El sábado 3 de abril fue la segunda jornada del
II Congreso Nacional de Ateísmo.
Comenzó hablando
Héctor Palma, con una ponencia titulada “Metáforas religiosas y otros desvías en la comunicación pública de la ciencia”. El tema de arranque fue la evolución y el supuesto debate o controversia de la que los medios hablan cuando la confrontan con el creacionismo o la pseudo-teoría del diseño inteligente. Aquí en Argentina, explicó, no hay tal debate porque la evolución directamente no se enseña, o casi; los maestros no están preparados, y la Ley Federal de Educación deja los contenidos en manos de las provincias. Palma advirtió que no toda la oposición a la evolución proviene de fundamentalistas religiosos; en los colegios católicos se da una situación ambigua (se acepta la evolución pero al mismo tiempo se habla del hombre como una creación especial de Dios).
Entre otros artículos periodísticos mencionó uno del diario
Clarín que llamaba “polémica” a la teoría de la evolución, y uno de
Página/12 que hablaba de “Una evolución en la Iglesia”, utilizando la palabra como si significara “progreso”, el cual es uno de los errores más comunes y más graves en el tratamiento periodístico de la teoría. Otro problema son las metáforas equívocas como hablar de que estamos “adaptados para” alguna cosa (sugiriendo intencionalidad o diseño).
El infame mote de “
Máquina de Dios” con el que se bautizó al
Gran Colisionador de Hadrones también mereció una mención, junto con las especulaciones sobre las fallas del LHC, atribuidas (seriamente) a la idea de que “Dios” o alguna propiedad intrínseca del universo
no “quiere” que se produzca un
bosón de Higgs. Aunque esto suscitó risas en la audiencia, a mí enseguida me recordé la hipótesis de Roger Penrose sobre la
censura cósmica.
La charla de Palma estuvo muy buena, con la única excepción de cierto abuso de la palabra “fundamentalista”, con la que etiquetó, por ejemplo, a los
sociobiólogos y los psicólogos evolutivos. Entiendo que el término debe usarse con propiedad y que estas disciplinas científicas son parte de una variedad de opiniones legítimas.
A continuación hubo una mesa con tres panelistas.
Inés Pérez,
Andrea Torricella y
Paola Rafetta. Torricella comenzó hablando de la
Ley de Educación Sexual Integral, aprobada en 2006 pero nunca implementada como se debía, por desidia y por presión de la Iglesia Católica. En ese sentido recordó una presentación PowerPoint que el
Consejo Superior de Educación Católica (CONSUDEC) armó para difundir una serie de argumentos sofisticados que denostaban la perspectiva de género prevista en la ley. La versión final de la misma terminó conteniendo la semilla de su propia inutilidad:
“Cada comunidad educativa incluirá en el proceso de elaboración de su proyecto institucional, la adaptación de las propuestas a su realidad sociocultural, en el marco del respeto a su ideario institucional y a las convicciones de sus miembros” (Art. 5). Vale decir, cada escuela puede adaptar su programa a los prejuicios y tabúes locales.
Pérez habló después de los argumentos en contra del derecho al matrimonio para los homosexuales. Aquí no había nada nuevo para los que habíamos seguido el debate, pero la recopilación fue correcta.
Raffetta fue, como explicó, una invitada imprevista en el panel, en representación del grupo de jóvenes de la
Comunidad Homosexual Argentina (CHA). Improvisó con soltura una charla sobre la persistencia de los estereotipos de género en la cultura. Ya casi nadie cree, dijo, que Adán y Eva existieron realmente tal como lo narra la Biblia, pero la mayoría (ateos inclusive) sigue teniendo en la cabeza la idea de que fuimos hechos hombre y mujer y que de allí se derivan actitudes esperadas, roles típicos, y todo lo demás, siendo que la realidad es mucho más complicada.
El siguiente fue
Jorge Fernández con su ponencia “El arte entre el dogma y la libertad”. Hablando de memoria y con ayuda de diapositivas, nos dio un panorama sumamente interesante de la relación entre el dogmatismo y la racionalidad con el arte religioso (incluyendo la arquitectura de los templos) en la esfera del imperio romano occidental, desde el inicio del cristianismo hasta el siglo XVII aproximadamente. Explicó que no se puede entender el arte de una cultura sin entender el
Zeitgeist y su cosmovisión, y dio una sentencia impactante: “Occidente no da religiones”. En efecto, el cristianismo proviene de la síntesis del racionalismo occidental de la filosofía aristotélica con una religión oriental. El dogma, la teología, son estructuras filosóficas montadas
a posteriori sobre el proto-cristianismo.
La charla fue larga y llena de conceptos que me costaría mucho transmitir en pocas palabras. Se habló de la alternancia entre teocentrismo y antropocentrismo, del simbolismo del arte religioso, del tratamiento más o menos realista de la figura humana, de las iglesias oscuras y macizas del románico vs. las amplias y gráciles del gótico, de la religión del guerrero y el campo vs. la religión de la virgen y la ciudad. La historia progresa por crisis y renovaciones: el
románico hizo crisis porque el dogma, duro y racional, no llegaba al corazón de los fieles; el
gótico trajo espacios llenos de luz, símbolo de la elevación espiritual y de la divinidad; su crisis —una época de herejías y guerras, la Reforma y la Contrarreforma— dio paso al
Renacimiento, con un arte humanista y profano; su crisis a su vez llevó al
manierismo, con su gusto por la muerte y el morbo, el pesimismo de una época que ha visto como la ciencia destrona al hombre de su posición central en el universo (Copérnico), etc.
En medio de la charla se empezaron a escuchar ruidos que venían de afuera: cantos, algo como percusión, y un cierto revuelo. El disertante siguió como si nada (lo cual me pareció muy bien) mientras algunos nos volvíamos en nuestros asientos, y otros, incluyendo los organizadores, salían a ver qué pasaba. Supimos que un rebaño de creyentes evangélicos (pentecostales, aparentemente), azuzados por su pastor, habían venido con pancartas, con bombos, y con un equipo de música portátil de gran potencia, a protestar por los ateos que habíamos osado demostrar nuestra existencia, y a proclamar a grandes voces que Dios sí existía y que ellos habían hablado con Él. La cosa no pasó a mayores pero le ganó al Congreso más cobertura periodística y una carta del pastor reafirmando que la culpa del disturbio la teníamos nosotros, por andar provocando a los fieles, para quienes la fe es también pasión: eufemismo para indicar que cuando a un creyente se le cruza algo que molesta a sus creencias, se vuelve irracional y violento. (El mismo uso de la palabra “pasión” es habitual cuando se habla de los barrabravas y el fútbol.)
La charla de Fernández fue una de las más buenas del Congreso, en mi opinión, y la que más cosas me enseñó; seguramente un estudiante de historia del arte le habría encontrado algún defecto, pero creo que en el escaso tiempo disponible logró meter en un formato accesible muchísima información.
Continuará con la segunda parte del día 2…