He tenido la suerte de poder tomarme unas cortas vacaciones de verano. Las pasé en Montevideo, Uruguay, donde por pura casualidad me crucé con un recordatorio de la lucha por el derecho al aborto, aunque por el lado de la negativa. Un inmenso cartel en un edificio céntrico proclamaba ABORTO = MUERTE y NO AL ASESINATO, consignas que resumen la posición de la Iglesia Católica y de los sectores políticos conservadores.
El 27 de diciembre de 2011, el Senado uruguayo dio media sanción al proyecto de ley que legaliza el aborto sin restricciones hasta la 12ª semana de gestación. A diferencia de lo que ocurrió en 2008, cuando el entonces presidente Tabaré Vázquez vetó un proyecto similar, el presidente José “Pepe” Mujica ha afirmado que promulgará la ley si la Cámara de Diputados la aprueba. La Iglesia Católica uruguaya está movilizada, como en todas partes, contra el derecho de las mujeres a decidir; también como en otras ocasiones, los obispos han empleado el recurso emotivo de comparar el aborto con la matanza de los Santos Inocentes: el mito de la masacre de niños supuestamente ordenada por el rey Herodes en Belén. No hay el menor indicio de que tal cosa haya ocurrido, pero la verdad histórica jamás ha detenido a ningún líder religioso.
Contra el aborto los voceros de Dios en la Tierra también han esgrimido la idea conspirativa de que hay presiones externas para aprobarlo como sea, que es todo una operación de las multinacionales abortistas y feministas, y que Uruguay “no necesita” el aborto sino “que se haga respetar las leyes que ya existen”: vale decir, que ante una mujer pobre y desesperada que llega a un hospital con un aborto provocado en condiciones inseguras y antisépticas se la trate como a una criminal y se la condene hasta a tres años y medio de cárcel.
martes, 31 de enero de 2012
sábado, 28 de enero de 2012
La debilidad del Islam
«La existencia física de Mahoma, pese a los débiles testimonios de los hadices, es al mismo tiempo una fuente de fortaleza y de debilidad para el islam. Parece situarlo adecuadamente en el mundo y nos facilita descripciones físicas plausibles del hombre en sí; pero también torna mundano, material y burdo el conjunto de la historia. Podemos estremecernos un poco ante los esponsales de este mamífero con una niña de nueve años y ante el entusiasta interés que mostraba por los placeres de la mesa y por el reparto de los botines tras sus
muchas batallas e innumerables matanzas. Por encima de todo (y en esto reside la trampa que el cristianismo ha evitado en buena medida otorgando a su profeta un cuerpo humano pero una naturaleza no humana), fue bendecido con numerosos descendientes y de ese modo convirtió a su posteridad religiosa en rehén de su posteridad física. Nada es más humano y falible que el principio dinástico hereditario, y el islam se ha visto sacudido desde sus orígenes por las disputas entre príncipes y pretendientes, todos los cuales afirmaban portar la importante gota de sangre original. Si sumáramos el total de todos aquellos que afirman descender del fundador, tal vez su número superaría el de los clavos sagrados y las astillas que pasaron a componer la cruz de trescientos metros de longitud en la que evidentemente, a juzgar por el número de reliquias con forma de astilla, Jesús fue martirizado. Al igual que sucede con el linaje de las isnad, se puede establecer una relación de parentesco directa con el profeta si uno por casualidad conoce y puede pagar al imán local adecuado.»
muchas batallas e innumerables matanzas. Por encima de todo (y en esto reside la trampa que el cristianismo ha evitado en buena medida otorgando a su profeta un cuerpo humano pero una naturaleza no humana), fue bendecido con numerosos descendientes y de ese modo convirtió a su posteridad religiosa en rehén de su posteridad física. Nada es más humano y falible que el principio dinástico hereditario, y el islam se ha visto sacudido desde sus orígenes por las disputas entre príncipes y pretendientes, todos los cuales afirmaban portar la importante gota de sangre original. Si sumáramos el total de todos aquellos que afirman descender del fundador, tal vez su número superaría el de los clavos sagrados y las astillas que pasaron a componer la cruz de trescientos metros de longitud en la que evidentemente, a juzgar por el número de reliquias con forma de astilla, Jesús fue martirizado. Al igual que sucede con el linaje de las isnad, se puede establecer una relación de parentesco directa con el profeta si uno por casualidad conoce y puede pagar al imán local adecuado.»
— Christopher Hitchens, god Is Not Great.
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jueves, 26 de enero de 2012
Supersticiones populares
Mientras trataba de informarme un poco para mi artículo anterior sobre las campanas, leyendo sobre la historia de esos implementos sonoros, me crucé con un dato de la historia de los campanarios que no conocía en absoluto: el de los conjuratorios.
Un conjuratorio, o exconjuratorio (o esconjuradero, como les dicen en el Pirineo aragonés) es una construcción pequeña y sencilla, simétrica, con ventanas abiertas hacia los puntos cardinales, situada de preferencia en un punto alto con vista al paisaje, a veces aislada y otras adosada a una torre, especialmente la torre de un campanario. En la torre de la Catedral de Murcia hay cuatro conjuratorios, cada uno mirando a un punto cardinal. El objeto de los conjuratorios era servir de lugar para realizar rituales de conjuración (sujeción sobrenatural) de tormentas, de bendición de cultivos, de atracción de la lluvia, de prevención de plagas de insectos, etc.
