miércoles, 31 de marzo de 2010

La Biblia desenterrada (Finkelstein y Silberman)

La Biblia desenterrada es un libro de los investigadores Israel Finkelstein y Neil Asher Silberman dedicado a desentrañar la historia del antiguo pueblo israelita, contrastando las historias del Antiguo Testamento con los descubrimientos arqueólogicos modernos. Antes de cualquier objeción en ese sentido es necesario aclarar que no se trata de un libro antirreligioso o una denuncia de las falsedades de la Biblia. No obstante, es previsible que los creyentes menos sofisticados o más habituados a la interpretación literal de la Biblia resulten sorprendidos o afectados negativamente.

Los autores se esfuerzan a cada paso en destacar el valor de la Biblia como documentación, no necesariamente de la historia, sino de las condiciones políticas y las inquietudes sociológicas de los habitantes de los territorios que se engloban en los libros bíblicos bajo la denominación de “Israel”, y que estuvieron en realidad muy lejos de la epopeya fundacional de Moisés, de la fulgurante conquista de Canaán y del legendario poder de la dinastía davídica o del rey Salomón.

No se trata simplemente, como se suele creer, de que ciertos pasajes del Antiguo Testamento sean exagerados o contengan episodios mitificados. Más bien nos encontramos con que tramos enteros de la historia del antiguo Israel están inventados, y otros están basados muy libremente en desarrollos históricos paralelos. Los estudiosos están de acuerdo, por ejemplo, en que la historia de la esclavitud en Egipto es completamente ficticia, aunque pudo inspirarse en el hecho de que los egipcios empleaban a muchos obreros inmigrantes del Sinaí en sus obras públicas. El Éxodo tampoco parece tener base histórica alguna, resultando particularmente inviable una huida masiva de esclavos a causa del férreo dominio que Egipto ejercía sobre el actual Israel.

El ciclo de sangrientas batallas que (según la Biblia) llevaron a la conquista de Canaán por los israelitas no tiene correlato arqueológico, excepto la destrucción de las ciudades-estado litorales por parte de un adversario desconocido, quizá los enigmáticos “Pueblos del Mar”, y luego de una corta renovación posterior, la nueva y definitiva devastación llevada a cabo por el faraón egipcio Shoshenk (llamado Sisac en la Biblia). Lo que ocurrió entre los supuestos “israelitas” y los cananeos es en realidad un reflejo de varias olas de colonización y abandono de las tierras al oeste del Jordán por parte de pueblos nómades, y un recuerdo de tensiones habituales entre los pastores nómades y los agricultores sedentarios. La auto-identificación étnica de los israelitas como pueblo fue posterior.

La gesta de David contra los filisteos es también inverosímil, por cuanto el reino de Judá era pobrísimo en hombres, en recursos y en cultura material; de la misma manera, el esplendor de Salomón no condice con la constatación de que la Jerusalén de esa época era apenas un pueblito serrano, sin fortificaciones ni grandes templos. Los numerosísimos ejércitos bíblicos no hubieran podido formarse ni mantenerse. Buena parte de toda esta historia fue escrita siglos después, para legitimar la unificación sociopolítica e ideológico-religiosa del reino, que buscaba subsumir a las tribus del norte (Israel propiamente dicho) y las del sur (el reino de Judá), con su capital y su Templo al único Dios situados en la sureña Jerusalén. Las profecías que se refieren a la suerte de Judá y de Israel representan intentos a posteriori de conciliar las supuestas promesas divinas de reinado eterno y unificado con la amarga separación y enemistad entre los reinos y con la inexplicable prosperidad de un Israel que se había rebelado contra Dios.

De hecho, el reino del norte (Israel) es consistentemente vituperado en la Biblia. El pecado de Israel fue precisamente su apertura a los cultos de otros dioses y la disposición de sus reyes a tomar esposas extranjeras, como la infame Jezabel, reina de origen fenicio, desposada con el rey Ajab. Por este y otros pecados, los descendientes de Ajab murieron uno tras otro de formas horribles. En realidad, esta historia (narrada en el libro de los Reyes) es casi totalmente ficticia. Israel bajo la dinastía omrita fue un reino fuerte y próspero, siendo el primero que amerita mención en documentos de otros pueblos de Medio Oriente, en momentos en que Judá era apenas un conjunto de aldeas escasamente pobladas. Sólo cuando el imperio asirio devastó Israel tuvo Judá la oportunidad de transformarse en un estado, y el rey Josías pudo usar los textos sagrados para legitimar su ocupación de las tierras del norte,  su poder sobre todas las tribus, y la centralización forzada del culto a Yahvé en Jerusalén.

La Biblia desenterrada es un recurso valiosísimo para quien debata sobre la historicidad de la Biblia. Inevitablemente, el libro es algo denso, ya que cuenta con un gran nivel de detalle y suele revisitar los hechos desde varios puntos de vista, pero leerlo brinda el placer de encontrarse con un trabajo arqueológico de primera clase, donde las certidumbres y las dudas de los investigadores están honestamente delineadas. Debe tenerse muy en cuenta que el libro no es una crítica a la Biblia: no busca desmontarla ni ridiculizarla, sino mostrarla como una epopeya nacional y un cuerpo de leyendas inspiradoras para un pueblo que ha persistido, reinterpretándola y adecuándola a sucesos cambiantes, durante milenios, a pesar de exilios y persecuciones que lo han llevado a todos los rincones del mundo.

