jueves, 25 de abril de 2013

El ombligo de Adán

Les juro que la puerilidad de los creyentes no deja de sorprenderme.


La conversación en Twitter cuya captura de pantalla está aquí arriba tiene como protagonista central a Alberto Bermúdez, nada menos que el editor jefe de ACI Prensa, una de las agencias de información propaganda católica más importantes del mundo. (Bermúdez no sólo dirige ACI sino que tiene un podcast.)

Desconozco, y no importa mucho verdaderamente, si el usuario @longoandrade habla en serio o no al preguntar. Bermúdez, por otra parte, sí se lo toma en serio. Comete su primer error, ya que habría bastado con responder “A Adán lo pintan con ombligo por convención artística” y punto. En cambio se ofusca, quizá intuyendo una chanza, y en menos de 140 caracteres dice la burrada de que un ombligo no requiere un cordón umbilical y además le concede existencia física real a Adán. A Adán, el primer hombre, creado por Dios del barro. Sí, el mismo Adán que cuando uno le señala todos los hallazgos de la biología evolutiva a los creyentes ellos se apresuran a decir que es una metáfora. El mismo Adán que, naturalmente y salvo un monstruoso milagro divino, no pudo haber existido jamás.

La pobre @IndiraFructuoso trata de mediar, con la mejor intención y un poco de sentido común, pero a Bermúdez no le caen bien los que dudan de su sapiencia teológica: “Dios pudo haber creado a Adán con 80 agujeros en la panza si se le daba la gana”.

Y desde luego tiene razón. Dios, si existiera, podría haber creado al primer ser humano de manera que se reprodujese por brotes, que tuviese un ombligo en el centro de la frente o que se volviera fluorescente en momentos de excitación. O bien, lo cual es un poco menos evidentemente ridículo, podría haber creado al ser humano de manera que cuando los paleontólogos del futuro estudiasen sus restos éstos les resultaran idénticos a lo que se podría esperar si el hombre hubiese evolucionado de una rama del tronco común de los grandes simios. Más aún, podría haber creado la vida de manera que pareciese que toda ella ha evolucionado a partir de un ancestro común, de manera que pareciese que los seres humanos somos parientes lejanos de las gallinas, las lechugas, los champiñones y la Escherichia coli.

Desde luego, si Adán existió, todo esto debe ser mera apariencia. Y en ese caso —sólo en ese caso— vale la pena que personas adultas y con conocimientos básicos de cómo funciona el universo discutan seriamente si Adán tenía o no ombligo.

lunes, 22 de abril de 2013

Todos felices con Francisco

Sigue sorprendiéndome lo ingenua, fanática, obsecuente y superficial que puede llegar a ser la gente en lo que respecta no digamos a bandas o cantantes o jugadores de fútbol o supermodelos, sino a un papa de la Iglesia Católica. Eso debe probar que tengo un umbral de sorpresa muy bajo, evidentemente. Pensaba en esto y también en el hecho indudable de que el pobre Benedicto XVI debe estar sintiéndose como un fracasado: en ocho años de papado no cosechó ni la mitad del embobamiento que Francisco logró en su primer mes sin esforzarse.


Como los fans son fans y los políticos son hipócritas, no pasó nada de tiempo antes de que los antedichos se amontonaran unos sobre otros tratando de llegar primeros a la meta de la suprema obsecuencia. Y la carrera continúa: el miércoles pasado dos representantes de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires descubrieron una placa en la casa de Jorge Bergoglio en el barrio de Flores; el jueves, el Concejo Deliberante de la ciudad de Rosario aprobó por unanimidad la creación de una “comisión pro visita del Papa Francisco”, a partir de una iniciativa de dos ediles kirchneristas. Poco extraña el caso de Buenos Aires, cuyos co-responsables son un peronista/populista de derecha (¡como Bergoglio!) y un miembro del PRO (el partido gobernante, cuyo líder hizo poner una gigantografía de Francisco casi frente al Obelisco). Un poco más podría extrañar, si fuéramos ingenuos, el de Rosario, que comparte la autoría de un judío agnóstico y de una edila del kirchnerismo, movimiento político responsable de varios indudables progresos en el campo de los derechos humanos contra los cuales la Iglesia Católica peleó ferozmente; más allá de que la mayoría de los otros concejales rosarinos son, según ellos mismos, “socialistas”, calificación que no implica anticlericalismo pero debería picarles un poquito en sus partes históricas.

