martes, 29 de junio de 2010

Red Familia Rosario: la ola naranja del fundamentalismo (A196)

Siguiendo un comentario casual me entero de que hay aquí en mi ciudad un grupo de personas que, bajo la denominación de Red Familia Rosario y con el latiguillo del “queremos papá y mamá” y la “defensa de la familia” está haciendo campaña por las calles contra el matrimonio igualitario o —como veníamos llamándole— matrimonio homosexual.

De hecho, Red Familia es, como dice su página en Facebook, un conglomerado de
distintas ONGs, instituciones de la Iglesia Católica, Iglesias Evangélicas de Rosario, practicantes de otros credos, y vecinos de la ciudad de Rosario [que se han] congregado para conformar una red cívica de promoción de actividades en defensa del matrimonio heterosexual y de la familia compuesta por un padre, una madre y sus hijos.
Se los identifica por sus vestimentas y/o carteles de promoción de color naranja; este color y el logo son tomados de la agrupación Argentinos por los Chicos, de cuya página en Facebook tuve el gusto de ser expulsado y baneado luego de intentar contribuir con información objetiva al “debate” que proponen.

Red Familia Rosario está planeando concentraciones en la Plaza Pringles, en pleno centro de Rosario, los días 7 al 9 de julio; para este último, Día de la Independencia y feriado nacional, un locro gratuito y una movilización en esa misma plaza. La publicidad de este programa la está haciendo, entre otras, la Agrupación Mayor de FASTA Rosario (una milicia católica fundada por un sacerdote pro-nazi) y Rosario es Pro Vida (que invita a sumarse a la Oleada Naranja).  Ignoro cuál será mi programa para esas fechas, pero la verdad, me resulta bastante desagradable que un grupúsculo de ignorantes retrógrados cope un lugar tradicionalmente concurrido por marchas progresistas y por manifestaciones a favor de variados derechos para mostrarle a la ciudad sus prejuicios, especialmente en el día en que se conmemora la independencia del país.

Red Familia ya ha estado haciendo campaña en la calle, aunque no muy masivamente. En su página de Facebook hay dos videos cortos de baja calidad que muestran a un pequeño grupo de jóvenes cantando en medio de Boulevard Oroño, con un par de carteles naranja, durante un semáforo en rojo, además de algunas fotos allí, en la Plaza Pringles y en la Terminal de Ómnibus, donde están etiquetadas muchas personas pertenecientes a movimientos juveniles católicos, la Pastoral Universitaria de la Arquidiócesis y otros (la mayoría no presentes). Aunque el grupo es lastimoso y su supuesta alegría pro-familia resulta algo patética, los carteles son grandes y están bien impresos, lo cual deja en claro que la oposición a los derechos igualitarios está, al menos en este caso, orquestada y financiada por la Iglesia Católica.

Además de los eventos anunciados hay una “jornada informativa” en el Colegio San José (católico) y una “charla abierta” en el Hotel Presidente (dictada por un evangélico), ambas el día viernes 2 de julio por la noche. Sospecho que habrá bastante poco de información y de apertura allí, y si tuviera tiempo, carácter y una guardia armada quizá iría a uno o los dos eventos, pero no va a poder ser.

No hay en estos grupos debate ni confrontación de ideas, ni se admite diversidad de opiniones; lo poco que no debe su inspiración a la doctrina cristiana tradicional se sustenta en prejuicios machistas y homofóbicos e ideas primitivas, no muy elaboradas, sobre los roles del hombre y la mujer, que son comunes a la educación recibida por casi todos los argentinos. Según esta forma de ver, un Homo sapiens que nace con una vagina es una mujer, destinada a jugar con muñecas, vestirse con polleras, aprender a cocinar y a ser delicada y sumisa, y más tarde a casarse con un hombre (Homo sapiens con pene), tener hijos, cuidarlos abnegadamente, atender a su marido, y educar a sus hijas para que sean como ella, se casen, le den nietos, etc. De manera similar con los hombres. Todo lo que se salga de esta estructura es perverso, anormal y/o inmoral.

Si algo se sale de todas formas y no da muestras de conflicto interno alguno (como las muchas parejas homosexuales felices, las familias ensambladas y las madres solteras exitosas), se lo niega. Es la única forma de ignorar la diversidad existente en nuestra especie, la variedad de la sexualidad humana, de las familias humanas, de los arreglos sociales, sexuales y sentimentales que se dan desde que el mundo es mundo. En el transcurso del “debate” sobre el matrimonio sin distinción de sexo se han escuchado todo tipo de barrabasadas de esta clase, que exceden con mucho el tema específico. Negación de la realidad, negación de hallazgos científicos, paranoia, repetición de eslóganes vacíos y lo que yo llamaría “justificación por el asco”, que se resume en que, para estas personas, llamar a algo antinatural, un engendro legal, una perversidad, vale para cerrar la discusión.

domingo, 27 de junio de 2010

Herejes

Recordarán ustedes que el otro día hablábamos del parecido entre la religión y el fútbol. Herejes es un documental de Augusto Jacquier sobre el fervor mundialista y sobre los que no lo comparten (compartimos) y se ven (nos vemos) tratados como “amargos”, “antinacionalistas” o “fracasados” (palabras textuales). Se puede ver en tres partes en YouTube. Tómense un ratito (serán unos 25 minutos) y sigan leyendo.