Aunque la verdadera historia no está en la Biblia, tampoco corre paralela a ella, sino que la toca y la moldea, mediada por la teología y la política, por las tradiciones literarias y las expectativas del pueblo al que fue destinada. Que tantas veces haya sido impuesta por unos a otros, que tanto tiempo haya sido afirmada dogmáticamente como verdad fáctica y no aceptada como mito, no es culpa del libro ni de sus antiguos autores, sino fruto de esa terrible cerrazón que es el fundamentalismo religioso y de la ignorancia de los literalistas.

Links de interés:

lunes, 29 de marzo de 2010

Sacerdote abusa sexualmente de niños

El hecho de que el título de esta nota, considerado en sentido general, ya no sea realmente noticia, no es mérito de los medios que reportan y siguen incesantemente la cobertura de los casos de pederastia clerical y su encubrimiento como parte integral de la estrategia de la Iglesia Católica para preservar su imagen.

No obstante, es posible que la repetición nos haga olvidar a las víctimas y nos lleve a concentrarnos en los perpetradores y sus cómplices. Uno desearía, pero le es difícil creerlo, que este olvido fuera el origen de la actitud de la prensa católica y de los católicos devotos ante la ola de denuncias.

Un recuento de las noticias sobre el tema aparecidas en ACI y Zenit, dos de las más importantes agencias papistas de propaganda que publican en español, incluye los siguientes artículos:
Indudablemente no hay nadie que esté dando más cobertura al escándalo que las propias agencias católicas. Una usina de refutaciones espurias y fabricación de excusas está funcionando a toda máquina, tratando de deshacer el daño causado por la difusión de noticias a veces exageradas o sensacionales, pero desde luego no falsas; en apenas cuatro días que he examinado, sólo estas dos agencias han producido diez artículos (y he omitido otros tantos) cuyos objetivos se encuadran en un marco pequeño: disculpar a la Iglesia como institución de los abusos, defender al Papa, echarle la culpa a otros, y dar por terminado todo el incómodo asunto.

Lo único que les falta a estos artículos es lástima real, verdadera, por las víctimas. Falta una declaración inequívoca de culpa, un propósito de enmendar —dentro de lo posible— el daño hecho a muchos niños y a sus familias, y el abandono a su merecida suerte de los culpables. A la violación de niños y su encubrimiento sistemático durante décadas se la denomina “crisis”, como si fuera un suceso azaroso que les ha caído a gente que no tenía nada que ver, y se propone dejarla atrás con medidas internas y haciendo oración y penitencia. ¡Se insinúa incluso que el buen manejo de la “crisis” (que ya se da por hecho) purificará a la Iglesia y fortalecerá políticamente al Papa!

Me consta que muchos católicos de a pie reconocen los terribles crímenes cometidos y no los disculpan. Están, como debe estar cualquier persona normal y decente, horrorizados e indignados. Generalmente se lo callan. No es de esperar que salgan a las calles a pedir la renuncia del Papa. Pero a nivel de la cúpula eclesiástica, ¿qué duda nos puede caber de que estos crímenes son conocidos y aceptados por todos? ¿Y quiénes, sino los que están más arriba, son los más capaces de hacer algo? Ni un solo obispo católico en todo el planeta ha dicho una palabra en contra de sus colegas, y mucho menos contra el obispo de Roma que preside sobre ellos. Todos tienen miedo, o quizá les importe más mantener su imagen inmaculada. Una nota en El País los llama sepulcros blanqueados, refiriéndose a la crítica de Jesús a los maestros de la ley en Mateo 23:27-28:
¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que son como sepulcros blanqueados. Por fuera lucen hermosos pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre. Así también ustedes, por fuera dan la impresión de ser justos pero por dentro están llenos de hipocresía y de maldad.
De hecho, casi todo el capítulo 23 del evangelio de Mateo es singularmente apropiado para la Iglesia Católica. Pero sospecho que ni Joseph Ratzinger ni los demás príncipes eclesiásticos lo leen con frecuencia. De toda la variada enseñanza de Jesús —que a veces es humanista y singularmente moderna y otras veces refleja lo peor del judaísmo antiguo—, esta admonición contra los sacerdotes, que “atan cargas pesadas y las ponen sobre la espalda de los demás, pero ellos mismos no están dispuestos a mover ni un dedo para levantarlas”, debe ser una de las más brillantes.

Es en este mismo lugar que Jesús advierte que a nadie deben los fieles llamar “padre” salvo a Dios. Ésa sería una buena idea para comenzar a limpiar la Iglesia: que la palabra “padre”, que expresa amor y cuidado, no sea nunca más asociada a personas que cometieron crímenes aberrantes sobre los niños confiados a su cuidado.

    sábado, 27 de marzo de 2010

    El solitario reinado de Benedicto XVI

    ¿Qué clase de papa es Benedicto XVI? ¿Cómo es que un papa obsesionado por la pureza doctrinal quedó a cargo de una Iglesia Católica infestada de inmoralidad y asaltada por escándalos? Peter Popham, del diario británico The Independent, ha escrito un largo artículo que explica la trayectoria de Joseph Ratzinger y su aislamiento actual. Se titula The lonely reign of Benedict XVI (“El solitario reinado de Benedicto XVI”) y lo he traducido para ustedes. Como de costumbre, los links son míos.