De pronto todos los políticos, incluyendo aquéllos que han visto a la Iglesia referirse a sus proyectos y plataformas como si hubieran sido escritos por Satanás, han sido conquistados y han descubierto que Bergoglio era prácticamente un santo. El no gastar ostentosamente el jugoso sueldo que el estado le pagaba sólo por haber sido puesto a dedo por el papa le valió el calificativo de “humilde”. Lo encontraron tolerante y abierto porque dialogaba amablemente con personas de otras religiones (que creía falsas, naturalmente, pero ¿por qué arruinar un evento social diciéndolo en voz alta?), cosa que —imagino que el lector acordará conmigo— es el mínimo absoluto que debería esperarse de una persona civilizada hoy en día. Lo nombraron un adalid de la justicia y luchador contra la pobreza por hablar mucho de justicia y de pobreza en sus homilías, mientras sus curas consolaban a los pobres en las villas miseria y los políticos con los que se codeaba seguían explotando a esos pobres como carne electoral, mandaban desalojar o arrasar esas villas y no tomaban medida alguna para terminar con esa pobreza.

Los políticos son políticos, los creyentes superficiales son fáciles de atraer de vuelta al rebaño, y los cholulos, los fans de cualquier cosa, los aplaudidores y los que se emocionan por tonterías no han dejado nunca de ser mayoría.

jueves, 18 de abril de 2013

Los médicos irlandeses prefieren dejar morir a las mujeres

Como recordará el lector, hace unos meses salió el luz el desdichado caso de Savita Halappanavar, una mujer india que fue dejada morir de septicemia en un hospital en Irlanda. Como habitualmente ocurre, la razón por la que profesionales médicos entrenados permitieron esto sin hacer nada fue la religión: para tratarla apropiadamente deberían haber provocado el aborto del feto que Halappanavar llevaba, y que ya era inviable. “Éste es un país católico”, le dijeron por toda explicación cuando lo pidió (el hospital no era católico sino laico; Halappanavar no era católica sino hinduista).

La muerte de Savita ocasionó un gran revuelo, como es lógico, y un reclamo para que Irlanda se dé una ley que contemple el aborto terapéutico. La Unión Europea también lo está pidiendo, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos solicitó una aclaración de la ley vigente (que es muy imprecisa y abierta a interpretación) en 2010, y el gobierno irlandés dijo que cambiaría la ley. Pero hasta ahora, nada. Sólo otro país europeo prohíbe el aborto: Malta, un enclave de catolicismo fanático.

Se consultó a los médicos irlandeses sobre su opinión. La respuesta fue no. La Conferencia de la Organización Médica Irlandesa ratificó lo que en los hechos equivale a que una mujer vale menos que un embrión y decidió que no apoyarán ninguna ley que permita a una mujer abortar, excepto, como hasta ahora, si corre peligro su vida… peligro que ellos mismos, los médicos, son los únicos autorizados para determinar que existe. Así ocurrió con Savita Halappanavar, que agonizó durante tres días mientras una infección invadía su cuerpo, mientras los médicos esperaban religiosamente que el corazón de su feto —ya condenado— dejara de latir. Cuando esto ocurrió, Savita estaba perdida; hipócritamente acudieron a darle el tratamiento que le habían negado antes. Lo monstruoso del asunto se les escapa; los católicos hablan de que los medios y el lobby abortista manipularon el caso.

Lo más exasperante es, quizás, la manera en que los profesionales logran borrar su entrenamiento, suprimir su conocimiento y su sentido crítico, y dar por ciertas historias sobre el inexistente “síndrome post-aborto”. Es habitual escucharlos pontificar sobre casos horribles como si una regla fuera aplicable a todos y ellos tuvieran derecho a aplicarla sin consentimiento de la paciente:
“Escuchamos de delegados que conocieron mujeres que murieron por suicidio después de un aborto. Escuchamos sobre familias que han recibido apoyo al pasar tiempo precioso con niños que fueron diagnosticados con anormalidades fatales. Y escuchamos de médicos cuya experiencia les decía que nunca necesitamos finalizar deliberadamente con la vida de un bebé para salvar a una madre.”
¿Es posible que una madre que desea mucho tener un bebé se deprima al abortarlo, hasta desear ella misma terminar con su vida? Claro que sí. Pero en estos desdichados casos la depresión suele ser previa, y la decisión de abortar sigue siendo suya; a los demás sólo nos cabe aconsejarla con datos fehacientes, en vez de espantarla con anécdotas tremebundas, cuando no inventadas. Al hablar del tema de las anormalidades fetales, nuevamente aparece la superioridad de quien presume que puede obligarle a una mujer a parir un hijo horriblemente deforme condenado a morir a los pocos días, sólo porque considera que toda mujer puede y debe tener la oportunidad de pasar “un tiempo precioso” en medio de ese sufrimiento. Nada extraño dado cómo el catolicismo valora y atesora el sufrimiento extremo.

