Como ya sabrán los lectores, terminé el año 2012 y comencé 2013 con varias semanas sin acceso a Internet, o al menos acceso doméstico de banda ancha. Entre las cosas que pude hacer en el tiempo libre resultante estuvo ver varios videos relacionados con la religión y el ateísmo que tenía guardados desde hacía tiempo. Uno de ellos fue aquél con cuyo comentario continúo:
el debate Intelligence Squared (conocido como IQ²) de 2011, en Sydney.
Los debates IQ² siguen el formato anglosajón clásico, con una proposición o predicado de pocas palabras, uno o más proponentes y uno o más oponentes, cada uno de los cuales va recibiendo turnos para hablar y/o contestar, en varias rondas, generalmente de duración idéntica y estrictamente controlada, con un segmento de preguntas o comentarios para el público.
La proposición del IQ² Sydney 2011 fue
“Atheism is wrong”, es decir, “El ateísmo está errado” (o “El ateísmo es incorrecto”). Fue moderado por el Dr. Simon Longstaff, Director Ejecutivo del Centro de Ética St. James, y los debatientes fueron tres por cada lado, que fueron hablando alternativamente; luego de permitir hablar al público, cerraron de la misma manera con argumentos y observaciones más cortos. Mientras lo escuchaba fui tomando notas. Como en casi todos los casos donde los debatientes son mínimamente inteligentes y formados (es decir, exceptuando casos como debates con creacionistas), se trataron muchísimos temas a la vez y no importó demasiado quién contestó a qué o qué lado “ganó”, aunque para tranquilizar a mis lectores, diré que el ateísmo (la oposición) venía ganando entre el público antes del debate, y luego de éste arrasó.
Abrió el debate
Peter Jensen (Arzobispo de la Iglesia Anglicana, profesor de Teología, autor del libro
At the Heart of the Universe). Comenzó con lo que debía ser un golpe de efecto, diciendo “Yo tengo una mente atea y un corazón ateo”. “Muchos conceptos de dios son meros seres humanos superpotentes, que cristianos y ateos rechazan por igual”, notó, para sacar del medio a los dioses de más clara factura humana. A partir de allí el argumento siguió vagamente las líneas de la “teología sofisticada”, según el cual los creyentes creen en un Dios mucho más complicado que la caricatura que de Él hacen los ateos (“simplistas”, según Jensen, como aquéllos que dicen que la Tierra es plana), que no explican la complejidad del mundo, ni su significado, y que “confunden mecanismo con agencia”. Jensen se desvió brevemente del argumento para caer en otro que a decir verdad me sorprendió porque sólo se lo he escuchado a creacionistas: que “tanto los ateos como los cristianos usan la evidencia y la razón” y ven las mismas cosas, pero “los resultados no son los mismos”. ¿Por qué? Porque los ateos rechazan la revelación, es decir, la evidencia de que Dios se hizo hombre en Jesús. A partir de este punto me resultó inútil seguir prestando atención: el buen hombre ya había llegado al punto adonde terminan todos los argumentos fallidos de los creyentes, la parte donde hay que tener fe…, ya que cualquier cristiano con un título académico bien ganado sabe que, más allá de lo que digan los curas a la masa desde el púlpito, la evidencia histórica de que Jesús existió es escasa, y la de que actuó como sólo un Hijo de Dios podría hacerlo es inexistente. Ah, pero según Jensen “los ateos se rehúsan a estudiar seriamente a Jesús”. Precisamente hace poco salió un libro de Richard Carrier explicando con lujo de detalles la abundante evidencia histórica de que Jesús no existió sino que es un conglomerado de mitos previos fundidos a posteriori en una figura mitológica. Quizá el libro no había salido en ese entonces, quizá Jensen no lo había leído; pero desde luego no era el primero ni será el último en exponer esos datos, o más bien la pasmosa falta de ellos. Jensen también se escudó preventivamente de la acusación de que el cristianismo ha hecho cosas muy malas en su historia, explicando que el cristianismo se autocorrige (mientras que el ateísmo no). ¿Cómo lo hace? Ofreciendo “medios para identificar el mal”, es decir, un sentido moral que puede usarse para criticar a los mismos que profesan su fe en él. Más aún, al creer en el pecado original, el cristianismo reconoce que debemos esperar que los seres humanos hagan el mal, incluso si dicen estar haciéndolo en nombre de Dios. El cristianismo puede reconocer el mal en su propio seno; el ateísmo no tiene un sentido moral que se lo permita.