    De todos los países que el Papa Benedicto XVI va a visitar este año —que incluyen Malta, Portugal, Chipre y España—, Gran Bretaña, que visitará en septiembre, es el de mayor dificultad moral desde su perspectiva: una ciudadela del relativismo, acosada por todos los males que los años ’60 incubaron y que la Iglesia Católica de aquí, según la visión del Vaticano, ha hecho poco por combatir.

    Véase la evidencia: tenemos vicarios mujeres, ministros del Gabinete abiertamente homosexuales, el minarete de una mezquita proyectándose sobre Regent's Park. El multiculturalismo ha suplantado al cristianismo como la religión preferida; casi nadie va más a la iglesia; una tradición cristiana con 1500 años de historia se descarta a medida que inmigrantes de todas las religiones y de ninguna entran en masa al país. En nuestra adoración a las estrellas populares hemos producido un nuevo reinado de la idolatría. El difunto jefe de Benedicto, en quien el conservadurismo doctrinal era mitigado por un filón teatral bohemio, asistió feliz a todo un concierto de Bob Dylan y citó las letras de las canciones durante su sermón subsiguiente; en otra ocasión el predecesor del actual papa llegó a probarse los anteojos de sol de Bono. El cardenal Joseph Ratzinger (el nombre de Benedicto antes de ser papa), obligado a acompañar a su jefe, sacudía la cabeza tristemente ante tal abandono. Estas “estrellas de los jóvenes”, escribió más tarde, “tenían un mensaje completamente diferente a aquél con que el Papa estaba comprometido. Había razones para ser escéptico —y lo fui, y todavía lo soy en cierto sentido— y dudar sobre si era realmente correcto involucrar a ‘profetas’ de esta clase.” La música popular, dijo en 1986, era “un vehículo de la anti-religión”.

    Por supuesto, es normal que un papa asuma un lugar de estatura moral: ¿para qué sirve si no lo hace? Puede atemperar la justicia con misericordia, pero esperamos de él que haga cumplir la ley. Y por esa razón es que la marea de suciedad que ahoga a la Iglesia desde hace unas semanas, casi toda ella relacionada con acusaciones de pedofilia clerical, preocupa a los observadores del Vaticano.

    Al ser coronado Papa hace casi cinco años, Benedicto prometió limpiar la Iglesia. No iba a ser un papa showman como Juan Pablo II, no se castigaría dando vueltas por el mundo y hablando en inmensos estadios. La Iglesia bajo su guía no tendría como objetivo la expansividad, sino la purificación. Podría ser una institución más pequeña y compacta pero sería limpia, consistente y fiel a su palabra.

    Pero los eventos de las semanas recientes sugieren que la corrupción está enraizada cerca de su corazón. Un acaudalado industrial italiano llamado Angelo Balducci, que había sido honrado por el Vaticano como “gentilhombre del Papa”, saltó a los titulares de los diarios de Italia el mes pasado al ser acusado y puesto bajo investigación por supuesta recaudación de dinero a través de prestamistas usureros. Separadamente, un miembro del coro del Vaticano dice que le pagaron para arreglar citas gay para Balducci. A pesar de la posición draconiana de la Iglesia contra la homosexualidad, el Vaticano ha sido conocido desde hace tiempo como un nicho gay, y los observadores internos creen que la elevación de Benedicto al papado no ha cambiado nada.

    Entretanto los escándalos continúan lloviendo desde el extranjero. Poco después de que Benedicto condenara los “atroces actos” de pedofilia entre los sacerdotes en Irlanda, surgieron acusaciones de actos similares en el famoso coro de Ratisbona, en Bavaria, del cual el hermano del Papa, Georg Ratzinger, era director mientras Joseph era profesor en la universidad (Georg niega saber de abusos de este tipo durante su estancia allí). Aún más obscenas son las acusaciones apuntadas a Marcial Maciel, el fundador mexicano de los Legionarios de Cristo, que murió en 2008 a la edad de 87 años. En los años ’90, cuando Maciel fue acusado por numerosos sacerdotes jóvenes de abusar sexualmente de ellos, Ratzinger, como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, tenía a cargo disciplinarlo. Maciel renunció en 2005 y se le indicó vivir una vida de oración y penitencia, pero ése fue todo su castigo. Hace unas semanas, no obstante, ha surgido una nueva ola de acusaciones: dos de los hijos ilegítimos de Maciel han afirmado que su padre los violó repetidamente desde la edad de siete años, y demandan 26 millones de dólares a la Orden (que no ha negado los cargos) como compensación.

    Algunos de estos casos conciernen a eventos que sucedieron hace décadas, pero algunos involucran a la Iglesia hoy; nada profundo, parece, ha cambiado. Y eso es de grave importancia para Benedicto y su legado. La vida de Joseph Ratzinger se divide claramente en dos partes. En la primera, fue un reformador liberal, comprometido con energía a traer a la Iglesia Católica al mundo moderno; en la segunda, que comenzó alrededor de 1968, rechazó todo esto y se volvió un guerrero contrarrevolucionario, dedicado a liberar a la Iglesia de los sinsentidos de moda y restaurar la pureza que, según su punto de vista, el movimiento reformista había contaminado. Como tal, su ardor nunca ha flaqueado. Pero si su reinado como papa debe tener algún significado positivo, será si deja una iglesia más pequeña, quizá, menos popular, menos interesada en capturar la imaginación del mundo, pero más segura de aquello en lo que cree, y predicando el Evangelio con confianza. ¿Pero cómo puede ser así, con la ola de suciedad lamiendo las puertas?