Con respecto a lo último, se trata lisa y llanamente de una mentira, como cualquier médico con experiencia y no cegado por el odio religioso a la mujer aceptará. Hay una gran inhumanidad en quien considera siquiera posible poner en la balanza la vida de una mujer contra la de un ser con menor organización que un renacuajo, o incluso un feto desarrollado. Si una mujer tiene cáncer y debe abortar para poder aplicarse quimioterapia, ¿de qué manera puede salvarse a la madre y al bebé? La solución, para los católicos, es dejar morir a la madre sin tratamiento, si pueden salirse con la suya; de lo contrario, convencer a la madre de que no puede “matar a su niño no nacido” y que debe soportar el dolor y la progresión de su enfermedad y ponerse en grave peligro. Si gracias a estas piadosas exhortaciones la mujer muere, su figura será tomada por la prensa católica como la de una mártir pro-vida y un ejemplo para todas las mujeres.

miércoles, 10 de abril de 2013

El aborto imposible de Aníbal Fernández

Hace pocos días el senador argentino Aníbal Fernández (un referente del kirchnerismo) dijo en una entrevista con el diario oficialista Tiempo Argentino que, tras la asunción de Jorge Bergoglio como Papa Francisco, “sacar el aborto ahora es imposible”, en referencia a los proyectos de ley largamente en danza, pero nunca tratados, para habilitar el derecho al aborto legal. (La consulta fue a causa del proyecto de reforma del Código Civil, que no incluye el tema del aborto pero sí otros a los que la Iglesia se opone y que los legisladores ignominiosamente ya han declinado pasar por alto.)



¿Qué quiso decir el senador Fernández?

¿Que el clima social ha cambiado tanto que sería políticamente un suicidio promover un proyecto de ley para legalizar el aborto? Esto no debería ser así, a menos que se transmita la idea de que el proyecto es un ataque del gobierno kirchnerista a la Iglesia y al papa. Tal cosa no sería extraña en principio; la táctica de jugarse por una medida divisiva, de forzar una confrontación para ganar iniciativa política y un lugar en la agenda, no es desconocida para ningún político exitoso y menos aún para el kirchnerismo. Pero la afabilidad de Cristina Fernández de Kirchner ante el papa, la alegría explícita de algunos de sus funcionarios y sobre todo la obvia constatación de que muchos kirchneristas están puerilmente felices por la elección de un papa argentino, hoy en día más popular que cualquier otro personaje público, hacen inviable esa posibilidad. A nadie le conviene ponerse contra el papa, en sí. Sería interesante ver qué ocurriría: si Francisco perdería su afabilidad ante un proyecto abortista y acusara directamente al kirchnerismo de hacer la obra del diablo, o bien si se limitaría a homilías graves y sonoras sobre la “defensa de la vida”.

¿Que los católicos están envalentonados y harían fracasar el proyecto? Quizá no sería un trámite fácil, es cierto, pero ningún proyecto de ese estilo lo sería. La posibilidad de una derrota legislativa no es agradable pero ni Aníbal Fernández ni ningún otro legislador comprometido debería resignarse a no presentar un proyecto por miedo a perder la votación. Por lo pronto, serviría para reconquistar los favores de la izquierda y los socialdemócratas hoy en parte interpretados por el diverso bloque del Frente Amplio Progresista. La experiencia de los socialistas, encabezados por el ex gobernador de Santa Fe, Hermes Binner, sería útil: el gobierno de Santa Fe no ha tenido mayores choques con la feligresía católica ni con su jerarquía, y no obstante está a la vanguardia en el país en garantizar derechos sexuales y reproductivos a los que la Iglesia se opone. El kirchnerismo sabe tanto o más que el socialismo cómo lidiar, a base de ambigüedad y gestos amables, con temas que desagradan a los líderes católicos.

¿Que la asunción de Francisco ha reavivado la fe del pueblo y su respeto por la doctrina católica sobre el aborto? Absurdo. La mayoría de los argentinos son católicos de nombre o tienen una religiosidad “a la carta”, como puede comprobarse anecdóticamente con facilidad y como de hecho ya se ha comprobado rigurosamente. La mayoría de estos católicos nominales, si se les pregunta, dirán que están felices por la elección de Francisco, por el nuevo rumbo de la Iglesia que él le imprimirá, por la vuelta de cierta fe difusa, nebulosa, en un cristianismo de los pobres y los humildes… pero siguen creyendo que el aborto es permisible en algunas circunstancias, que las mujeres tienen derecho a regular su reproducción, que no es humano obligar a toda mujer embarazada a gestar y parir un hijo no deseado o morir intentándolo. La fe de Francisco, el político populista, no es la de Benedicto, el teólogo estricto. Francisco no va a alienar a sus fans argentinos echándoles en cara más de lo que pueden tolerar, y dichos fans tienen ya bien internalizado un mecanismo de filtro para ignorar las doctrinas con las que disienten. Si no fuera así las iglesias ya estarían vacías.