El siguiente en hablar, por la negativa, fue
Tamas Pataki (filósofo, psicoanalista, profesor de Filosofía, co-autor de
Against Religion). Su exposición fue bastante menos prolija que la de Jensen, pero consiguió al menos marcar el terreno en dos puntos clave: que se debe separar la no-creencia en dioses de la crítica a las religiones, y que se debe definir de qué dios o dioses hablamos cuando hablamos de Dios. Contra la “teología sofisticada” de Jensen, opuso esta realidad bien conocida: “Los argumentos sobre si los dioses existen están bastante desconectados del hecho de que la gente cree que los dioses existen. Poca gente sabe de esos argumentos o se molesta por conocerlos.” Las religiones, más allá de argumentos y evidencias, están frecuentemente conectadas con ideologías políticas que “creen verdaderamente que Dios está de su lado y pueden llevarnos a la ruina”. Por lo tanto, y volviendo al punto del debate, “los ateos no estamos equivocados acerca de eso”, es decir, del hecho de que la religión y el estado deben estar separados, de que hacer que de Dios dependa la ley o la moral es peligroso. Con respecto al segundo punto, y relacionado con la creencia popular vacía de argumentos coherentes, Pataki constató que el dios de las religiones abrahámicas está mal definido, y apelar a él para explicar cualquier cosa de hecho no explica nada. Hay un montón de teologías, incluso dentro de una misma religión, y todas son incompatibles entre sí. La solución más sensata, terminó, es descartarlas a todas.
A continuación, por la afirmativa, habló la Dra.
Tracey Rowland (Decana del Instituto Juan Pablo II en Melbourne, profesora de filosofía y teología, autora de dos libros sobre la teología de Benedicto XVI). Como en el caso de Jensen, el discurso parecía mucho mejor preparado que los de sus oponentes. La argumentación arrancaba desde la siguiente afirmación: “Con los Nuevos Ateos, el debate acerca de Dios se ha transformado en un debate sobre lo que significa ser humano.” Esta afirmación gigantesca no carece de fundamento: efectivamente, la hegemonía cristiana sobre el pensamiento, y en particular la visión del catolicismo sobre la sociedad, el estado y la persona, una visión totalitaria de la que nada escapa, están bajo ataque (aunque no desde la muy reciente aparición de los “nuevos” ateos). El contraataque de Rowland no aportó nada a su lado del debate en el tema en cuestión: “Las explicaciones [de los ateos] del amor, la razón y la racionalidad humana son tan escuálidas que es imposible defender la dignidad humana con referencia a ellas.” Citó largamente a Richard Dawkins y su teoría del gen egoísta como explicaciones espurias de los motivos humanos. Mientras que la ciencia atea sólo ofrece determinismo, el cristianismo —dijo Rowland— liberó al hombre de ser una criatura del destino, para ser “una criatura con libre albedrío y con intelecto racional”. Luego de una breve e irrelevante excursión por el origen cristiano de universidades y hospitales y por la costumbre (exclusivamente) cristiana de cuidar de los niños abandonados, siguió argumentando contra el ateísmo como el producto de renunciar a la fe para buscar la “razón pura” y terminar (históricamente) en la sinrazón: los nuevos ateos son “neo-nietzscheanos” que buscan “libertad absoluta”. El nuevo ateísmo es vacío y hace que “las relaciones sexuales se vuelvan manipulación mutua”, arruinando asimismo las relaciones políticas y económicas (todas ellas aparentemente perfectas bajo la égida cristiana). Todo lo malo de la cultura actual es culpa del ateísmo: el consumismo, la brutalidad política, el culto a las celebridades… El nuevo ateísmo también es totalitario: “La solución atea estándar al miedo al tribalismo es expandir los poderes del estado. El estado se transforma en nuestro nuevo Salvador a través del fomento del secularismo.” Según ella, los estados seculares han sido siempre “los más prolíficamente homicidas” (dándose por sobreentendido que “secular” significa “no oficialmente cristiano”). El ateísmo lleva al darwinismo social y al determinismo genético… Si parece que Rowland dijo muchísimo en poco tiempo, es porque fue así, y hay que reconocerle su maestría y su preparación. La hegemonía cristiana no se mantuvo exclusivamente a base de quemar herejes y engañar a los crédulos: la capacidad de encadenar sofismas con gran confianza también influyó y sigue influyendo. Que no hubo más que eso en la argumentación de Rowland queda claro con su última frase: “Los ateos están equivocados porque la vida humana, el amor humano y la razón humana no pueden de ninguna manera ser tan faltos de significado.” Hay muchos problemas en esa frase, pero desde un principio la implicación es falaz: es una simple expresión del tipo
“X está equivocado porque no puedo creer ni aceptar que X tenga razón”.