    Por siglos, la Iglesia Católica trató de funcionar como si el mundo moderno no existiera realmente. La prisión de Galileo y la negación de las verdades elucidadas por personas como Darwin fueron parte de esa compulsión. Y cuando la unificación de Italia liquidó el poder secular de la Iglesia y la llevó a arrinconarse en los pocos miles de metros cuadrados de la Ciudad del Vaticano, algo análogo ocurrió también intelectualmente. La vasta iglesia con sus miles de obispos y millones de creyentes se volvió una habitación pequeña, atestada con certidumbres mustias y con las ventanas tapiadas.

    Luego, en 1958, un cardenal gordo y ya mayor llamado Angelo Roncalli, Patriarca de Venecia, fue elegido Papa luego de la muerte de Pío XII. No se esperaba que viviera mucho —y no lo hizo: murió apenas cinco años después— ni que hiciera mucho. Se suponía que lo suyo sería un período de espera, después del reinado de 19 años de su predecesor; un momento para que la Iglesia se detuviera y reflexionara. En vez de eso, el hombre conocido como el papa más dulce que haya vivido instigó una revolución.

    No se vio ni sonó como una revolución, y Roncalli mismo murió a la mitad de ella. Pero el Concilio Vaticano II, al que asistieron 2800 obispos de todo el mundo en cuatro sesiones entre 1962 y 1965, resultó el evento más definitorio de la cristiandad desde la Reforma. Mientras la Iglesia se acurrucaba en su habitación a oscuras, murmurando plegarias en latín, el mundo exterior había cambiado. Roncalli, el Papa Juan XXIII, fue un prelado inusual en que no tenía miedo de este nuevo mundo, y en el Concilio abrió de golpe las ventanas y buscó que la Iglesia encontrara un lugar en aquello en lo que el mundo se había transformado. El Concilio le dio a los laicos un rol mucho más importante en la vida eclesial, ofreció un lugar a otras iglesias al dejar de insistir en la única verdad de la Iglesia Católica, y balanceó el énfasis puesto en la primacía del papa con el principio de colegialidad, dándole a los obispos una voz más importante en la dirección de la Iglesia. Abrió la Iglesia Católica al diálogo con otras fes, y habló de “trabajar con todos los hombres hacia la creación de un mundo que sea más humano”. Repudió la milenaria noción de que los judíos eran culpables de la muerte de Cristo, y declaró que “la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa”. Resumiendo la obra del Concilio, el cardenal Montini, seis meses antes de ser proclamado papa como Pablo VI, dijo: “La Iglesia está buscándose a sí misma… La Iglesia también está buscando al mundo… entablando un diálogo con el mundo, interpretando las necesidades de la sociedad en la que trabaja y observando los defectos, las necesidades, los sufrimientos y las esperanzas.”

    La Iglesia, en otras palabras, estaba buscando volver a ganar la posición central en la sociedad que había gozado en Europa y más allá por siglos, sin reclamar su antigua autoridad exclusiva. Y en esta notable empresa, un teólogo joven y dinámico llamado Joseph Ratzinger, consejero de los obispos alemanos, era central. “Estaba en la lista corta de los teólogos más importantes de cualquiera” en el Concilio, según el experto vaticanista John Allen. Él y sus colegas académicos “se abrieron camino… hacia un campo abierto de mayor libertad teológica”, según un experto alemán. Estaba comprometido con los objetivos del Concilio: un hombre que era un joven seminarista en el Concilio dijo que Ratzinger “se insertó a sí mismo con toda energía para lograr una visión renovada de la Iglesia”. Sin embargo, en los dos o tres años luego del fin del Concilio, había dado un giro de 180 grados. En 1966, el rápido ascenso de Ratzinger en los círculos académicos culminó con su nombramiento en la más importante facultad teológica de Alemania, en la Universidad de Tubinga. Pero poco después Tubinga se transformó en el epicentro de la versión alemana del Mayo Francés de 1968. El radicalismo político reinaba y, ante su considerable incomodidad, Ratzinger descubrió que la facultad de teología se estaba volviendo, según dijo, en “el verdadero centro ideológico” de la marcha hacia el marxismo. En el campus, la Unión de Estudiantes Protestantes repartía folletos que se preguntaban retóricamente: “¿Qué es la cruz de Jesús sino la expresión de una glorificación sadomasoquista del dolor?… El Nuevo Testamento es un documento de inhumanidad, un engaño de masas a gran escala.” Los profesores que no aprobaban expresamente el marxismo eran considerados pequeñoburgueses tímidos y sufrían bloqueos y sentadas.

    “Nunca tuve dificultades con los estudiantes”, insistía Ratzinger muchos años después, pero el teólogo liberal suizo que lo había nombrado, Hans Küng (y a quien el Ratzinger cambiado y de línea dura iba luego a expulsar) dijo que los estudiantes radicales apuntaban a las conferencias dadas por él y por su protegido. “Venían y ocupaban los púlpitos”, recordaba. “Incluso para una personalidad fuerte como la mía esto era desagradable. Para alguien tímido como Ratzinger, era terrorífico.”

    El Concilio Vaticano II había visto a la Iglesia moviéndose para abrazar el mundo en toda su complejidad; pero para Ratzinger, los eventos de 1968 probaron que el único resultado sería que la Iglesia fuera sofocada, pisoteada y abusada. Corría el riesgo, escribió luego, de ser instrumentalizada “por ideologías tiránicas, brutales y crueles… El abuso de la fe tenía que ser resistido… Cualquiera que quisiera seguir siendo progresista en este contexto tenía que abandonar su integridad.” Ratzinger eligió preservar su integridad abandonando el progresismo, y abandonando también su querido lugar en Tubinga para mudarse a una universidad nueva y poco conocida en Ratisbona.