¿Qué habrá querido decir, entonces, el senador Fernández? Quizá nunca lo sabremos con seguridad. Lo que sí sabemos es que no podemos contar con él ni con ninguno de sus correligionarios para hacer lo que hay que hacer por los derechos de las mujeres.

lunes, 8 de abril de 2013

La donación de Francisco

Hace unos días se hizo gran alharaca del gesto de generosidad del papa Francisco al donar cincuenta mil dólares a los afectados por la inundación en la ciudad de La Plata. Sin negar el valor del gesto en sí —hay unos cuantos argentinos bien conocidos que pueden tratar 50 mil dólares como cambio chico y sin embargo no han aportado ni una moneda— vale la pena indagar un poquito en el asunto de la procedencia de ese dinero. Para eso vamos a tener que hacer algunos números.


Lo que sigue es, entiéndase, grosso modo, burdo, aproximado, pero espero que riguroso en sus principios.

La Constitución Nacional argentina incluye un artículo (el 2°) que dictamina que “el gobierno federal sostiene el culto católico apostólico romano”. A ese artículo suelen apuntar algunos, no muchos, de los detractores del estado laico. Argentina no es un estado laico, pero desde su organización como nación estable ha habido una tendencia hacia esa visión. Algunos de nuestros primeros gobiernos tuvieron una actitud considerablemente hostil a la Iglesia Católica como institución, algo bastante entendible como rivalidad de un poder político naciente contra otro (la Iglesia) ya establecido, de dudosa lealtad a la causa de la independencia de España y, más tarde, ferozmente opuesto a las ideas liberales del estado en boga.

El artículo 2° es hoy un resabio de tiempos pasados y virtualmente nadie con conocimiento de causa lo interpreta como algo más que una obligación de dar dinero estatal a la Iglesia en compensación por pasados maltratos y en reconocimiento del valor de ciertas labores pastorales.

Hoy en día el sostenimiento se hace efectivo por medio de asignaciones monetarias a los arzobispos, obispos y obispos auxiliares (Ley 21.950), obispos (etc.) eméritos (Ley 21.540), a los seminarios, a los párrocos de áreas de frontera y otras. Todas estas asignaciones fueron reglamentadas a partir de leyes de la última dictadura militar. Ningún gobierno democrático de los que vinieron después ha tocado estas leyes, a pesar de tener sobrados argumentos para hacerlo si lo desease; tampoco lo solicitaron jamás los líderes de la Iglesia argentina reunidos en la Conferencia Episcopal, presidida durante seis años seguidos por el abanderado de la pobreza evangélica Jorge Mario Bergoglio.

Las asignaciones se vinculan al sueldo de un juez nacional de primera instancia. Un obispo titular en actividad recibe el 80% de este sueldo; un auxiliar, el 70%. Jorge Mario Bergoglio fue obispo auxiliar desde 1992 hasta 1997, luego arzobispo hasta noviembre de 2011. Olvidaremos el año extra como arzobispo emérito. Redondeando, fueron cinco años con una asignación del 70% y catorce con el 80% del susodicho sueldo de juez, que a principios de 2012 (al final de la carrera de Bergoglio) estaba en 17.426 pesos argentinos. El dólar oficial cotizaba entonces a 4,35 pesos. Redondeemos a cinco pesos, valor más cercano al real, y bajemos el sueldo citado a la cifra redonda más cercana (hago notar que ambos redondeos perjudican el argumento que quiero desarrollar).

Hemos de suponer (y es una gran suposición dados los vaivenes de la historia económica argentina, pero concédamelo el amable lector) que el salario de un juez no ha variado sustancialmente en poder adquisitivo de 1992 a la fecha, más allá de probables tropezones en épocas críticas. Es decir, supongamos que en valores corrientes el sueldo de un juez de primera instancia siempre correspondió aproximadamente al valor de esos diecisiete mil y pico de pesos de principios de 2012, dos o tres meses después de la renuncia de Bergoglio.

¿Cuánto dinero, entonces, recibió en valores de febrero de 2012 Jorge Mario Bergoglio desde 1992 hasta fines de 2011 como asignación del Estado? Cinco años como auxiliar y catorce como titular, a doce meses por año, a diecisiete mil pesos por mes modificados por los porcentajes correspondientes, dan

12 × (5 × 0.7 + 14 × 0.8) × 17000 = 2998800,

es decir, redondeando, tres millones de pesos (repito, en valores equivalentes de principios de 2012).

