron a encontrarse y contar sus historias al final del siglo pasado, luego de que estallara un escándalo al descubrirse decenas de cadáveres de internas enterradas en tumbas anónimas en terrenos de un convento. Una investigación reveló el nivel de los abusos llevados a cabo en los asilos, que (sólo desde los años 1920 y sólo en Irlanda) afectaron a unas treinta mil mujeres.

Más recientemente el gobierno de Irlanda, después de dilatarlo todo lo posible, decidió reconocer su parte en el asunto y ofrecer atención y compensación monetaria a las sobrevivientes. El gobierno también solicitó a las cuatro órdenes religiosas responsables de las lavanderias que, pese a no haberse dado un proceso penal, hicieran el gesto de reconocer los abusos cometidos y aportaran fondos. Las monjas se negaron unánime y categóricamente. Así queda, sin castigo, uno de los grandes crímenes de la Iglesia Católica en el siglo XX.

(El film está subido a YouTube íntegro, en inglés original sin subtítulos.)