La cuarta persona en hablar fue
Jane Caro (publicista, consultora en comunicaciones y escritora). Caro me irritó, literalmente, desde que abrió la boca. Frente a tantos títulos académicos resultó una conferencista muy poco profunda, que se dirigió al público a los gritos con una voz chillona y un discurso impostado sobre un tema remanido: el tratamiento de las mujeres por parte de las religiones. Como
pitch publicitario estaba muy bien; las pausas dramáticas estaban bien y el público aplaudía y vivaba. Pero poco tenía que ver con el tema central del debate o con contestar a lo que habían dicho los proponentes de la afirmativa, aunque hay que decir que los molestó bastante, cosa que no esperaban y que merecían ampliamente. Lo único que rescaté de todo lo que dijo Caro fue el cierre donde no perdonó al budismo, religión que los ateos occidentales suelen considerar mejor, en general, que las abrahámicas. Caro lo desmintió, al menos en lo que se refiere al machismo, con una línea genial: si para el budismo las mujeres y los hombres son iguales, “¿por qué el Dalai Lama nunca se ha reencarnado en una chica?”.
El siguiente orador, por la afirmativa, fue
Scott Stephens (editor de la sección Religión y Ética de
ABC Online, profesor de teología y ética teológica). Stephens ensayó un diagnóstico del estado trágico de la civilización actual, oscilando entre el
concern trolling y la denuncia indignada. En ciertos puntos se pareció al lamento de Rowland, pero Stephens se ocupó de rebajar el ateísmo, o más claramente el “nuevo” ateísmo, a la categoría de mero síntoma de un problema mayor, que claramente es —aunque no lo dijo explícitamente— la desaparición de las certezas de las que disfrutaban (?) nuestros antepasados a causa de la pérdida del monopolio cristiano sobre la cultura. “Somos incapaces de alcanzar un consenso moral de mínima”, se lamentó. Según él, ya no nos importan las preguntas como “¿qué es una buena vida?” o “¿para qué deben servir la política y la economía?”. No hay más concepto del bien común ni una jerarquía de virtudes: sólo queda buscar el “bienestar” y seguir modas, entre las cuales Stephens incluye el nuevo ateísmo. El ateísmo es el síntoma de un nihilismo generalizado que lleva a “la fetichización de la salud, la seguridad y el placer como nuevas virtudes cardinales, en lugar de lo que solían ser las grandes virtudes de la democracia: igualdad, fratenidad, libertad.” Stephens obvió mencionar que las “grandes virtudes democráticas” no es sino el lema de la Revolución Francesa, que reaccionó precisamente contra una de las certezas con que el cristianismo venía manteniendo estable (o estancada) a la sociedad occidental, a saber, la jerarquía social ordenada por Dios, con el rey a la cabeza. Estas “virtudes” y sus corolarios fueron condenadas hasta el hartazgo por el cristianismo; el catolicismo tradicional jamás las aceptó y hasta principios del siglo XX seguía denunciando como inmorales el igualitarismo social y la libertad de expresión y pensamiento. Nadie le dijo tampoco que él puede hoy denunciar “la salud, la seguridad y el placer” como “fetiches” porque como ciudadano de una sociedad secular, liberal y próspera tiene acceso bastante asegurado a una dosis aceptable de las tres cosas; para gran parte de los habitantes del planeta, en particular aquellos que viven en estados donde los valores religiosos tradicionales son todavía dominantes, estos “fetiches” son utopías. A Stephens, finalmente, le molestan los “nuevos ateos” porque su ateísmo es poco estudiado, “promiscuo”, irreconocible (según él) para la mayoría de los “ateos históricos”, vale decir, los ateos del pasado, que sólo podían expresarse una vez obtenidas la riqueza y la posición social requeridas para no ser arrastrados a la cárcel o a la hoguera, y a los que a su vez sólo se les permitía expresarse porque los líderes religiosos del pasado sabían que el populacho no podría leerlos ni entenderlos. La frase final, que transforma a Stephens en alguien con quien es imposible debatir sensatamente el ateísmo: “Sin Dios no hay Bien.”