El lector avisado objetará que estoy acumulando valores como si Bergoglio se hubiera guardado todo ese dinero y lo hubiera preservado de la inflación a lo largo de casi veinte años. Tal cosa habría sido imposible en Argentina, aunque no con las inversiones adecuadas (por ejemplo, en inmuebles). A pesar de que mi argumento no descansa sobre esta idea, concedo el punto. Si tomamos sólo lo que Bergoglio recibió desde la primera asunción de Cristina Fernández de Kirchner hasta la renuncia de Bergoglio, dan cuatro años casi justos, unos seiscientos cincuenta mil pesos.

Los cincuenta mil dólares que donó el papa Francisco, al precio de ese momento que hemos elegido como base, equivalen a unos doscientos cincuenta mil pesos. (Debemos suponer que no adquirió esos dólares durante 2012 o lo que va de 2013, porque comenzando a fines de 2011 el gobierno fue recortando todas las vías de acceso legal a la compra de dólares.) Esto representa poco más de dieciocho asignaciones mensuales, es decir, apenas un año y medio del dinero que Jorge Mario Bergoglio recibió del Estado sólo por ser arzobispo católico (nótese que al tratarse de un período tan corto la inflación, aunque importante en Argentina, no afecta significativamente los importes).

Ningún funcionario religioso de otra religión recibe tales estipendios. Ningún funcionario elegido a dedo por un jefe de estado extranjero recibe de manera automática tales cantidades de dinero por parte del Estado argentino.

A fines comparativos podemos mencionar que a principios de 2012, mientras Bergoglio cobraba su asignación de casi catorce mil pesos, el denominado “salario mínimo, vital y móvil” era de 2.300 pesos, y el salario promedio, de 3.091 pesos: un obispo ganaba —sólo por ser obispo, cargo para el cual no se requiere otra cosa que ser elegido por el papa— cuatro y media veces lo que el promedio de los trabajadores.

Es muy posible que, al igual que otros jerarcas católicos, Bergoglio haya donado gran parte de su asignación a su diócesis. Por otro lado, es difícil que haya necesitado el dinero. El Estado paga los gastos de viaje de los jerarcas católicos; la arquidiócesis de Buenos Aires no es pobre; Bergoglio siempre tuvo buenos contactos. En todo caso, lo que Bergoglio hiciese con “su” dinero es irrelevante frente al hecho de que “su” dinero provenía del Estado por una mera cuestión de privilegio.

No son muchos los argentinos que tienen cincuenta mil dólares disponibles en una cuenta bancaria. Son bastantes, pero no millones; el trabajador argentino promedio no ve en su vida tanto dinero junto. De los muchos ahorristas que, fruto de la previsión de épocas más razonables, tienen algunos miles o decenas de miles de dólares atesorados en el banco, no son muchos los que los donarían así, y no por apego materialista sino por simple necesidad de conservar ese colchón contra las periódicas caídas catastróficas de nuestro país. Pero imagino que ser designado papa habrá influido en Bergoglio: ¿quién va a preocuparse de su futuro económico una vez ganado ese premio mayor?

El papa sólo podría sufrir alguna estrechez, de aquí hasta su muerte, si la Iglesia hiciera verdaderamente lo que Francisco con tanta pasión declama, que es volverse pobre y de los pobres, siguiendo el ejemplo de vida del santo de Asís. Creo que todos podemos estar seguros de que eso no ocurrirá jamás. Francisco tiene asegurado todos los años de vejez que le quedan en medio de los oros, la seda y los mármoles del Vaticano, atendido en sus menores necesidades por manos solícitas y trémulamente respetuosas de su sagrada investidura. Cincuenta mil dólares, para quien se ha ganado esa módica aproximación al imaginario cielo que predica el cristianismo, son poco y nada.

sábado, 6 de abril de 2013

Matrimonio gay, poliamor y presunciones indebidas

Cuando leí en ACI un titular al efecto de que los matrimonios homosexuales llevarían —según unos supuestos expertos— a la poligamia institucionalizada, lo mandé a mi papelera de reciclaje mental al principio, como casi todo lo que sale de ACI citando a esos “expertos” que la academia católica produce de manera endogámica y como en cadena de montaje.

Los expertos en cuestión son un jurista, un filósofo y un estudiante de filosofía política. La fuente original es una nota de opinión en el sitio de CNN, “que usualmente promueve la ideología y la agenda gay”, como truculentamente advierte ACI; la nota es un aviso pagado de un libro del trío. En su apuro por propagar el terror, el beaterío olvida mencionar a Ryan T. Anderson como co-autor, e introduce en cambio a un tal William Simon, de la Heritage Foundation… que murió hace trece años. (El error evidentemente proviene del hecho de que Anderson ocupa una cátedra con el nombre de Simon en la Heritage Foundation.)