El cortometraje fue filmado aquí en Rosario, y cabe notar que, aunque se refiere al Mundial 2006, nada hay que no pueda aplicarse a 2010 o a Copas del Mundo anteriores. (El presidente de entonces es ahora el Primer Caballero, la carne sigue estando por las nubes, y los políticos siguen aprovechando el Mundial para no hacer lo que deben. Sólo los miembros de la Selección Nacional han cambiado… y la tienda C&A que aparece en el fondo de una escena cerró hace un año.)

Unos cuantos de mis lectores se molestaron por la comparación entre fútbol y religión. Yo no tengo ningún hobby absorbente ni soy fan de ningún deporte o actividad específica, pero creo poder imaginar lo molesto que suena, para un ateo, que comparen algo que le apasiona con una religión. Eso no quita que la comparación sea válida hasta cierto punto.

Pensando me di cuenta de que la cultura futbolística argentina se parece, no a una religión entera, sino a la cultura de los fieles de cierto tipo de religión; específicamente una religión de facto oficial como el catolicismo en Argentina. Nuestra cultura del fútbol también coincide en más de un punto con la cultura popular y mediática que rodea al hecho religioso.

Por lo pronto, aunque en el documental aparecen retratadas unas cuantas opiniones desagradables e intolerantes, hay una mayoría de futboleros más o menos tolerantes, de la misma manera que ocurre con una religión como el catolicismo. Al estar ampliamente aceptada y legitimada, la religión futbolera se ve a sí misma como parte inseparable de la cultura y de nuestra nacionalidad, y si bien la “apostasía” y la “herejía” no son bien vistas, se las toma en general con una mezcla de humor e incomprensión. Como los “herejes” somos minoría, no resultamos amenazantes. Si levantamos la voz, no obstante, nuestro disenso resulta irritante, y para algunos hasta blasfemo.

Me dicen que el fútbol no es una religión porque no tiene dogmas. Claramente no era mi intención llevar la analogía tan lejos, pero el fútbol sí tiene ciertas actitudes casi dogmáticas, la más notable de las cuales es que el hincha debe siempre profesar fe en el triunfo de su equipo (¿cuántos hinchas, al preguntárseles, sopesan racionalmente las posibilidades y concluyen que su equipo va a perder?). Por lo demás, si en el fútbol no hay dogma ni doctrina, en el catolicismo se puede prescindir casi todo el tiempo de esas cosas (¿cuántos creyentes se saben el Catecismo?): el resultado es que en ambos casos basta con actuar con arreglo al ritual para parecer y sentirse parte. Ésta es quizá la mayor similitud entre fútbol y religión: la conformidad irracional con comportamientos automáticos y pensamientos poco profundos. No hace falta ser dogmático para ser intolerante; lo único que podríamos llamar dogma, tanto en fútbol como en la religión popular, es el mandamiento de actuar igual que la masa.

La cuestión de la aceptación social y mediática también acerca al fútbol y la religión. Está tan mal visto hablar de uno como de otro (de hecho, son dos de los tres temas que está tácitamente prohibido tocar en las reuniones) porque es potencialmente divisivo; el rechazo total suscita acusaciones de “intolerancia” o “amargura” y de ganas de “arruinar la fiesta”.

Personalmente creo que el fútbol debería jugarse fuera de las ciudades, que los clubes deberían encargarse del transporte de los hinchas, y que al primer disturbio serio debería cancelarse toda la temporada, para seguridad de los propios hinchas y del resto de la población. Laicidad aplicada al deporte, podría decirse. Expresar esta opinión entre gente conocida sería más o menos lo mismo —en cuanto al revuelo causado— que proponer que el Estado confisque las propiedades de la Iglesia, obligue a los curas a trabajar y confine las procesiones a los patios de los templos. Tales cosas no pueden decirse en la mesa y mucho menos en los medios, que aceptan acríticamente que los líderes religiosos tienen privilegios y que la práctica religiosa no puede ser restringida de ninguna forma, ya que es intrínsecamente valiosa.