Lo curioso del tema es que estas prácticas eran propias de las creencias pre-cristianas del lugar. Cuando la Iglesia Católica tomó el control, resultó imposible abolirlas. Hay que tener en cuenta que los sacerdotes no eran personas especialmente piadosas ni intelectualmente formadas; provenían del mismo pueblo y eran tan supersticiosos como los demás, por lo cual siguieron efectuando los ritos, aunque ahora cristianizados de manera de no resultar afines a la brujería. El cristianismo quemaba brujas porque de hecho creía en ellas, vale decir, en personas capaces de convertirse literalmente en animales, echar maleficios, invocar tormentas para arruinar los cultivos, etc.
Si bien desde la jerarquía eclesiástica no se veía muy bien todo esto, se lo toleraba porque mantenía a la gente controlada; el catolicismo, como todas las grandes religiones, tiene formas altas e intelectuales reservadas para unos pocos y una forma vulgar para consumo masivo, lo cual explica su popularidad.
Los conjuratorios no son más que edificios históricos o detalles arquitectónicos pintorescos hoy en día, y todo esto que he escrito no sería más que una nota curiosa si no fuera por la prevalencia de estas creencias en nuestra cultura, y no precisamente entre los más ignorantes o humildes. El caso de un gobernador provincial argentino reuniéndose con un obispo para rezarle a la Virgen que acabe la sequía puede equipararse al de un gobernador estadounidense declarando tres días de oración por la lluvia y contra los incendios forestales, o un presidente brasileño pidiendo a la gente que rece para lograr que la lluvia termine.
Nótese que hablo de gobernantes seculares y no de líderes religiosos: de estos últimos cabe esperar (como de hecho ocurre) que simplemente inviten a la oración, mientras que los líderes laicos son los que manejan los asuntos de estado y se supone que son los que deben hacer algo, si es posible, cuando una catástrofe climática golpea. El lugar del sacerdote que subía al conjuratorio a hacer su ritual mágico por la lluvia, contra el granizo o lo que fuera, lo cumplen hoy bastante desafortunadamente algunos de estos gobernantes electos, quién sabe si por compromiso o porque creen realmente que esos encantamientos medievales tienen algún efecto.
Lo curioso del tema es que estas prácticas eran propias de las creencias pre-cristianas del lugar. Cuando la Iglesia Católica tomó el control, resultó imposible abolirlas. Hay que tener en cuenta que los sacerdotes no eran personas especialmente piadosas ni intelectualmente formadas; provenían del mismo pueblo y eran tan supersticiosos como los demás, por lo cual siguieron efectuando los ritos, aunque ahora cristianizados de manera de no resultar afines a la brujería. El cristianismo quemaba brujas porque de hecho creía en ellas, vale decir, en personas capaces de convertirse literalmente en animales, echar maleficios, invocar tormentas para arruinar los cultivos, etc.
Atención: si no viste El Señor de los Anillos: Las Dos Torres, esto puede ser un spoiler. |
Si bien desde la jerarquía eclesiástica no se veía muy bien todo esto, se lo toleraba porque mantenía a la gente controlada; el catolicismo, como todas las grandes religiones, tiene formas altas e intelectuales reservadas para unos pocos y una forma vulgar para consumo masivo, lo cual explica su popularidad.
Los conjuratorios no son más que edificios históricos o detalles arquitectónicos pintorescos hoy en día, y todo esto que he escrito no sería más que una nota curiosa si no fuera por la prevalencia de estas creencias en nuestra cultura, y no precisamente entre los más ignorantes o humildes. El caso de un gobernador provincial argentino reuniéndose con un obispo para rezarle a la Virgen que acabe la sequía puede equipararse al de un gobernador estadounidense declarando tres días de oración por la lluvia y contra los incendios forestales, o un presidente brasileño pidiendo a la gente que rece para lograr que la lluvia termine.
Nótese que hablo de gobernantes seculares y no de líderes religiosos: de estos últimos cabe esperar (como de hecho ocurre) que simplemente inviten a la oración, mientras que los líderes laicos son los que manejan los asuntos de estado y se supone que son los que deben hacer algo, si es posible, cuando una catástrofe climática golpea. El lugar del sacerdote que subía al conjuratorio a hacer su ritual mágico por la lluvia, contra el granizo o lo que fuera, lo cumplen hoy bastante desafortunadamente algunos de estos gobernantes electos, quién sabe si por compromiso o porque creen realmente que esos encantamientos medievales tienen algún efecto.
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martes, 24 de enero de 2012
Campanas molestas
Hace poco un amigo me sugirió que escribiera sobre las campanas de las iglesias. Si bien es un tema fascinante, no me pareció muy controvertido que digamos, pero él se refería al ruido de las campanas cuando dan la hora y a lo molesta que puede ser una tradición que nadie o casi nadie se atreve a desafiar, sólo porque involucra a la Iglesia.