    En vez de tratar de abrazar el mundo moderno, la Iglesia, según la nueva visión de Ratzinger, debía ir en la dirección opuesta: apegarse a la verdad tradicional, expulsar a los falsos profetas, dar testimonio de la fe de los padres a pesar de las burlas y las provocaciones de los seguidores de tendencias pasajeras. Y permanecer firme. En esencia, eso es lo que Joseph Ratzinger ha estado haciendo desde entonces.

    “En el cónclave el que entra papa sale cardenal”, dice el proverbio romano, pero a veces los favoritos sí ganan. Los expertos habían descartado las chances del cardenal Ratzinger de suceder como papa a quien fuera largo tiempo su jefe, Juan Pablo II, porque era demasiado cercano al ancien régime, demasiado viejo (78 años) y otro europeo no italiano en un momento que estaba maduro para un latinoamericano o incluso un africano o un asiático. Estaba también el hecho de que Karol Wojtyla era fabulosamente carismático, y nadie había nunca hallado carisma en Ratzinger. El papa polaco, con todo su conservadurismo, era simpático, encantador y expansivo: el opuesto diametral del hombre bajito, tímido, atildado y vengativo que había sido su teólogo en jefe y ejecutor de la fe desde 1981.

    Pero en los días que siguieron a la muerte de Juan Pablo II hubo un cambio total. Ratzinger barrió con todos. Conocía y habló con todos los cardenales; probó que tenía la energía y las ganas para el puesto más alto. Y en un encendido discurso dado en la víspera del cónclave proclamó una denuncia furibunda contra el escepticismo, el secularismo y el relativismo.

    “En las últimas décadas el pequeño bote del pensamiento de muchos cristianos ha sido… arrojado de un extremo al otro”, dijo, “del marxismo al liberalismo… del ateísmo a un vago misticismo religioso… Cada día nacen nuevas sectas. Tener una fe clara frecuentemente equivale a ser tildado de fundamentalista.” Y todo eso, dijo, era aquello contra lo que la Iglesia tenía que luchar ahora. Fue elegido en apenas cuatro votaciones.

    Para millones de liberales en la Iglesia que habían aguardado desesperadamente, luego de casi tres décadas de conservadurismo, un cambio de dirección —un retorno al espíritu del Vaticano II—, fue un resultado profundamente desanimador. “Elegir a Ratzinger después de Juan Pablo”, me dijo un católico norteamericano en la Basílica de San Pedro inmediatamente después de que Ratzinger saliera al balcón para saludar a la multitud, “es como elegir a Rumsfeld después de George Bush.” Y en los cinco años que han transcurrido desde entonces, Benedicto XVI ha cumplido las expectativas.

    Han habido matices y vagos indicios de un suavizamiento de la línea dura, pero han probado ser tan efímeros como el humo que salía de la chimenea del Vaticano. En cambio lo que hemos visto —y lo que nadie hubiera predicho viniendo de este académico brillante y cuidadoso y calculador político— es una larga cadena de gaffes pontificios. El más recordado ocurrió durante el discurso que dio en 2006 en su vieja universidad en Ratisbona, una conferencia típicamente densa y con argumentaciones muy cerradas, en la que citó a un emperador bizantino diciendo “Muéstrame también lo que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malas e inhumanas.”

    Las palabras provocaron una ola de furia musulmana y, para algunos observadores del Vaticano, dinamitó décadas de cuidadosos puentes levantados por su predecesor. Por todo el mundo musulmán, escribió Marco Politi en La Repubblica, “Juan Pablo II predicó la fe común en un Dios de los hijos de Abraham… y el deber común de judíos, cristianos y musulmanes en favor de la paz y la justicia.” Pero el nuevo papa había quebrado esa estrategia.

    Muchos otros errores similares siguieron. Fue a África y dijo que los condones no eran la solución a la epidemia de SIDA sino que podían empeorar el asunto. Estuvo en la Mezquita Azul en Estambul, orando codo a codo con su imán, y luego negó la posibilidad de diálogo interreligioso. Se rehusó a firmar una declaración de la ONU sobre los derechos de los homosexuales y los discapacitados. Fue a Brasil y negó que a los pueblos indígenas se les hubiera obligado a seguir una religión extranjera, diciendo que más bien la habían deseado inconscientemente. Le dio la bienvenida a los cismáticos de la Sociedad de San Pío X de vuelta a la Iglesia, para descubrir sólo después que uno de los obispos creados ilegalmente por la Sociedad, Richard Williamson, negaba la verdad del Holocausto.

    Hay un tema común a lo largo de todos estos fiascos: siempre, desde aquellos desagradables encontronazos en el campus de Tubinga en 1968, Ratzinger se ha visto a sí mismo y a su fe como acorralados, bajo sitio, amenazados y socavados por sus enemigos acérrimos, pero también por sus declarados amigos en la sociedad secular, y por aquellos “que todavía se hacían pasar por creyentes cuando esto les era útil”, como escribió Ratzinger en 1997. En duro contraste a la expansividad del Vaticano II y a la disposición de Juan Pablo II a compartir ideas con budistas y escuchar a Bob Dylan, ésta es una visión paranoide, en la que la Iglesia y su Papa son víctimas de la historia y deben estar constantemente en guardia, constantemente rechazando a esos falsos amigos que están listos para hacerlos caer en una trampa.