Vale quizá un ejemplo. Todos los años, en Rosario, el sacerdote sanador Ignacio Peries lidera un Via Crucis en Viernes Santo. Un gran barrio de la zona noroeste de la ciudad queda virtualmente paralizado durante el día. Columnas de miles de personas lo invaden, dejando a su paso pañales descartados, orines en cualquier lugar, botellas y envoltorios arrojados en la calle, veredas pisoteadas; los recorridos del transporte público son reorientados, y el gobierno organiza un operativo policial y de control masivo. Los vecinos no pueden entrar ni salir con facilidad; los que vivimos más lejos sufrimos el retraso de los ómnibus. El único propósito de esto es permitir que mucha gente siga un ritual que podría hacer en su propia parroquia o en su casa, sin molestar a nadie, y vaya a adorar a un personaje carismático.

Pues bien: todas las semanas, en temporada, algo parecido aunque en menor escala ocurre en torno a uno de los dos estadios de la ciudad, situados, para peor, cerca o en medio de grandes parques públicos. Los feligreses son menos, pero más fervorosos; van al partido no para verlo sino para participar en el fervor colectivo, y una importante proporción de los mismos entra a la cancha borracho, drogado o ambas cosas. Los ómnibus se desvían, las calles se saturan, los vecinos quedan encerrados en sus casas, los comercios cierran, el espacio público es copado por un sector de la sociedad a quien no le importa el resto de los mortales, y cada tanto hay heridos o vandalismo.

Todos los problemas y desmanes del fútbol son excusados de la misma manera que se excusa el desastre causado por el Via Crucis del Padre Ignacio. Se da por sobreentendido que los problemas no son parte inseparable del fervor sino un mero accidente, un ingrediente extra, excepcional y desafortunado. El fervor, la pasión, la mística, se consideran puros y buenos en sí mismos. El fútbol no puede suspenderse, sin importar qué, de la misma manera que la manifestación religiosa no puede recortarse: ambas cosas serían muestras de “intolerancia”. En esto concuerdan tanto los hinchas más brutos como el más respetado de los periodistas deportivos.

Me dicen que el fútbol en sí mismo no es dañino. Pero ¿cuántas veces hemos escuchado de parte de los creyentes que la religión o la fe no son dañinas per se? Por supuesto que el fútbol no es en sí mismo malo. Creer en dioses y espíritus tampoco lo es. Pero ni el fútbol ni la religión existen como entidades abstractas flotando en el vacío. Una religión puede tener postulados morales muy buenos pero no existirá realmente en el mundo hasta que la gente la practique. El fútbol es simplemente un deporte, pero el fútbol no se manifiesta en la realidad sino cuando los equipos se juntan frente a un público en un estadio. De la misma manera que el cristianismo no es sólo un conjunto de dogmas y doctrinas sino una cultura, el fútbol no es sólo unas reglas y un par de equipos idealizados sino un fenómeno social.

La laicidad sirve para separar la práctica de la religión del funcionamiento del estado, permitiendo que la fe sea ejercida pero sin meterse en las vidas de quienes no la profesan. Hemos dado algunos tímidos pasos en esa dirección. Pero en la religión del fútbol no existe esa separación, y ni siquiera se habla de ella. ¿No será hora?

martes, 22 de junio de 2010

Día de Cocinar un Cristo: 3 de julio

Javier Krahe
Resulta que el cantautor español Javier Krahe grabó, en 1978, un corto video satírico donde mostraba “cómo cocinar un Cristo para dos personas”. En 2005 algunos fotogramas del video fueron utilizado como fondo para una entrevista a Krahe emitida por el programa Lo+Plus, de Canal+. Eso bastó para que una organización integrista católica demandara a Krahe por “atentar contra los sentimientos religiosos”, un delito según la ley española, solicitando una multa de €192.000.

A partir de esto se ha creado en Facebook el evento denominado “Día de Cocinar un Cristo” (en inglés, Everybody Bake Jesus Day), para el 3 de julio. La iniciativa partió de Nirmukta, una organización que promueve el librepensamiento en la India, al enterarse del asunto Krahe por un post en el blog de PZ Myers, Pharyngula, quien a su vez había sido advertido por José María Mateos, alias RinzeWind, quien escribe Las penas del Agente Smith. La convocatoria:
Apoya la libre expresión cocinando a Jesús en tu tarta, galleta, pastel, bollo, lo que sea favorito. Monta una barbacoa y asa costillas de cerdo con forma de Jesús. Si eres vegano, cocina un Jesús de tofu. Quizá prefieras juntarte con tu vecino Jesús y “cocinar” juntos.
Creo que es una buena manera de aprovechar el empuje de eventos como el Día de Dibujar a Mahoma (que se realizó el 20 de mayo), sin olvidar tampoco el Día de la Blasfemia (30 de septiembre). Dudo que muchos en España supieran que existía esta ley. Nos sorprendimos cuando Irlanda aprobó su ley contra la blasfemia, pero la española parece incluso peor. Eventos como éstos, que saltan a los blogs masivos y de allí a los medios, son necesarios para lograr que el público en general sepa el riesgo que corre su libertad de expresión.