Eso estaba mejor como punto de partida para un artículo. Aunque no debería ser necesario explicar a nadie que una tradición es simplemente una costumbre y no una ley, y por lo tanto se puede pedir racionalmente acabar con ella si es molesta, de hecho hay muchísima gente que argumenta en nombre de la tradición y pone excusas por ella. La tradición de hacer sonar las campanas de las iglesias a la hora de las misas, o cada hora, o cada cuarto de hora en casos extremos, es una actividad que históricamente tenía sentido cuando las personas sentían la obligación de ir a misa (la sentían porque el cura les había dicho que faltar a misa es pecado mortal, de forma tal que morir habiendo faltado a misa era un pasaje al infierno) y cuando además no había relojes confiables, y mucho menos relojes de pulsera. Las campanas también servían para llamar al pueblo a congregarse por otras razones, para alertar de peligros, etc.
Ninguna de esas funciones sociales y tecnológicas son patrimonio de las iglesias hoy, por lo cual hacer sonar las campanas como rutina ya no es necesario y sólo debería hacerse cuando no moleste a nadie. Cosa que en medio de una trama urbana densa es prácticamente imposible. Con un poco de búsqueda por Internet aparecen muchos casos en distintos países: desde una carta de lectores donde un vecino de Rosario se lamenta de que “los domingos hay que despertarse a la hora que el padre quiere” hasta una multa a una iglesia de Santa Rosa (La Pampa) por “por los altos decibeles y duración de ocho minutos de las campanadas”, pasando por la noticia de la medición del ruido de las campanas de la Catedral de Jaén (Andalucía) y una sentencia desfavorable en Gran Bretaña según la cual el que compre una casa cerca de un pub o de una iglesia debe aguantarse el ruido.
Por lo que parece no hay muchas alternativas, ante el ruido de las campanas, que una denuncia por ruidos molestos, que probablemente sea similar en todas las legislaciones del mundo que se ocupan de tales cosas. Y luego habrá que ver cómo el responsable de las campanadas se toma la cosa. El párroco de la iglesia pampeana que mencioné arriba, alterado por esta irrupción en su territorio, acusó a los denunciantes de ser aliados del Maligno. Sin campanas la civilización se derrumba:
“¿Qué quiere este grupo satanista? ¿Qué quiere hacer de esta ciudad? ¿Una aldea de mala muerte, retrasada? Me indigna esta estupidez. Respetémonos, por Dios, algo de civilización.”Todo una afirmación de lo que significa “civilización”.
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domingo, 22 de enero de 2012
Bendito sea el fruto
Hugo Cettour, ministro de Salud de Entre Ríos. |
Sergio Urribarri, gobernador de Entre Ríos, con la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. |
Ayer los fanáticos antiderechos se alegraban porque la madre de la niña, presionada, retiró el pedido de aborto. El embarazo seguirá su curso y quizá, a pesar de los graves riesgos, termine en un parto normal. Quién sabe qué le habrán dicho para cambiar su decisión. Le habrán dicho que el aborto es un asesinato, seguramente. La habrán bombardeado con la propaganda pseudocientífica del “síndrome post-aborto”, patología inventada por usinas de publicaciones confesionales y no reconocida por ningún organismo psicológico o psiquiátrico independiente. La habrán amenazado veladamente, quizá, con la posibilidad de ser acusada de instigar un homicidio. Le habrán ofrecido, ante su desesperación por un nieto que no podrá sostener económicamente, encontrar alguien que lo adopte, aunque ningún “pro-vida” ha adoptado jamás a un bebé de familia pobre “salvado” de un aborto y la ley tampoco lo permite con la facilidad con que ellos lo pintan. Le habrán hablado de Dios, que nos ama y que sólo quiere lo mejor para nosotros y cuyos planes siempre terminan bien, aunque involucren la violación de una niña.
Hay un límite a lo que un ser humano puede soportar. Con dinero, con asesoramiento, con estudios, con contactos profesionales, una madre puede informarse y decidir libremente si desea que su hija menor de edad continúe un embarazo o no. Sin nada de esto, eventualmente hará lo que le digan los médicos, dando por sentado que es lo mejor, aunque ellos sepan bien —y deben saberlo— que no lo es.
No, no sé si eso fue todo eso lo que le dijeron. Pero sí sé que en este país no existen más que un par de excepciones a la ley que castiga el aborto, porque la presión de la Iglesia Católica no ha permitido que se avance hacia ese derecho, y que incluso esa pequeñísima ventana de legalidad, que permite que no mueran ni sufran gravemente las mujeres con embarazos de riesgo, es frecuentemente bloqueada por los adoradores del Dios de la Muerte, para quienes ninguna ley humana vale si contradice su ley, la del dios que han creado a su propia, odiosa imagen.
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jueves, 19 de enero de 2012
Una ceremonia ufológica
El pasado sábado 14 de enero tres de mis compañeros del Círculo Escéptico Argentino vinieron de Buenos Aires para reunirse con otros, incluyéndome, en Rosario. El destino final del viaje era Victoria, Entre Ríos (situada al otro lado de la llanura de inundación del río Paraná, a unos 55 km). Allí se encuentra el Museo OVNI, establecimiento que luego de años de funcionar en un hogar particular se mudó, con grandes auspicios, a un salón más grande y céntrico. El Museo es dirigido por Silvia Pérez Simondini, autoproclamada “investigadora del fenómeno OVNI” y directora del grupo Visión OVNI.
En el Museo no hay mucho de museo, a decir verdad, y sí bastante de lo que se denomina forteana, una colección de fotos y recortes de diarios sobre sucesos extraordinarios a la manera del extravagante Charles Fort, si bien mucho más pequeña y con un foco particular.