    Es quizá con respecto a los judíos que esto se nota más claramente. En 2000, Juan Pablo II, en lo que él nombró el Día del Perdón, se disculpó por los pecados de la Iglesia contra los judíos cometidos a lo largo de los siglos; luego hizo una declaración similar en el monumento recordatorio del Holocausto en Yad Vashem, e insertó una plegaria de penitencia en el Muro de los Lamentos en Jerusalén. Cuando Benedicto visitó Auschwitz en 2006, por lo tanto, parecía estar siguiendo las huellas de su antiguo jefe. Pero, como notaron rápidamente los comentaristas judíos, había una notable diferencia. Es verdad que Benedicto habló de “este lugar de horror”, donde “crímenes masivos e inauditos fueron cometidos contra Dios y contra el hombre.”

    Pero las únicas víctimas que mencionó por su nombre fueron cristianos; y este supuestamente involuntario miembro de la Juventud Hitleriana pareció exculpar a los alemanes comunes de cualquier complicidad con los campos de la muerte: Auschwitz sucedió, dijo, porque “un grupo de criminales llegó al poder… nuestro pueblo fue usado y abusado como instrumento de su sed de destrucción y poder.”

    ¿Por qué los nazis quisieron exterminar a los judíos? Benedicto usó esta ocasión —en que el mundo estaba esperando oír de su boca un eco de la penitencia de Juan Pablo II— para explicar su propia teoría del Holocausto: fue porque “en lo más íntimo, esos malvados criminales querían matar al Dios que llamó a Abraham, que… nos dio principios para servir de guía a la humanidad… Al destruir a Israel… quisieron en último término destruir la fuente de la fe cristiana.”

    El cristianismo según Benedicto XVI es la víctima por excelencia del horrible mundo moderno. Así que incluso cuando los nazis masacraban a los judíos, lo que estaban haciendo, “en lo más íntimo”, era masacrar al cristianismo. Para los observadores, tanto judíos como no judíos, había algo patológico en esto: este ex-nazi era incapaz de ponerse de rodillas y rogar perdón por lo que se hizo en Auschwitz, lo que fue hecho a gente de una fe diferente, en su nombre, por sus líderes democráticamente elegidos. En cambio, usó la ocasión para correr a un costado a los judíos y afirmar que el cristianismo había sido la verdadera víctima de los nazis.

    Ser papa es un trabajo solitario. El Papa Juan Pablo II escribió en una nota privada: “Me trae una gran soledad. Yo era solitario antes, pero ahora mi soledad se vuelve completa y admirable… sufrir solo… yo con Dios.” Benedicto debe sentirse de la misma forma. Y en su éxtasis de sufrimiento solitario, ha logrado convertir la basílica de San Pedro en un inmenso bunker.

    miércoles, 24 de marzo de 2010

    Gente buena que hace cosas malas

    “¿Qué puede hacer que decenas de millones de personas —que en sus vidas cotidianas son pacíficas y compasivas— de pronto quieran desmembrar a un hombre por dibujar una caricatura, o excusen a una conspiración criminal internacional dedicada a proteger a violadores de niños? Ni la razón ni la evidencia, no. Pero puede suceder cuando la gente elige su opuesto: la religión.”

    martes, 23 de marzo de 2010

    Derribemos ese muro

    Lo que sigue es una traducción de un artículo de Christopher Hitchens titulado Tear Down That Wall , es decir “derriba (o derribemos) ese muro”, en referencia al muro de silencio que ha rodeado los abusos sexuales a niños cometidos por sacerdotes de la Iglesia Católica. El artículo fue publicado en Slate, donde Hitchens es columnista habitual, el pasado lunes 22. (Su título alude a su vez a una frase favorita de Hitchens, que forma el título de su sitio web: “Mr. Jefferson — build up that wall!”, que refiere al “muro de separación” que Thomas Jefferson, presidente de los Estados Unidos, tuvo como meta construir entre la Iglesia y el Estado. Hitchens es un fan de Jefferson y de su lucha por la laicidad.) Los links son míos.

    Hagamos un pequeño experimento mental sobre ética práctica. Supongamos que Ud. está tomando un trago con alguien que conoce hace poco, y surge el tema del incumplimiento de la ley. “¿Alguna vez has tenido problemas con la autoridad?”

    Ud. puede tal vez mencionar su arresto en aquella manifestación, que una vez pasó de contrabando un exceso de mercadería en un aeropuerto, o aquel intento poco atinado de tráfico de información interna. Su interlocutor quizá demuestre una mayor cercanía con el sistema de justicia criminal. Que ha estado preso un tiempito por falsificación, o por un robo apenas violento, o por una disputa doméstica que se le fue un poco de control. Ud. sigue dispuesto, quizá, a almorzar con esta persona el viernes siguiente. Pero supongamos que él dice: “Bueno, una vez conocí a un matrimonio que me confió el cuidado de sus hijos. Tenían dos niños, uno de 12 años y otro de 10. Me divertí bastante con ellos cuando nadie miraba. Les dije que debía ser nuestro secreto. Fue una lástima que se terminara.” Espero no considere Ud. que juzgo demasiado estrictamente a la gente si digo que en este punto el almuerzo queda cancelado o pospuesto indefinidamente.