Dirán muchos que ejecutar una burla elaborada a la fe es una provocación y una falta de respeto. ¿Y bien? Una persona racional no debe responder a las provocaciones, y las faltas de respeto no deberían ser objeto de la ley, salvo que vayan acompañadas de daños reales o de amenazas de violencia. Si yo insulto a alguien y ese alguien me golpea, el daño lo ha hecho él, no yo. Otros dirán que no se sienten personalmente coartados en su libertad porque ellos nunca blasfemarían con tanta alevosía. ¿Están seguros? ¿Y quién va a decidir eso? En Irán el gobierno ahorcó a varios disidentes hace poco luego de calificarlos como “enemigos de Dios”. En la misma España bajo el franquismo, como aquí en Argentina durante la última dictadura, criticar el catolicismo de estado equivalía a socavar las bases de la sociedad, y por extensión, atacar al gobierno. Aquí mismo tiene buenas chances de ser aprobada una ley para privilegiar la protección del discurso religioso.

En cualquier estado donde una religión predominante tenga influencia está latente la utilización de los sentimientos religiosos como excusa para el castigo legal, dándole al gobierno una vía para la supresión de otras críticas. Aun sin contar con eso, toda ley que castigue algo tan nebuloso, tan vagamente definido como un “ataque a los sentimientos religiosos” es una invitación al abuso. Así que vamos: ¡a cocinar a Jesús se ha dicho!

viernes, 18 de junio de 2010

Excomunión para los hipócritas (A195)

Carta al obispo Palentini
Si esto no es ser más papista que el papa, no sé qué lo es. El Dr. Fernando Bóveda, abogado, le ha pedido por carta al obispo de su diócesis de Jujuy, Marcelo Palentini, que excomulgue a los legisladores católicos que votaron a favor de la media sanción del matrimonio homosexual.

La carta, fechada en San Salvador de Jujuy el día 8 de junio, expresa el “asombro” de Bóveda por “la forma artera [en que] se está atentando contra la familia cristiana”, y le pide al obispo que prohíba recibir la comunión a los diputados jujeños que votaron a favor y a los senadores que piensen hacerlo. Ni siquiera cabe permitirles que se abstengan, ya que “a los tibios los vomita Dios” y hay que marcar una posición. “El presente lo está convocando a una lucha de resistencia histórica”, le advierte a Palentini, pero le da confianza: “nuestra iglesia a lo largo de la historia fue perseguida una y mil veces, pero siempre ha crecido y multiplicado.”

¿Qué quieren que les diga? El Dr. Bóveda tiene toda la razón. (Por supuesto que no en la parte donde habla de persecución y de atentados… Nadie que no tenga una mentalidad paranoide puede creer que la Iglesia está siendo perseguida en Argentina, y mucho menos en Jujuy.) Tiene razón en tanto esos legisladores juraron por Dios y sobre la Biblia, y a la menor confrontación no me cabe duda que saldrían a reafirmar apurados y temerosos su adhesión al catolicismo más piadoso. Mis lectores sabrán que yo no estoy a favor de enrostrarles a los creyentes moderados su incoherencia y su hipocresía, exigiéndoles que se comporten como fundamentalistas; ésa es una salida fácil, una forma de encasillarlos para criticarlos más libremente. Pero desde el punto de vista de un católico preocupado por la legitimación social y legal de prácticas que considera aberrantes, entiendo al Dr. Bóveda. Y entendería perfectamente al obispo Palentini si excomulgara a todos esos tibios.

Lo que llama la atención es que ni Palentini ni ningún otro obispo argentino, hasta donde recuerdo, ha amenazado con la excomunión a los legisladores pro-igualdad. Y es que un obispo es un funcionario político. En las provincias más pobres del país y especialmente en las muy conservadoras provincias del Noroeste Argentino, la Iglesia tiene un status altísimo, heredado de la época colonial, que no conocemos los que habitamos en las ciudades más grandes y liberales. ¿A cuántos aliados políticos, a cuántos personajes importantes se podrá permitir el obispo Palentini ponerse en contra? ¿Cuántas alianzas se permitiría romper por algo tan trivial como el casamiento de parejas del mismo sexo, que íntimamente sabe que no influirá en lo más mínimo en los asuntos de la Iglesia o en la sacrosanta “familia cristiana”?