Como de costumbre, la prensa católica busca aparecer imparcial cuando cita fuentes externas, supuestamente científicas o académicas, para justificar sus prejuicios y doctrinas arbitrarias. Olvida, entonces, mencionar que el jurista Robert P. George es considerado “el intelectual cristiano conservador más influyente de Estados Unidos” y que fue presidente de una organización específicamente creada para oponerse al matrimonio igualitario, la principal promotora de la infame Proposition 8 del estado de California, y conocida por sus tácticas de propaganda mentirosa contra los homosexuales y su aliento a la desobediencia de la ley civil respecto al matrimonio. Olvida también decir que Anderson fue editor asistente del periódico First Things, cuya misión es “promover una filosofía pública informada en temas religiosos para el ordenamiento de la sociedad”, es decir, un vehículo para la apología religiosa (judeocristiana). Los tres “expertos” están a su vez vinculados entre sí y con diversas organizaciones pertenecientes a la derecha cristiana conservadora autodenominada “libertaria”, que en su discurso público enfatiza —irónicamente— un estado pequeño y que no se entromete en asuntos religiosos. (Uno de los temas que resaltan en las misiones de estas organizaciones y los campos de experticia de estos académicos es la “libertad religiosa”, entendida obviamente como la libertad de los cristianos reaccionarios para preservar el statu quo de privilegio del que gozan.)

Antes del libro estos tres autores prepararon el terreno con un paper, titulado What Is Marriage (“Qué es el matrimonio”), que mereció una crítica algo compleja que quisiera compartir (su autor es el filósofo Richard Yetter Chappell).

Para empezar, la llamada “defensa del matrimonio” (es decir, la discriminación contra el matrimonio entre personas del mismo sexo y su restricción legal a las parejas heterosexuales) se basa en la llamada visión conyugal del matrimonio, según la cual el matrimonio es distinto de cualquier otra relación porque en él se ponen en juego de forma comprehensiva nuestros cuerpos con un propósito específico (la procreación) para el cual estamos biológicamente preparados y que no podemos realizar sin esa unión. Estamos incompletos sexualmente y el matrimonio hombre-mujer es la única relación “correcta” que resuelve esa incompletitud. Cualquier otro tipo de unión no es tan completa.

La principal crítica aquí es que todo esto es una presunción metafísica y que estos axiomas metafísicos no son un buen punto de partida para las leyes. Otras relaciones humanas pueden ser igualmente especiales y valorables, incluyendo las relaciones de profundo amor o amistad o complementariedad que no incluyen el sexo (como el caso de parejas incapacitadas para el sexo o sin deseo sexual). Para los autores del paper, pensar en llamar matrimonio a estas otras relaciones llevaría a que la gente empiece a relajar sus exigencias hacia sus propias relaciones matrimoniales.

El asunto del poliamor también está en el paper, pero no en la crítica que acabo de citar. Baste decir que los argumentos se basan en el miedo; tantos estudios académicos no logran que estos tres autores lleguen a algo más que, en efecto, profetizar que si se le da a la gente la posibilidad de casarse con personas del mismo sexo luego querrán hacerlo con varios cónyuges a la vez, con sus padres, con sus hermanos o con animales. Son las mismas ideas que, con menor sutileza pero idéntica incomprensión e intolerancia, profirieron curas, obispos y otros mercenarios académicos de la Iglesia Católica cuando se debatía el matrimonio igualitario aquí en Argentina y en otros lugares. Son las mismas porque no hay otras y porque de todas las argumentaciones falaces ésta, que se basa en la repulsión al sexo, es la más sencilla de todas.

miércoles, 3 de abril de 2013

A los pies del Papa

Han pasado unos cuantos días pero la ola de obsecuencia babeante hacia el Papa no se ha abatido del todo. He aquí un breve registro de su paso.

En Buenos Aires, el legislador Daniel Amoroso propuso cambiar el nombre de la Av. Carabobo, que pasa por el porteño barrio de Flores donde vivía Jorge Bergoglio, por Papa Francisco. Otros dos legisladores propusieron bautizar “Papa Francisco - Plaza Flores” a una estación de subterráneo que, sin haber sido inaugurada aún y luego de repetidas postergaciones, ya había sido renombrada una vez antes (lo que demuestra lo ocupados que están nuestros legisladores). Todos ellos parecen no haber tenido en cuenta que hay una ley que prohíbe poner nombres de personas a lugares públicos hasta diez años después de su muerte. Para no perder el tiempo, de todas formas, el gobierno de la Ciudad gastó una cantidad no explicitada de dinero en una gigantografía del Papa Francisco en pleno centro; el material, según se aclaró, se utilizará luego para confeccionar bolsas que serán subastadas a beneficio de la Vicaría Episcopal para la Pastoral en Villas de Emergencia —es decir, luego de homenajear al líder de la Iglesia, el Estado recaudará dinero y se lo dará a la Iglesia para que ésta lo use para pastorear a los pobres de los que el Estado no se encarga.


