Imagino que nuestros liberales de 1880 también se habrían sorprendido por la reciente aprobación casi unánime de un proyecto de ley para acuñar una moneda conmemorativa del ascenso al trono del Papa Francisco. Se dice que la Cámara de Diputados es tradicionalmente menos conservadora que el Senado, lo cual se explica por su diferente proporción de legisladores de las provincias pequeñas y alejadas del cosmopolitismo porteño. Si es así, no se notó para nada esta vez. Es probable que no se trate de conservadurismo sino de mero oportunismo, farandulismo o indiferencia.
A favor de la moneda del autócrata vaticano votaron 177 diputados, incluidos peronistas “de izquierda”, “progresistas” y “socialistas”; hubo tres votos negativos, uno de ellos del socialista mudado al kirchnerismo Jorge Rivas, y una abstención. La composición de la Cámara es algo diferente de la que en 2010 votó a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo, pero con seguridad hay unos cuantos legisladores que en ese momento fueron parte del “plan del Padre de la Mentira” (palabras de Jorge Mario Bergoglio) y que ahora son favorables a la monedita.
La diputada Marcela Rodríguez fue, hasta donde sé, la única que explicó en detalle su voto en contra, explayándose sobre la laicidad estatal con un escrito dirigido al presidente de la Cámara, que entre muchos otros puntos se adelanta a las previsibles excusas de que la moneda franciscana representa un homenaje a valores o ideas compartidas, prescindiendo de la religión. Lo hace a través de una cita de Roberto Saba, que se refiere a los símbolos religiosos, pero que se puede extrapolar fácilmente al asunto de la moneda. El Papa Francisco no es sólo un argentino notable que exalta la humildad y la compasión; como papa, es un símbolo del poder de la Iglesia Católica, de absolutismo político y moral, y sus valores son valores católicos, que como todos sabemos permanecen dentro de muy estrictos límites dogmáticos.
Lo de la moneda fue el broche de oro de una semana de acelerado retroceso hacia el chupacirismo estatal que incluyó no sólo el asunto del Código Civil sino el nombramiento de un Jefe de Gabinete genuflexo y miembro del Opus Dei, la confirmación (poco comentada) de un Ministro de Salud también vinculado a la secta católica, y el inédito nombramiento de un sacerdote “progre”, amigo de la familia presidencial y del susodicho Jefe de Gabinete, al frente del SEDRONAR, la agencia estatal de lucha contra la drogadicción y el narcotráfico.
Juan Carlos Molina, el sacerdote en cuestión, no tiene otra calificación profesional que la de dirigir un par de ONGs subsidiadas de manera discrecional y bastante turbia por sus referentes políticos, cuya labor sin duda meritoria representa un ejemplo más de la privatización y el consiguiente abandono de la responsabilidad del estado sobre la prevención y el control de la adicción a drogas, comparable a la de la tercerización del cuidado de los presos a manos de pastores evangélicos que ocurre en pabellones enteros de varias cárceles argentinas con total anuencia de las autoridades.
Por lo demás, la forma de expresarse de Molina (al menos en Twitter) es casi una caricatura del cura voluntarista, siempre alegre y propenso al uso de citas bíblicas bobas. Esperemos que Fabio Alberti esté prestando atención. En el clima de babosidad pro-sotana que se vive hoy en Argentina, me consuelo recordando que alguna vez pudimos ver en nuestra TV esta magistral síntesis de la superficialidad clerical.