El tema, cuando uno lo piensa con cuidado, no son los objetos voladores no identificados. El tema —y esto pasa obviamente inadvertido para los curadores del museo— es la ufología misma, es decir, la búsqueda de coherencia y sentido en una serie mal definida de observaciones e impresiones subjetivas (luces en el cielo, siluetas al atardecer, pastos secos o quemados en círculo, trozos de metal encontrados en medio del campo, etc.) que no tienen nada que ver entre sí a priori pero que los iniciados unifican bajo el misterio. Y esto aunque los mismos iniciados se apresuran a develar el misterio con absoluta confianza luego de un par de gestos formulaicos de escéptica prudencia. Ésta es una de las razones por las cuales —imagino que algunos lectores ya se lo habrán preguntado— escribo sobre OVNIs en este blog, habitualmente dedicado a la religión.
Si el culto OVNI es similar a una religión, podría decirse que las premisas del Museo OVNI son asimilables a una teología. La experiencia OVNI no está allí, pero se ofrecen con gran solemnidad pruebas de ella… que no convencen a nadie que no crea de antemano. La experiencia es individual e intransferible y no deberíamos esperar otra cosa, pero los entusiastas de los OVNIs siguen intentando.
Mi propia experiencia del museo consistió en estar sentado, viendo un largo video sobre puntos de luz en el cielo con gente que al menos a primera vista parecía creer que se trataba de naves extraterrestres, seguida por el comentario de la directora del museo, que añadió a los asombrosos OVNIs consejos sobre cómo sobrevivir al “cambio de era” que se avecina en mayo de este año, según lo profetizaron los mayas (no es el 12/12/2012 como otros dicen: hubo un error de calendario) y lo confirmaron los científicos con sus predicciones de “explosiones nucleares solares”… esa experiencia me produjo la sensación de haber sido obligado a asistir a misa, o a cualquier ceremonia solemne de una religión en la que no creía.
No había en realidad obligación, excepto la autoimpuesta. El aspirante a antropólogo autodidacta observaba porque había venido a eso. Como en cualquier misa, había el devoto que escucha atentamente la homilía, asiente con la cabeza y hasta repite en un murmullo las palabras del celebrante; otros estaban allí para pasar un rato; uno, al menos, pareció recibir de esta liturgia una confirmación de sus creencias. No faltaban los niños, que en misa se aburren con rapidez aunque pueden fingir atención si lo desean. El ambiente en la sala del fondo del Museo OVNI era así familiar para un ex-católico como yo; el insuficiente par de ventiladores de pared reforzaba la apariencia de misa de sábado de verano a la tarde en una parroquia de barrio.
Logré llegar al final del video y la charla bastante sofocado, y no sólo por el calor. Hubo una presentación sobre una muestra de material extraterrestre con fabulosas propiedades, que los investigadores guardan como “la vedette del Museo” (sic) y que, como esas vedettes que sólo brillan en el escenario, no logró impresionarnos fuera del espectáculo armado para ella, cuando la observamos en el interior de la vitrina de donde nunca sale (ni siquiera a pedido de importantes científicos que la reclaman para su estudio, a decir de la Sra. Simondini). Hubo algunas preguntas y repreguntas, de las que no participé porque me faltaba el aire y el ánimo.
La ufología, como la teología, nunca llega a puerto. Hace bastante que soy ateo y ya no me siento afectado, cuando voy a misa por alguna obligación social, por el asentimiento de tantas personas —buenas y decentes, la mayoría— a doctrinas repugnantes o ridículas; este baño de ufología popular había sido como volver a mi primera misa forzada, y me dejó un sabor de boca muy amargo. Espero que no me juzguen mal si digo que sentí lástima. El escepticismo suele provocar estas cosas, y está bien que así sea, para que no olvidemos que detrás de los sistemas de creencias más absurdos hay personas.
En el Museo no hay mucho de museo, a decir verdad, y sí bastante de lo que se denomina forteana, una colección de fotos y recortes de diarios sobre sucesos extraordinarios a la manera del extravagante Charles Fort, si bien mucho más pequeña y con un foco particular.
El tema, cuando uno lo piensa con cuidado, no son los objetos voladores no identificados. El tema —y esto pasa obviamente inadvertido para los curadores del museo— es la ufología misma, es decir, la búsqueda de coherencia y sentido en una serie mal definida de observaciones e impresiones subjetivas (luces en el cielo, siluetas al atardecer, pastos secos o quemados en círculo, trozos de metal encontrados en medio del campo, etc.) que no tienen nada que ver entre sí a priori pero que los iniciados unifican bajo el misterio. Y esto aunque los mismos iniciados se apresuran a develar el misterio con absoluta confianza luego de un par de gestos formulaicos de escéptica prudencia. Ésta es una de las razones por las cuales —imagino que algunos lectores ya se lo habrán preguntado— escribo sobre OVNIs en este blog, habitualmente dedicado a la religión.
Si el culto OVNI es similar a una religión, podría decirse que las premisas del Museo OVNI son asimilables a una teología. La experiencia OVNI no está allí, pero se ofrecen con gran solemnidad pruebas de ella… que no convencen a nadie que no crea de antemano. La experiencia es individual e intransferible y no deberíamos esperar otra cosa, pero los entusiastas de los OVNIs siguen intentando.