En Rosario, el concejal Jorge Boasso propuso renombrar una cuadra de la calle Buenos Aires, que pasa frente a la Catedral, como Papa Francisco, quizá sin observar que la misma cuadra aloja a la Municipalidad, edificio e institución eminentemente laicos (en teoría). En La Plata, rápido de reflejos y desprovisto de los escrúpulos burocráticos que afligen a las legislaturas, el mismo intendente se encargó de nombrar por decreto un tramo de calle homenajeando al papa.

Un grupo de oración de mujeres le hizo llegar un pedido similar al concejal de la ciudad de Tucumán Ernesto Nagle, quien se confesó “más papista que el Papa” y notó que “sólo tres opositores no apoyaron” el proyecto porque “no entienden la bendición que recibió el pueblo argentino”. Los concejales justicialistas de la ciudad bonaerense de General Alvear propusieron lo mismo, argumentando que “una esperanza tan fuerte merece ser plasmada en actos de gobierno que contribuyan a concientizar sobre los valores” que representa el Papa (¿valores como cuáles?).

No faltaron quienes vieron paralelos entre la alegría papista y la futbolera. Como para reafirmar esa impresión, el director técnico de la selección de fútbol italiana propuso un partido amistoso Italia–Argentina en homenaje a Francisco. El mundo ya se enteró de que el Papa es fan de San Lorenzo (un feligrés le hizo llegar una camiseta del equipo, que el pontífice recibió con evidente alegría tras hacer detener el papamóvil), lo cual lo hace el cuervo más famoso del mundo (¡chupate esa mandarina, Viggo Mortensen!) y es una oportunidad de marketing de primera para el club… como para todo el que haya logrado pegar su figura a la del papa.

Más allá del fervor católico, en un 90% de los casos fingido o superficial, la crux del asunto está, en una figura que Martín Caparrós, como casi siempre genial, diagnosticó con certeza:
La figura más clásica de la tilinguería nacional, el Argentino Que Triunfó en el Exterior, encontró su encarnación definitiva: si, durante muchos años, Ernesto Guevara de la Serna peleaba codo a codo con Diego Armando Maradona, ahora se les unió uno tan poderoso que ni siquiera necesitó morirse para acceder al podio.
Amén.

lunes, 1 de abril de 2013

Francisco, el papa de los gestos admirables

Estaba lejos de casa cuando Benedicto XVI dimitió, y me tocó nuevamente estar lejos cuando Francisco asumió como papa de la Iglesia Católica. Esta vez eran unas largas vacaciones; así pude escapar bastante al torrente de admiración acrítica, estúpida o patéticamente excusatoria que llevó consigo, triunfante, la barca de la iglesia con Jorge Bergoglio recién puesto al timón.


No es que hayan faltado críticas. Las hubo y muchas, pero se han centrado en lo que Francisco personalmente hizo o dejó de hacer durante la dictadura militar, en su ya infame carta a las monjas carmelitas donde llamaba a una “guerra de Dios” e indirectamente llamaba a los activistas por el matrimonio igualitario instrumentos del Demonio, o (en el caso de los que apoyan al gobierno kirchnerista) en sus operaciones políticas contra los Kirchner. Los defensores de Francisco han podido salir del paso de estos cuestionamientos sin demasiados problemas. El asunto de la dictadura se “resolvió” mostrando testimonios de personas a las que Jorge Bergoglio ayudó a escapar de la dictadura o el del Premio Nobel de la Paz certificando que Bergoglio no fue un colaboracionista, denunciando una campaña sucia por parte de un sector de la izquierda anticlerical y haciendo hablar al jesuita sobreviviente del incidente que se le endilga a Bergoglio desligándolo de toda responsabilidad. Que una persona pueda ayudar a unos y hacer la vista gorda con otros no se le ocurrió a nadie; que el mismo Premio Nobel de la Paz haya dicho hace sólo ocho años que Bergoglio no debía ser elegido Papa porque había sido —como mínimo— “ambiguo” ante la dictadura, que cualquier cosa (desde un caso de pederastia hasta el lavado de dinero) sea para los católicos prueba de una “campaña sucia”, o que el sobreviviente y único acusador directo de Bergoglio esté en un monasterio de clausura de su orden bajo votos de obediencia, tampoco. Con respecto a la casi surrealista referencia al demonio y la guerra divina, he notado con desconcierto que incluso los que no son papafranciscanos acérrimos defienden al papa con un argumento que se resume en “Pero si es un líder católico, ¿qué querías que dijera?”, como si la libertad de pensar y elegir las palabras de manera de no incitar a interpretaciones extremas quedara anulada al ponerse la mitra episcopal.