    ¿Y sentiría Ud. más o menos repulsión si este hombre continuara diciendo: “Por supuesto, hablando con propiedad, no fue ningún problema con la ley. Soy sacerdote católico, así que no molestamos a la policía o a la justicia con esas cosas. Nos encargamos nosotros mismos del tema, si Ud. me entiende”?

    Y sin embargo esto es exactamente lo que estamos obligados a leer todos los días. La felicidad y la salud de incontables niños fue sistemáticamente destruida por hombres que podían contar con sus jefes clericales para ser escudados del castigo legal y, según parece, también de la condenación moral. Un poco de “terapia” o un rápido cambio de domicilio era lo peor que la mayoría de ellos debía temer.

    Casi todas las semanas debato con voceros de la fe religiosa. Invariablemente y sin excepción, me informan que sin una creencia en alguna autoridad sobrenatural no tengo fundamento sobre el cual asentar mi moral. Sin embargo he aquí una antigua iglesia cristiana que maneja durísimas certezas en cuanto a la condena de pecados como el divorcio, el aborto, la anticoncepción y la homosexualidad de mutuo consentimiento entre adultos. Para estas ofensas no hay perdón, y se invoca el absolutismo moral. Pero basta con el tema sea la violación y la tortura de niños indefensos para que de pronto todo se vuelva flexible y aparezcan excusas de toda clase. ¿Qué puede uno decir de una iglesia que demuestra tanta amplitud ante un crimen tan horrible que ninguna persona moralmente normal puede siquiera considerar sin estremecerse?

    Es interesante, también, que la misma iglesia hizo todo lo que pudo para ocultar la violación y tortura de la mirada de las autoridades seculares, incluso obligando a los niños víctimas (como en el repugnante caso del cardenal Sean Brady, jefe espiritual de los católicos de Irlanda) a firmar juramentos de secreto para que no testificara contra sus violadores y torturadores. ¿Por qué le tenían tanto miedo a la justicia secular? ¿Pensaban que sería menos indiferente y flexible que las investigaciones privadas clericales? En ese caso, ¿qué queda del patético pseudo-argumento de que la gente no puede tener una moral elemental sin un soporte divino?

    Uno tampoco puede hablar mucho de la justicia secular, ya que el cardenal Brady y muchos como él no han sido expulsados por la iglesia ni perseguidos por el poder civil. Pero este abandono de funciones de parte de las cortes y la policía ha ocurrido sobre todo en países o provincias —Irlanda, Massachusetts, Bavaria— donde la iglesia tiene una influencia indebida sobre la burocracia. ¿Cuándo vamos a ver lo que los padres y familiares de estos niños devastados quieren y necesitan ver: un cómplice de alto nivel del encubrimiento ante un jurado?

    La patética y eufemística carta del papa Benedicto a su “rebaño” en Irlanda ni siquiera propone que estas personas pierdan sus puestos en la iglesia. Y este cobarde cuidado de su parte tiene una razón buena y suficiente: si hubiera una investigación criminal seria, tendría que deponer al papa mismo. No es sólo que él, como el arzobispo Joseph Ratzinger, protegió a un peligroso criminal clerical en su propia diócesis de Munich y Freising en 1980, enviándolo sólo a “terapia” en vez de hacerlo arrestar. (La cuestión de cómo el sacerdote fue luego reasignado y dejado abusar de más niños, cuestión que la iglesia sigue tratando de ocultar, es irrelevante al hecho del involucramieno directo y personal de Ratzinger en el crimen original.) No contento con esto, Ratzinger escribió luego, como cardenal y cabeza de una gran institución en Roma, una carta que efectivamente instruía a todos los obispos a rehusarse a cooperar con cualquier investigación de lo que estaba volviéndose rápidamente un escándalo mundial.

    Dieciocho de las 27 diócesis de la Iglesia Católica Romana en Alemania están ahora bajo investigación del gobierno, luego de que se abriera una grieta en lo que el ministro de justicia alemán llamó apropiadamente “un muro de silencio”. Este muro fue construido originalmente por el hombre que ahora lidera la iglesia. El muro debe ser derribado. El pez —el antiguo símbolo cristiano, adoptado por aquéllos que ven a los seres humanos como un cardumen a ser atrapado en la red— realmente se pudre comenzando por la cabeza. No creo que las implicaciones últimas de esto hayan siquiera empezado a captarse. El líder supremo de la Iglesia Católica Romana es ahora un sospechoso de primera categoría en una empresa criminal de la peor clase, y en el intento de obstruir la justicia que ha sido parte integral de esa empresa. También es el líder político de un estado —el Vaticano— que ha otorgado asilo a hombres buscados, como el cardenal de Boston, Bernard Law, caído en desgracia. ¿Cuál es, entonces, la posición a adoptar cuando el papa decide viajar, como por ejemplo intenta hacer en una visita a Gran Bretaña este año? ¿Tiene inmunidad? ¿La reclama? ¿Debería tenerla? Estas preguntas demandan respuestas serias. Entretanto deberíamos remarcar el hecho de que la iglesia concede amplio lugar en sus confesionarios y en sus palacios para aquéllos que cometen la peor de las ofensas. Perseguidos por la ley o no, están condenados. Pero la persecución legal debe seguir, o de lo contrario admitimos que hay hombres e instituciones que están por encima de nuestras leyes.

    domingo, 21 de marzo de 2010

    “Derechos del Niño por Nacer”, ahora en Facebook

    La última creación de la diputada evangélica Cynthia Hotton está en Facebook. Aunque “creación” es una palabra equívoca, visto cómo esta idea ya es un tópico remanido.