Mi propia experiencia del museo consistió en estar sentado, viendo un largo video sobre puntos de luz en el cielo con gente que al menos a primera vista parecía creer que se trataba de naves extraterrestres, seguida por el comentario de la directora del museo, que añadió a los asombrosos OVNIs consejos sobre cómo sobrevivir al “cambio de era” que se avecina en mayo de este año, según lo profetizaron los mayas (no es el 12/12/2012 como otros dicen: hubo un error de calendario) y lo confirmaron los científicos con sus predicciones de “explosiones nucleares solares”… esa experiencia me produjo la sensación de haber sido obligado a asistir a misa, o a cualquier ceremonia solemne de una religión en la que no creía.
No había en realidad obligación, excepto la autoimpuesta. El aspirante a antropólogo autodidacta observaba porque había venido a eso. Como en cualquier misa, había el devoto que escucha atentamente la homilía, asiente con la cabeza y hasta repite en un murmullo las palabras del celebrante; otros estaban allí para pasar un rato; uno, al menos, pareció recibir de esta liturgia una confirmación de sus creencias. No faltaban los niños, que en misa se aburren con rapidez aunque pueden fingir atención si lo desean. El ambiente en la sala del fondo del Museo OVNI era así familiar para un ex-católico como yo; el insuficiente par de ventiladores de pared reforzaba la apariencia de misa de sábado de verano a la tarde en una parroquia de barrio.
Logré llegar al final del video y la charla bastante sofocado, y no sólo por el calor. Hubo una presentación sobre una muestra de material extraterrestre con fabulosas propiedades, que los investigadores guardan como “la vedette del Museo” (sic) y que, como esas vedettes que sólo brillan en el escenario, no logró impresionarnos fuera del espectáculo armado para ella, cuando la observamos en el interior de la vitrina de donde nunca sale (ni siquiera a pedido de importantes científicos que la reclaman para su estudio, a decir de la Sra. Simondini). Hubo algunas preguntas y repreguntas, de las que no participé porque me faltaba el aire y el ánimo.
La ufología, como la teología, nunca llega a puerto. Hace bastante que soy ateo y ya no me siento afectado, cuando voy a misa por alguna obligación social, por el asentimiento de tantas personas —buenas y decentes, la mayoría— a doctrinas repugnantes o ridículas; este baño de ufología popular había sido como volver a mi primera misa forzada, y me dejó un sabor de boca muy amargo. Espero que no me juzguen mal si digo que sentí lástima. El escepticismo suele provocar estas cosas, y está bien que así sea, para que no olvidemos que detrás de los sistemas de creencias más absurdos hay personas.
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domingo, 15 de enero de 2012
“Soy ateo, pero…”
Varias críticas negativas comenzaban con la frase, que hace tiempo aprendí a considerar ominosa, “Soy ateo, PERO…”. Como Daniel Dennett notó en Breaking the Spell, un número desconcertantemente grande de intelectuales “tienen fe en la fe” aunque no posean fe religiosa ellos mismos. Estos creyentes de segunda mano suelen ser más celosos que los de verdad, y su celo es amplificado por una amplitud mental destinada a congraciarse con el otro: “Lamentablemente no puedo compartir tu fe, pero la respeto y simpatizo con ella.”
— Richard Dawkins, prefacio a la edición paperback de The God Delusion.
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viernes, 13 de enero de 2012
África exporta religión
África es un continente inmenso al cual le ha tocado en suerte ser colonizado múltiples veces; el resultado no ha sido de los mejores. Poco de lo que produce África es de importancia para el resto del mundo, y de ese poco, la mayor parte se obtiene en base al sufrimiento y la explotación de sus pobladores. Pienso en el petróleo y los diamantes, pero también en la anunciada presencia de la predicadora cristiana pentecostal y “cazadora de brujas” nigeriana Helen Ukpabio en Estados Unidos.
Educada en colegios privados cristianos (uno católico, uno anglicano y uno metodista, para que no se diga que la fuente de su locura no es ecuménica), Ukpabio es la principal impulsora de una doctrina que se basa sobre todo en la detección de signos de posesión satánica y de brujería en niños. Gracias a su labor, muchos niños han sido sometidos a “exorcismos” a veces letales, que incluyen torturas para lograr confesiones; padres horrorizados han llegado a prender fuego a sus propios hijos. Ukpabio no es un fenómeno marginal ni extremo. Su “franquicia” de iglesias evangélicas, Liberty Gospel Church, se ha propagado a varias naciones de África occidental y ahora Glorious Praise Ministries, de Estados Unidos, la ha invitado a predicar y recaudar fondos para transmitir su santa paranoia a más gente. Como dice PZ Myers en su cobertura del tema, ésta es justo la clase de persona que debería ser detenida apenas pisar un aeropuerto americano y mandada a juicio por crímenes contra la humanidad.
Ukpabio tampoco es, desde luego, la única que aprovecha la creencia en la brujería, tan extendida en África. Es bastante común que esta superstición popular se acople al cristianismo.