Mi apuesta es que Palentini no hará nada, o se quedará, como máximo, en amenazas. Un abogado solitario puede permitirse ciertas enemistades; un príncipe de la Iglesia, que debe pensar en la diplomacia y los favores, no. Eso lo deja a él mismo como un tibio más, y quizá no deberíamos reprochárselo: a fin de cuentas, cuantos más creyentes se sientan obligados a entibiarse, mejor estaremos los que no queremos volver al medioevo.

martes, 15 de junio de 2010

Fútbol y religión (A194)

Fútbol y religión: un anuncio de Adidas
El tema inevitable es el fútbol. Como parte del 9% de los argentinos a los que no les importa en lo más mínimo dicho deporte, me resulta de todas formas entretenido observar el fenómeno del Mundial, que exacerba el parecido entre fútbol y religión. (Si fanáticos de una u otra disciplina se sienten vagamente insultados por la comparación, ésa era la idea.)

Buscando noticias para escribir (ya que el frente doméstico, fuera de las repetidas y ya aburridas proclamas cristianas contra el matrimonio gay, permanece tranquilo) no fue difícil encontrar ejemplos de esta relación.

Un estudioso norteamericano de la religión, Bradley Onishi, cuenta de cómo descubrió la “religión del fútbol” en 1994, en una época en que él, que jamás le había prestado atención al soccer, estaba “sumergido en angustia adolescente inspirada por Pearl Jam” y “no iba a dejar que nada, incluyendo Estados Unidos vs. Rumania, me sacara de allí”.
Si no se trata de religión, parece ser que la única forma de explicar el fenómeno de la Copa del Mundo es mediante categorías y conceptos que generalmente reservamos para lo religioso y lo sagrado. […] [El fútbol] crea una obsesión superior a todo, una devoción sin freno y, tristemente, un fanatismo violento. ¿No les empieza ya a sonar como religión?
Ésta vendría a ser la forma más sensata de ver la relación del fervor religioso con el futbolístico (Onishi es un creyente). Otra forma, más tonta, es la de esos creyentes —que nunca faltan— que se ofenden por la mera asociación de sus absurdos rituales con los no menos absurdos rituales deportivos. Como los católicos que quieren boicotear a Hyundai por un anuncio blasfemo donde se parodia una procesión y misa, con una pelota en lugar de Cristo y pedazos de pizza en vez de hostias.


(P.D.: el anuncio ha sido retirado por Hyundai. Y bien, dicen que el cliente siempre tiene la razón…)

Poco hay que decir, aunque vale la pena leer los comentarios a la noticia en InfoCatólica: predeciblemente, no pasan más de tres hasta que aparece la envidia de la fatwa.
El caso es que jamás se les pasaría por la cabeza hacer lo mismo parodiando la oración del viernes en una mezquita ni la del sábado en una sinagoga. Ni tampoco la de cualquier otro culto no católico. Sólo se les ocurre parodiar el culto católico. O a lo mejor es que sólo se atreven con éste.
No sé cómo llamar a la alusión, también frecuente en estos casos, al judaísmo. Hasta donde sé, ni siquiera los más radicales rabinos ortodoxos utilizan una figura comparable a la de las fatwas asesinas que son tan comunes entre los hipersensibles musulmanes.

Hablando de lo cual llegamos al tercer ejemplo de cómo interacciona la religión con el fútbol. Es un hecho sabido que las variadas distracciones y obsesiones de las personas compiten entre sí por la cantidad de energía y tiempo que les dedicamos, y que los sistemas autoritarios buscan reorientar esa energía para sus fines; en ese sentido, la denigración del sexo y la glorificación de la templanza y la pureza corporal son una constante en regímenes tan opuestos como el comunismo estalinista y su reacción, el macartismo estadounidense. La negación de entretenimientos como los deportes fuertes y la música movida también suelen formar parte de ese cóctel. En Estados Unidos se prohibió la venta de alcohol, y aun hoy se ve el consumo de drogas recreativas como una falla moral; en Afganistán los talibanes prohibieron la música y la televisión y cerraron los cines.