El cierre de la primera parte del debate estuvo a cargo de
Russell Blackford (filósofo, crítico literario, escritor, autor de
Fifty Voices of Disbelief). Blackford comenzó respondiendo a la impostura de superioridad intelectual de sus oponentes: “Mucho de lo que hemos oído esta noche… ha sido en realidad que nos digan «Miren, ustedes no entienden,
el mundo todavía no entiende lo que le debemos a la religión». Lo que yo contesto a eso es «Sí, todavía no entendemos totalmente qué le debemos a la religión, pero estamos empezando a sospecharlo».” Blackford reiteró aquí su punto anterior de que las religiones son a simple vista productos totalmente humanos; en particular el cristianismo no se ve en absoluto como si hubiesen sido fundado por un Dios omnipotente, omnisciente y amoroso. Bromeó diciendo que a sus oponentes “les falta fe”: de todos los argumentos tradicionales en favor de la existencia de Dios, no propusieron ni uno, sino que vinieron a “moralizar”, intentando demostrar que una sociedad sin Dios no funciona. La audiencia del debate no debería salir pensando que se dijo algo sobre el ateísmo, si de hecho no se intentó en ningún momento demostrar que es falso que Dios no existe.
Después de esto vino una sección de preguntas y respuestas (y comentarios) del público, que no reproduzco porque no fue de gran aporte. A continuación se les dio un nuevo turno a cada uno de los ponentes, a modo de cierre breve.
- Jensen se quejó de que Blackford dijo que no se presentaron evidencias a favor del teísmo. Él las presentó, dijo: dependen de aceptar la evidencia de que Jesús es Dios encarnado.
- Pataki apuntó contra la idea de que la moral humana depende de Dios. Si Dios existiese, explicó, de todas maneras (y siendo nosotros seres morales y libres) deberíamos juzgar si Dios es moral, si es moral y correcto adorarlo y seguirlo.
- Rowland, tocada por las proclamas feministas de Caro, afirmó que Caro —que dice haber sido criada sin creencias irracionales— “cree en el mito de Dios el misógino”, y arrancó risas burlonas de la audiencia cuando afirmó que en algunas religiones hay efectivamente misoginia, pero no en el cristianismo. Según ella, la Trinidad es un modelo de cómo existe amor entre iguales en la diferencia. Esta disquisición teológica, aunque totalmente inútil, no dejó de resultarme novedosa.
- Caro cerró su parte afirmando que los teístas son pesimistas si piensan que la humanidad necesita de un Dios que la vigile para hacer el bien. La humanidad ha progresado hasta el punto en que un debate sobre Dios puede realizarse sin que los ateos teman por sus vidas, cosa que hace un siglo o dos habría sido muy distinto. Y este cambio cultural no fue gracias a la religión sino al secularismo.
- Stephens bromeó con Blackford, diciendo que de todos los exponentes era el único que había sonado “como un predicador”. Lo acusó de engañar al público al decir que las guerras de religión se terminaron en el siglo XVIII gracias al “descubrimiento” de la separación iglesia-estado, e insinuó que Blackford debería leer más sobre el tema.
- Blackford contestó brevemente a la acusación de Stephens aprovechando para promover su nuevo libro, en el que estudia en gran detalle precisamente el tema que Stephens lo acusó de no conocer. Cerró su parte y el debate machacando sobre su postura anterior. No hubo en el debate, dijo, ninguna argumentación en favor de la existencia de Dios, y “no nos sirve que esta gente venga, moralice, moralice, moralice…”, le eche la culpa a los ateos de todo “y luego diga «por lo tanto Dios existe»”.
Si bien el debate tuvo altibajos de calidad, que ya mencioné, en su conjunto se presentaron tantos temas que resultó muy valioso, especialmente como diagnóstico de las tensiones culturales que enfrenta el mundo secularizado de Europa y las ex-colonias británicas. Esas polémicas no han llegado, o no han llegado de esa manera, a Latinoamérica, pero creo que es cuestión de tiempo que las tengamos aquí en primera plana: razón de más para que los defensores de la laicidad y la vida sin dioses estemos informados.