Vale la pena recordar que África es, para el papa Benedicto XVI, el “pulmón espiritual del mundo” y una “tierra de esperanza”. Benedicto ha hecho un par de giras por África y ha vuelto feliz por el recibimiento y por la constatación de que la mayor parte de los africanos siguen teniendo fe, es decir, siguen siendo supersticiosos, temerosos de los seres imaginarios y de sus representantes terrenales, ignorantes, y —en parte gracias a su propia prédica— remisos a utilizar los medios necesarios para protegerse del SIDA, por considerarlos opuestos al plan de Dios, consistente en que la raza humana se reproduzca sin control. Lo único que ha advertido de malo es el “fundamentalismo religioso”, que es la forma en que los cristianos llaman al extremismo musulmán cuando los persigue a ellos (y no cuando, como en muchas oportunidades, se alía con ellos en foros internacionales).
El principal temor de Benedicto en África es que se contagie del “materialismo práctico” del mundo occidental y su pensamiento “relativista y nihilista”. El materialismo, que hace que las personas se preocupen más por su situación socioeconómica en la Tierra y menos por la manutención de parásitos como pastores, curas y monjas, supuestos representantes del Cielo, y el pensamiento relativista que posibilita la convivencia de personas de distintas religiones, ideologías, tendencias políticas, géneros y orientaciones sexuales, en vez de enfatizar sus diferencias como esenciales e inamovibles y poner a unos sobre otros, son males que la religión debe combatir para que África siga siendo una “tierra de esperanza”, fértil para el crecimiento de cultos como el de Helen Ukpabio.
Los “niños brujos” y otros son víctimas de la mezcla explosiva entre una vida sometida a los caprichos azarosos del clima, los gobiernos corruptos y las guerras, por un lado, y por el otro lado una cultura donde prevalece la idea de que todo tiene una causa inteligible y una finalidad. En una cultura así, todo suceso imprevisto puede ser achacado a una fuerza del mal, y se requiere encontrar al culpable o inventar uno para poder castigarlo. Una vez puesto en marcha el sistema, ni siquiera hace falta que ocurra algo específico: parte del éxito de la religión es su arte de crear problemas y luego ofrecer una solución exclusiva y obligatoria para éstos, como ocurre con el pecado original y el bautismo.
Benedicto XVI confiesa en voz alta su preocupación cuando el Primer Mundo “exporta” su ideología materialista, tolerante, progresista, a los países subdesarrollados. ¿Tendrá él, o algún otro de los líderes cristianos mundiales y nacionales, algo para decir sobre la exportación de lo peor del cristianismo africano a Estados Unidos?
Educada en colegios privados cristianos (uno católico, uno anglicano y uno metodista, para que no se diga que la fuente de su locura no es ecuménica), Ukpabio es la principal impulsora de una doctrina que se basa sobre todo en la detección de signos de posesión satánica y de brujería en niños. Gracias a su labor, muchos niños han sido sometidos a “exorcismos” a veces letales, que incluyen torturas para lograr confesiones; padres horrorizados han llegado a prender fuego a sus propios hijos. Ukpabio no es un fenómeno marginal ni extremo. Su “franquicia” de iglesias evangélicas, Liberty Gospel Church, se ha propagado a varias naciones de África occidental y ahora Glorious Praise Ministries, de Estados Unidos, la ha invitado a predicar y recaudar fondos para transmitir su santa paranoia a más gente. Como dice PZ Myers en su cobertura del tema, ésta es justo la clase de persona que debería ser detenida apenas pisar un aeropuerto americano y mandada a juicio por crímenes contra la humanidad.
Ukpabio tampoco es, desde luego, la única que aprovecha la creencia en la brujería, tan extendida en África. Es bastante común que esta superstición popular se acople al cristianismo.
Vale la pena recordar que África es, para el papa Benedicto XVI, el “pulmón espiritual del mundo” y una “tierra de esperanza”. Benedicto ha hecho un par de giras por África y ha vuelto feliz por el recibimiento y por la constatación de que la mayor parte de los africanos siguen teniendo fe, es decir, siguen siendo supersticiosos, temerosos de los seres imaginarios y de sus representantes terrenales, ignorantes, y —en parte gracias a su propia prédica— remisos a utilizar los medios necesarios para protegerse del SIDA, por considerarlos opuestos al plan de Dios, consistente en que la raza humana se reproduzca sin control. Lo único que ha advertido de malo es el “fundamentalismo religioso”, que es la forma en que los cristianos llaman al extremismo musulmán cuando los persigue a ellos (y no cuando, como en muchas oportunidades, se alía con ellos en foros internacionales).
El principal temor de Benedicto en África es que se contagie del “materialismo práctico” del mundo occidental y su pensamiento “relativista y nihilista”. El materialismo, que hace que las personas se preocupen más por su situación socioeconómica en la Tierra y menos por la manutención de parásitos como pastores, curas y monjas, supuestos representantes del Cielo, y el pensamiento relativista que posibilita la convivencia de personas de distintas religiones, ideologías, tendencias políticas, géneros y orientaciones sexuales, en vez de enfatizar sus diferencias como esenciales e inamovibles y poner a unos sobre otros, son males que la religión debe combatir para que África siga siendo una “tierra de esperanza”, fértil para el crecimiento de cultos como el de Helen Ukpabio.
Los “niños brujos” y otros son víctimas de la mezcla explosiva entre una vida sometida a los caprichos azarosos del clima, los gobiernos corruptos y las guerras, por un lado, y por el otro lado una cultura donde prevalece la idea de que todo tiene una causa inteligible y una finalidad. En una cultura así, todo suceso imprevisto puede ser achacado a una fuerza del mal, y se requiere encontrar al culpable o inventar uno para poder castigarlo. Una vez puesto en marcha el sistema, ni siquiera hace falta que ocurra algo específico: parte del éxito de la religión es su arte de crear problemas y luego ofrecer una solución exclusiva y obligatoria para éstos, como ocurre con el pecado original y el bautismo.