Es difícil encontrar ejemplos más claros de esta tendencia que en los países musulmanes. El islam es cosa seria; el sometimiento a la voluntad de Dios debe ser el interés exclusivo del creyente (en realidad, de todo aquel que tenga la mala suerte de vivir en un país cuya ley es la shari’a). Y cuando el mandato religioso no basta, el asunto se arregla con la fuerza. Como en el caso de los islamistas somalíes que asesinaron a dos personas por mirar el partido Argentina–Nigeria el pasado sábado 12. Y no era la primera vez.
En 2006, la Unión de Cortes Islámicas, que controlaba por entonces la mayor parte de Somalia, prohibió mirar la Copa del Mundial, describiendo al fútbol como “acto satánico”; como resultado, murieron dos fans y decenas fueron arrestados […] cuando militantes fuertemente armados atacaron un cine donde estaban mirando un partido.
¿Y la razón?
“El fútbol proviene de las antiguas culturas cristianas y nuestro gobierno islámico jamás permitirá que se lo vea. Le estamos dando a la gente la última advertencia”, dijo el sheikh Abu Yahya Al Iraqi, dirigiéndose a una multitud […] horas antes del comienzo de la Copa del Mundo el viernes.
Y hay más antecedentes. En 2005 el periódico saudí Al-Watan publicó una fatwa donde se condenaban ciertos aspectos del juego, de forma intencionalmente hilarante: entre otras cosas, comanda a escupir en la cara de quien meta un gol y lo festeje abrazando o besando a sus compañeros, jugar con ropas comunes o en pijamas (!) pero no en shorts y remeras de colores “porque esas no son ropas musulmanas”, no jugar dos tiempos sino uno o tres “para diferenciarse de los infieles”, castigar las faltas según la shari’a y no con tarjetas amarillas o rojas, y jugar con un número distinto de once porque así juegan “los herejes, los judíos y los malvados americanos”.

En fin. Pertenezco, como dije al principio, a ese pequeño porcentaje de argentinos que no sienten el menor interés por el fútbol. Creo que lo que más me desagrada es el parecido del fútbol con la religión: la irracionalidad que despierta, los fervores pueriles que alienta, su potencial emocional para distraer la atención de la gente de asuntos importantes, su justificación como fuente de felicidad, siquiera momentánea, para los que no tienen motivos reales para ser felices. Pero incluso así, lo prefiero a los ofendidos católicos que gritan “¡blasfemia!” ante cualquier burla y a los asesinos de la diversión musulmanes.

martes, 8 de junio de 2010

La libertad es esclavitud (A193)

El presbítero Tomás Santidrián es un sacerdote católico muy conocido en Rosario (mi ciudad), por ser el fundador y director de HOPROME (Hogares de Protección al Menor), instituciones donde se acoge a niños desamparados, sin familia ni hogar. Jamás he escuchado sobre él nada menos que las más merecidas alabanzas a la labor que realiza. Lamentablemente, su amor a los niños no ha llegado al punto de obligarle a replantear su adhesión a la doctrina católica o repensar sus prejuicios, como lo prueba la carta que, titulada Liberación del Evangelio, salió publicada hace unos días con su firma en el diario local La Capital.

El tema, como no podía ser otro en estos días, es el matrimonio homosexual. El enfoque es un poco curioso: se refiere a la degradación del sentido de las palabras y los conceptos. Todo lo bueno, según Santidrián, viene del cristianismo:
Palabras "mágicas", capaces de invadir una cultura, provocar un cambio social y crear nuevas ideologías. Así fue, por ejemplo, el vocablo "liberación", manipulado entre sectores opuestos como estandarte para eliminar —literalmente— al enemigo. Curioso: esta consigna es originaria del Evangelio. Jesús vino a proclamar la liberación a los pobres, a los oprimidos, señalando el mal y el pecado como causas de la esclavitud. […]

Actualmente, siglo XXI, posmodernismo, estallan nuevas palabras mágicas. Una de ellas es, sin duda, "discriminación". No discriminar. Ha penetrado la cultura, originando un gran cambio social. En el origen de esta nueva palabra mágica está el Evangelio. En forma mucho más profunda. Jesús decía: "No hagas a los demás lo que no quieras te hagan a ti", "No juzguen y no serán juzgados", "La verdad los hará libres". Dos palabras claves en estas sentencias del Maestro: libertad y verdad.
Hay muchísimo que comentar en estos dos párrafos seleccionados. La primera alusión es sin duda a la teología de la liberación, asociada —para bien y para mal— con corrientes ideológicas marxistas dentro de la Iglesia de América Latina, conectadas a su vez con movimientos radicales e incluso violentos, aunque mucho menos poderosos que las sangrientas dictaduras que hemos sufrido y que la jerarquía de la Iglesia apoyó sin ambages. Es irresponsable adivinar qué hubiera dicho Jesús sobre el tema, pero podemos conjeturar que el hombre que dijo “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” y “mi reino no es de este mundo” difícilmente puede haber venido a liberar realmente a los pobres y oprimidos: lo que ha hecho más bien, en estos dos milenios, es consolar a los sometidos y humillados con la promesa de una vida mejor después de la muerte, a cambio de permanecer quietos y obedientes a la autoridad en ésta. San Pablo, inventor del cristianismo, puso las cosas en orden por si hubiera dudas: el marido por sobre la mujer, el amo por sobre el esclavo, y por extensión el patrón sobre el obrero, el rey sobre sus súbditos, y sobre todos ellos, Dios, en la persona de Sus vicarios.