Los papafranciscanos incluyen a más de un ateo y hasta a unos cuantos anticlericales típicos, que han quedado genuina e ingenuamente embelesados ante la “humildad”, la “austeridad” y algunos de los gestos de Francisco, que —bien vale aclarar— no han tenido aún ningún efecto visible y concreto sobre la Iglesia o sobre los millones de fieles de los cuales ésta se alimenta, si se descuenta la donación (presunta) del equivalente del pasaje de avión a Roma por parte de dos senadores argentinos, que se ocuparon de publicitar ampliamente su renuncia a viajar a la asunción papal. La autoasumida “pobreza” de Francisco, su sonrisa afable, su trato de igual a igual con personas sin jerarquía, sus zapatos negros de marca barata, sus viajes en transporte público en Buenos Aires, ¡hasta el hecho de que compre el diario en la esquina y tome mate como cualquier argentino!, han transformado el cargo de líder de la Iglesia Católica a sus ojos.

Y aquí es donde tengo que criticar, y criticar en serio. Me importa, francamente, un comino si Francisco es amable o despreciativo con los cartoneros, con su diariero o con los obispos sobre los que ahora gobierna cual rey feudal sobre sus reyezuelos vasallos (el modelo de gobierno de la Iglesia es precisamente ése y no otro). No podría importarme menos si lava los pies a doce hombres pobres en Semana Santa, en un ritual muy conmovedor para algunos pero que no me mueve un pelo a mí. Me parece suprema y abrumadoramente falto de significado que pida pobreza y abnegación a los sacerdotes y lo ejemplifique no usando zapatos de Prada. Sobre todo me tiene sin cuidado que esos gestos sean planeados o espontáneos. La personalidad del pontífice y sus acciones y dichos accidentales pueden influir en su iglesia y en la visión que otros tienen de su iglesia, pero no me influyen directamente a mí, porque yo no soy parte de esa iglesia.

Que los papafranciscanos festejen y se festejen por tener un “papa de los pobres”, mientras ellos mismos comen todos los días y mandan a sus hijos a escuelas católicas carísimas, y mientras los pobres y marginales —echados en brazos de la Iglesia por un Estado ausente y una ciudadanía que los rechaza— reciben catecismo y limosnas en vez de educación sexual y anticonceptivos. Que crean que no usar zapatos rojos o renunciar a la limusina papal es importante, mientras el Banco Vaticano sigue lavando dinero de la Mafia y los obispos de todo el mundo, incluyendo y especialmente los del Tercer Mundo, viven como príncipes, a veces sostenidos por el mismo país que los cobija. Que los admiradores del nuevo papa —agnósticos de corazón tibio, ateos sin formación o con demasiada formacion y católicos “liberales”, “moderados” o de nombre— se alegren porque Francisco trae para la Iglesia un cambio, como si la Iglesia pudiera cambiar hacia algo distinto que su propia preservación o le interesara luchar por algo más que el poder propio. Francisco trae consigo un cambio de imagen, seguramente, pero ¿en qué puede beneficiarnos que la imagen de la Iglesia mejore?

Cada obispo argentino (como Jorge Bergoglio hasta no hace más de dos años) recibe del Estado una asignación mensual equivalente al 80% del sueldo de un juez federal de primera instancia; no tengo la cifra exacta, pero está en el orden de diez veces el salario mínimo. Cada obispo emérito (como Jorge Bergoglio desde su renuncia al episcopado hasta su asunción como papa, y quizá todavía) recibe el 70%. La pobreza y la austeridad podrían empezar por casa. Las leyes que reglamentan y ordenan esas asignaciones escandalosas fueron firmadas por miembros de la última dictadura, y pueden ser derogadas. ¿Por qué no llama Francisco a su nueva admiradora, Cristina Fernández de Kirchner, y le pide que haga ese gesto, que les serviría políticamente a ambos, especialmente luego de que el sector anticlerical del kirchnerismo quedase descolocado ante la admiración bobalicona de su intrépida líder, que fue mucho más allá de las exigencias del protocolo, por su antiguo enemigo? Y ya que está, que le pida estudiar la posibilidad de derivar progresivamente los subsidios que el Estado paga a las escuelas católicas privadas hacia la construcción y mantenimiento de escuelas públicas laicas, gratuitas, y al mejor pago de los maestros que hoy enseñan en ellas en condiciones espantosas. Tal sugerencia sería una interferencia de la Iglesia en política, asunto del cual la Iglesia siempre se lava las manos, pero no más grave que los mensajes del propio Bergoglio contra el matrimonio igualitario, por nombrar sólo un asunto de los muchos en los que ha intervenido.

Vuelvan aquí, fans de Francisco, cuando su precioso papa haya hecho eso o la mitad de eso o algo, cualquier cosa, que signifique algo más que un rito o un cambio de vestuario. Estoy esperando.