Benedicto XVI confiesa en voz alta su preocupación cuando el Primer Mundo “exporta” su ideología materialista, tolerante, progresista, a los países subdesarrollados. ¿Tendrá él, o algún otro de los líderes cristianos mundiales y nacionales, algo para decir sobre la exportación de lo peor del cristianismo africano a Estados Unidos?
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jueves, 12 de enero de 2012
Dios vs. porno
Supongo que más de uno de ustedes habrá visto este gráfico por ahí, pero hoy volví a encontrármelo (en LOLGod) y decidí desparramarlo un poco más. Se llama Holy Hypocrites y es de Tony Piro, autor del webcomic Calamities of Nature.
Cada punto del gráfico representa un estado de los Estados Unidos, y los valores son cantidades normalizadas de búsquedas en Google, de 2004 a (junio de) 2011. El eje horizontal muestra búsquedas de la palabra god (“dios”). El vertical, búsquedas de la expresión free gay porn (“porno gay gratis”). Los puntos anaranjados son los estados políticamente más conservadores. Los datos son reales (de Google Insights). Aunque la nube de puntos es más bien difusa, no es difìcil ver la correlación. Hay una larga serie de comentarios en el post original sobre la pertinencia de los datos, sobre otras formas posibles de verlos y especialmente sobre su interpretación. Hablando con rigor científico, nada se puede probar sobre este tema con estos datos, pero creo que podemos estar de acuerdo empíricamente en que la gente a la que más ocupa el tema de la pornografía y los gays (exceptuando a los que producen porno gay) son los creyentes más devotos de las grandes religiones.
Cada punto del gráfico representa un estado de los Estados Unidos, y los valores son cantidades normalizadas de búsquedas en Google, de 2004 a (junio de) 2011. El eje horizontal muestra búsquedas de la palabra god (“dios”). El vertical, búsquedas de la expresión free gay porn (“porno gay gratis”). Los puntos anaranjados son los estados políticamente más conservadores. Los datos son reales (de Google Insights). Aunque la nube de puntos es más bien difusa, no es difìcil ver la correlación. Hay una larga serie de comentarios en el post original sobre la pertinencia de los datos, sobre otras formas posibles de verlos y especialmente sobre su interpretación. Hablando con rigor científico, nada se puede probar sobre este tema con estos datos, pero creo que podemos estar de acuerdo empíricamente en que la gente a la que más ocupa el tema de la pornografía y los gays (exceptuando a los que producen porno gay) son los creyentes más devotos de las grandes religiones.
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Pablo
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viernes, 6 de enero de 2012
Podcast, ep. 18: antisemitismo cristiano y victimismo judío
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Pablo
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miércoles, 4 de enero de 2012
La trampa de la intolerancia
No me resulta fácil citar con aprobación una fuente de la Iglesia Católica; reconocer que por una vez reportaron los hechos de una noticia sin demasiados retoques apologéticos ni distorsiones. Hace unos días DesInfoCatólica advirtió El lobby gay pretende que se vete un libro sobre la homosexualidad en El Corte Inglés, refiriéndose a Comprender y sanar la homosexualidad, del psicoterapeuta estadounidense Richard Cohen. Del título sólo se puede objetar en forma menor que el libro no es sobre la homosexualidad sino sobre la visión irreal y anticientífica que Cohen tiene de la misma; de la bajada de la noticia, que llame a Richard Cohen “psicoterapeuta” sin mencionar que en 2002 American Counseling Association le quitó su licencia debido a —entre otras cosas— “buscar satisfacer sus necesidades personales a expensas de los clientes, explotar la confianza y dependencia de los clientes, y requerir testimonios personales o promover productos en forma engañosa”.
Lamentablemente el grueso de la noticia era correcta; la Federación Andaluza de Asociaciones LGTB (el pomposamente llamado “lobby gay”) recolectó firmas para exigir que se retire de la venta el libro en la cadena española de almacenes por departamento El Corte Inglés, argumentando que promover una obra que califica a la homosexualidad como un trastorno psicológico es discriminatorio. La protesta, como suele ocurrir en estos casos, sólo contribuyó al éxito del libro, al pasarse la posta de la indignación los colectivos católicos antihomosexuales. Inútil es señalar las instancias recientes de pedidos de censura de esos fanáticos religiosos a publicidades, libros, obras de arte y otras producciones culturales de todo tipo, como así también sus intentos por suprimir de la educación toda ideología y toda ciencia que no concuerde con sus dogmas y doctrinas; inútil también recordarles su larga historia de prohibición y quema de libros (a veces acompañados de sus autores). Se trata de personas que se enorgullecen de ser intolerantes y para quienes esta táctica de la Federación LGTB vino como anillo al dedo para señalar “la intolerancia de los tolerantes” (dicha esta última palabra con tono de desprecio, el mismo que utilizan al hablar de los “progres”). Este orgulloso desprecio es el que les ayuda a ver inmensas vigas en los ojos ajenos sin notar ni una brizna de paja en el propio.