La palabra “discriminación” también es secuestrada para el cristianismo. A Santidrián le faltan agallas para decir claramente lo que piensa de este moderno concepto, que desde luego no tiene que ver con la Regla de Oro (tampoco invención original de Jesús, por caso) ni con “no juzgar”, sino simplemente con el reconocimiento de nuestra humanidad común a pesar de las diferencias. Al referirse a ella como una de esas “palabras mágicas” que de pronto la sociedad posmoderna pone de moda, dice sin decirlo que es un concepto molesto y falso, pura corrección política, un obstáculo a la verdad (como la libertad de pensamiento, idea también condenada por la Iglesia); y la verdad es que hay cosas que le gustan a su dios y cosas que no le gustan, y si a su dios no le gustan, es su deber señalarlas con un dedo, denunciarlas e intentar imponer por ley su prohibición o sanción, porque su dios así lo manda. Visto así es bastante sencillo no discriminar —es decir, hacerlo sin sentirlo—; como dijo alguien, “Es fácil ver que uno ha creado a Dios a su propia imagen cuando resulta que Dios odia a toda la misma gente que uno.”
Libertad: San Pablo define su sentido: "Vuestra vocación es la libertad. No una libertad para que se aproveche el egoísmo; al contrario, sean esclavos unos de otros por amor".
Es llamativo que Santidrián cite a Pablo de esta manera; el versículo (Gálatas 5:13) utiliza incluso en las versiones más arcaicas en castellano el verbo servir y no la expresión ser esclavos. Pablo, además, no habla de egoísmo, sino de la carne o las pasiones, es decir, para dejarnos de eufemismos, el sexo, asunto con el cual —o más bien con la privación del cual— Pablo (virgen y quizá no voluntariamente célibe) tenía una cierta obsesión. Para Pablo, para el cristianismo, la libertad sólo vale como renunciamiento al placer físico y la rendición de todo lo que es pasión, rebeldía, disenso o independencia. También (como vemos en otras de sus cartas) es la renuncia al placer intelectual, a la filosofía, a la razón. Todo eso es de la carne, es egoísmo y contrario a Dios. Parece increíble (o no: el totalitarismo no es una idea novedosa) pero San Pablo logra, en unos pocos pasajes, elevar a principios doctrinarios dos terceras partes del infame lema que Orwell pondría como divisa del Ministerio de la Verdad en su 1984: (La guerra es paz) - La libertad es esclavitud - La ignorancia es fuerza. El doublethink tampoco es un invento literario moderno.

Santidrián enfrenta la “ley natural” (que no es ley ni es natural) con el cuco del relativismo moral, y aprovecha la intervención de una legisladora que, durante el debate de la ley de matrimonio sin distinción de sexo en la Cámara de Diputados, habló —en broma, aunque sin gracia y con pésimo sentido de la oportunidad— de legalizar la poligamia y la zoofilia. “No nos extrañemos de las posibles consecuencias”, clama el sacerdote. Otros han sido más honestos expresando su revulsión. (Por si hiciera falta decirlo, no, no hay ningún colectivo significativo pidiendo que se institucionalice la unión poligámica o se legalice la zoofilia. Y el asco o el prejuicio moralista no son argumentos racionales contra nada.)

Presenté a Santidrián arriba como un hombre que se preocupa por los niños. No me cabe duda de que esto es así. “En los Hogares de HOPROME, el mayor esfuerzo está dirigido a producir un ambiente de verdadera familia. Los chicos están a cargo de un matrimonio […] y permanentemente tienen el referente de estos padres sustitutos”, dice en el sitio web de la organización. ¿Le molestará a Santidrián tener que aclarar, en un futuro próximo, que ese matrimonio es entre un hombre y una mujer y no de otra clase? ¿O ignorará, como ignoran despectiva y puerilmente los medios católicos, la ampliación del derecho de casarse y formar una familia a los homosexuales, poniendo “matrimonio” y “casamiento” entre comillas cuando no les guste llamarlo como la ley dice?

En los hogares de HOPROME, naturalmente, los chicos son indoctrinados en el catolicismo, y se los hace asistir a misa. ¿Se les explicará, cuando crezcan, que la libertad no es esclavitud, que el amor no es sometimiento, y que ninguna ley o moral —humana o supuestamente divina— es superior a la realidad pura y simple de que todos somos distintos?

jueves, 3 de junio de 2010

Matrimonio homosexual en el Senado argentino (A192)

El proyecto de ley de matrimonio homosexual está siendo debatido en comisiones en el Senado argentino. Sin sorpresas: los activistas anti-derechos de las iglesias evangélicas (aunque no todas) y los líderes católicos, cada uno por su lado, han redoblado sus manifestaciones en contra. Los senadores parecen, al menos, estar dispuestos a escuchar y debatir, lo cual es mucho.