Tengo más para decir sobre Richard Cohen y sus ideas (El País le hizo una entrevista, por si alguien desea informarse, teniendo en cuenta que se trata casi seguramente de un aviso pagado), pero más que el contenido del libro me preocupa la reacción a él. Si exigimos que no se venda porque es científicamente y políticamente incorrecto, ¿con qué argumento no pedimos también que se quiten de circulación cientos, miles de otros libros de esta clase? En cualquier librería grande hay libros de autoayuda que transmiten una visión fantástica y potencialmente muy dañina del mundo y de los seres humanos. ¿Y qué pasará cuando otros pidan que se prohíban los libros que nos gustan? Podemos argumentar que no es lo mismo porque nosotros tenemos la razón (la ciencia, los derechos humanos, la modernidad) de nuestro lado. ¿Importa eso, en la práctica? Es obvio que no, que nunca ha importado, que lo que vale es el poder de lobby.
Quizá debamos pensar en una estrategia distinta. Quizá debamos pedir, como clientes y consumidores, que al lado de cada libro promoviendo una cura para la homosexualidad haya uno que promueva la autoaceptación de la sexualidad propia; que junto a cada panfleto apologético haya un estudio serio de los textos sagrados que demuestre su inspiración puramente humana; que junto a cada hagiografía complaciente haya una biografía. Más libros, no menos, jamás.
Lamentablemente el grueso de la noticia era correcta; la Federación Andaluza de Asociaciones LGTB (el pomposamente llamado “lobby gay”) recolectó firmas para exigir que se retire de la venta el libro en la cadena española de almacenes por departamento El Corte Inglés, argumentando que promover una obra que califica a la homosexualidad como un trastorno psicológico es discriminatorio. La protesta, como suele ocurrir en estos casos, sólo contribuyó al éxito del libro, al pasarse la posta de la indignación los colectivos católicos antihomosexuales. Inútil es señalar las instancias recientes de pedidos de censura de esos fanáticos religiosos a publicidades, libros, obras de arte y otras producciones culturales de todo tipo, como así también sus intentos por suprimir de la educación toda ideología y toda ciencia que no concuerde con sus dogmas y doctrinas; inútil también recordarles su larga historia de prohibición y quema de libros (a veces acompañados de sus autores). Se trata de personas que se enorgullecen de ser intolerantes y para quienes esta táctica de la Federación LGTB vino como anillo al dedo para señalar “la intolerancia de los tolerantes” (dicha esta última palabra con tono de desprecio, el mismo que utilizan al hablar de los “progres”). Este orgulloso desprecio es el que les ayuda a ver inmensas vigas en los ojos ajenos sin notar ni una brizna de paja en el propio.
Tengo más para decir sobre Richard Cohen y sus ideas (El País le hizo una entrevista, por si alguien desea informarse, teniendo en cuenta que se trata casi seguramente de un aviso pagado), pero más que el contenido del libro me preocupa la reacción a él. Si exigimos que no se venda porque es científicamente y políticamente incorrecto, ¿con qué argumento no pedimos también que se quiten de circulación cientos, miles de otros libros de esta clase? En cualquier librería grande hay libros de autoayuda que transmiten una visión fantástica y potencialmente muy dañina del mundo y de los seres humanos. ¿Y qué pasará cuando otros pidan que se prohíban los libros que nos gustan? Podemos argumentar que no es lo mismo porque nosotros tenemos la razón (la ciencia, los derechos humanos, la modernidad) de nuestro lado. ¿Importa eso, en la práctica? Es obvio que no, que nunca ha importado, que lo que vale es el poder de lobby.
Quizá debamos pensar en una estrategia distinta. Quizá debamos pedir, como clientes y consumidores, que al lado de cada libro promoviendo una cura para la homosexualidad haya uno que promueva la autoaceptación de la sexualidad propia; que junto a cada panfleto apologético haya un estudio serio de los textos sagrados que demuestre su inspiración puramente humana; que junto a cada hagiografía complaciente haya una biografía. Más libros, no menos, jamás.
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Pablo
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domingo, 1 de enero de 2012
2012
En su Estudio de la Historia, una crónica del auge y la caída de las civilizaciones, el historiador Arnold Toynbee plantea que hay dos respuestas estereotípicas a lo que él llama “tiempo de angustias”, los puntos de crisis que hacen o deshacen una civilización. Una es la “arcaísta”, un deseo de volver a alguna feliz época previa o a una edad dorada. La otra es la “futurista”, una urgencia por acelerar el tiempo y dar un salto hacia un futuro deslumbrante. Creo que es claro que hoy la gente está abrazando ambas ofertas. La creencia en que una gracia salvadora puede provenir de los pueblos indígenas no-occidentales intocados por los pecados de la modernidad es parte de un “revival arcaico” muy popular. De la misma manera, el transhumanismo o posthumanismo que ve la salvación en alguna especie de matrimonio tecnológico entre hombre y computadora está igualmente de moda. El escenario de 2012 parece participar de ambas posturas: propone un retorno a las creencias de la civilización antigua para dar un salto hacia un futuro inimaginable. Lo que ambas estrategias comparten, sin embargo, es un deseo de escapar al presente.
Gary Lachmann, 2013: Or, What to Do When the Apocalypse Doesn’t Arrive (mi traducción).
(Texto completo en español: 2013: O qué hacer cuando el Apocalipsis no llegue).
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Pablo
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