Los evangélicos fundamentalistas agrupados en ACIERA y FECEP, que se caracterizan por su fervor pueril y por una ignorancia supina de las complejidades de la sexualidad humana, del derecho y de la sociología, organizaron una gran concentración frente al Congreso el 31 de mayo pasado, trayendo a fieles militantes de templos de la provincia de Buenos Aires, bajo la consigna de defender el matrimonio entre un hombre y una mujer y el derecho de los niños a tener un papá y una mamá (es decir, defender una cosa que no está amenazada y otra cosa que no existe). Tanto éxito tuvieron que la noticia llegó a España, publicada por la nacionalcatólica cadena COPE (regenteada por el Episcopado), que dijo que habían sido cincuenta mil personas, aunque según el izquierdista Página/12 la cifra fue de entre mil y dos mil, y para el conservador La Nación, unas ocho mil. Nuestra vieja amiga la diputada Cynthia Hotton estuvo allí y dijo “Somos millones”, cosa que probablemente sea cierta en referencia a la homofobia (también hay millones de argentinos racistas, antisemitas o simplemente detestables; claro que la mayoría no se manifiesta públicamente para demostrarlo). Quienes tengan Facebook podrán ver algunas fotos de la movilización en el perfil de ACIERA y, si se hacen amigos, comentar en ellas.

Para no ser menos, el arzobispo de Resistencia, Fabriciano Sigampa, encabezó una manifestación de la muy improbable ONG ad hoc “Ciudadanos Chaqueños Autoconvocados”. Además de la cháchara mentirosa biensonante sobre la vida y la familia, explicó que no es discriminatorio rechazar las uniones homosexuales porque “no se ha visto que un toro se una a otro toro; el toro se une a la vaca”. (Ésta es la gente que luego no acepta que el ser humano es un animal y se opone a la educación sexual moderna porque dice que reduce todo a la genitalidad.) Por alguna razón, posiblemente porque no conseguía suficiente número, Sigampa compartió el liderazgo con algunos pastores evangélicos y llevó a la diputada provincial Clelia Ávila, quien dijo que los homosexuales tienen “el derecho que la naturaleza les ha dado”, barrabasada que debe haber hecho revolver en sus tumbas a todos los difuntos profesores y académicos de Derecho del país. Ávila también se encargó de hacer llegar un petitorio al Congreso Nacional expresando su oposición al proyecto y pidiendo que se discuta en las provincias.

No es probable que sea coincidencia que Chaco, gobernada por el genuflexo Jorge Capitanich, sea la primera provincia donde se celebrarán audiencias públicas. A falta de otras razones, algunos han venido argumentando que el derecho al matrimonio es una inquietud de los homosexuales militantes, progres y sofisticados de Buenos Aires, y no un reclamo nacional, federal, que amerite una modificación del Código Civil (en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires ya hay unión civil). El reclamo de federalismo está políticamente en el aire desde hace un tiempo, y los porteños tienen una merecida fama de ignorar lo que ocurre en el “país profundo”, lo cual alimenta esta clase de maniobras. Lo cierto es que incluso en la sociedad conservadora y católica de las provincias hay homosexuales y parejas homosexuales (y ateos, y creyentes de religiones minoritarias, y otras aberraciones); lo que ocurre no es que no haya reclamos, sino que éstos son traumáticos y sumamente difíciles de visibilizar.

El sitio católico Notivida ha tenido que desmentir una nota publicada en Clarín por el muy leal Sergio Rubín que decía que la Iglesia favorecería la aprobación del proyecto de ley de unión civil a nivel nacional, como “mal menor” para evitar que se apruebe el de matrimonio. En su siguiente boletín, los de Notivida se dedicaron a denostar a los expositores de la segunda reunión de comisión en el Senado, entre los que estuvieron el actor Pepe Cibrián y la activista María Rachid, llamando al matrimonio entre homosexuales “homomonio”, recurso infantil que movería a risa si no fuera porque se trata de personas mayores (en otros sitios católicos más serios directamente se refieren al “putomonio”).

El futuro de este proyecto en el Senado no está claro. La batalla desde lo dialéctico, desde lo científico y hasta desde lo emocional está perdida para los fundamentalistas (esto último porque aunque muchos argentinos son homofóbicos, a muy pocos les importa realmente si los homosexuales se casan), pero la presión política y los prejuicios de un puñado de senadores pueden retrasar la resolución del tema. Estaremos viendo qué sucede.