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    Ya hablé de Cynthia Hotton y sus amigos cuando se empezaba a debatir el tema del matrimonio homosexual. Del Día del Niño por Nacer (que es el 25 de marzo) escribí hace mucho, apenas este blog comenzaba, y luego cuando expliqué cómo había surgido de la mente de ese brillante líder que fue Carlos Menem: un católico que hizo abortar a su mujer, se divorció y se volvió a casar, y entre tanto se las arregló para sumir en la pobreza y el hambre a millones de argentinos, pero recibió una condecoración de Juan Pablo II por defender a los pequeños embriones y fetos mientras se desarrollaban (que no después). También hablé del tema de los argumentos antiabortistas que presumen no tener trasfondo religioso y de cómo se estiran las palabras (y las imágenes) para hacer ver que abortar es asesinar niños, o se miente diciendo que el aborto daña psicológicamente a la mujer. En fin, la recapitulación viene a cuento porque aquí tenemos prueba de que los fanáticos no aprenden.

    La diputada Hotton hace mucha militancia a través de Facebook, lo cual me parece buenísimo, salvo por el hecho de que las manifestaciones de su lista de amigos consisten más en bendiciones, plegarias e invocaciones que en ideas o críticas de índole política. La última creación de Hotton, como decía, es un grupo que se llama “Reivindicamos los derechos del Niño por Nacer”, que proclama que la pelea contra el derecho al aborto
    No se trata de religión.
    No se trata de política.
    Se trata de la vida de un niño.
    Triple falsedad. Se trata de religión, porque la mayoría de los que se oponen al aborto lo hacen desde una postura religiosa (sea dogmática o culturalmente), y el 100% de los que llaman al embrión o feto “niño por nacer” lo hacen siguiendo la retórica religiosa cristiana (católica o evangélica). Basta con ver las justificaciones esgrimidas y con observar de quiénes vienen.

    Y se trata de política, porque este grupo surge precisamente en momentos en que un proyecto para despenalizar el aborto entra al Congreso con posibilidades ciertas de ser debatido y aprobado, o al menos de no ser consignado sumariamente a un cajón, y hay un tironeo subterráneo pero ineludible al interior de los espacios políticos del progresismo y de la derecha, desde la hasta ahora ambigua postura de la primera minoría (el partido del gobierno), hasta la posibilidad de que algún sector conservador (en lo económico o en la retórica) termine votando a favor, pasando por los reclamos de la izquierda pro-kirchnerista y anti-kirchnerista y el silencio de la presidenta, que hace tiempo ha dicho que vetaría una ley que permitiera el aborto.

    Y no es verdad que se trate de la vida de un niño, porque un embrión no es un niño, y es debatible cuándo un feto puede ser considerado sujeto de derechos. Y por eso mismo el título del grupo es engañoso también; ya que no existen los derechos del “niño por nacer”. Existen los derechos del niño, y existe una valoración legal (que no una protección absoluta) sobre el ser humano en desarrollo; pero ninguna legislación equipara al no nacido con una persona humana.

    ¿Hay argumentos no religiosos contra el aborto? Sí. Son de naturaleza filosófica, basados en el valor intrínseco de toda vida y el valor superior de la vida humana. A mí no me resultan, pero entiendo por qué pueden funcionarles a otras personas. Hay muchos no creyentes que apoyan el derecho al aborto sólo hasta cierto límite de tiempo, más o menos estricto. Hay otros que consideran que toda vida humana es inviolable, pero en ese caso, no entiendo por qué se limitan a la vida humana. Hasta un punto bastante avanzado del desarrollo, un feto humano no es cualitativamente distinto del de cualquier otro animal. Si no creemos en una esencia platónica del Hombre o en un alma humana distinta y separada del cuerpo (metafísica o religión), ¿cómo justificamos darle derechos humanos a una colección de células que no piensa, que no siente sino sensaciones básicas, que es indistinguible —salvo por su ADN— del embrión o feto de un ser no sentiente?

    (Todas las preguntas que parezcan retóricas arriba no lo son necesariamente.)

    viernes, 19 de marzo de 2010

    ¿Ciencia ficción católica?

    El cronista Antonio Gaspari se pregunta en una nota en la agencia católica Zenit si puede existir una ciencia ficción humanista y católica. Como fan de la ciencia ficción, al leer este titular reprimí mi impulso de contestar con un rotundo no y una carcajada a la pregunta, y seguí leyendo, aunque mi primera impresión seguía siendo que, de existir tal cosa, sería la ciencia ficción más aburrida y pueril que pudiera concebirse.

    La nota contiene una breve pero alarmante introducción donde el cronista deja implícitamente en claro que, para él, toda producción cultural es propagandista o moralizante incluso si no lo parece; es decir, rebaja al nivel de apología religiosa o de sermón dominical todas las historias de ciencia ficción, juzgándolas por su intención, o por lo que muestran como presunto ejemplo o posibilidad. Luego sigue una entrevista con Antonio Sacco, autor del libro Ficción humanística y fundador de la revista de ciencia ficción católica Future Shock (es aparente que lo que es católico es la revista, no la ciencia ficción de la que habla). Como tanto el libro como el sitio web están en italiano, y de todas formas no tengo el libro, y el sitio además es una pesadilla de diseño kitsch e innavegable, me veo en la obligación de escribir sobre el comentario.

    Para hablar con propiedad de este tema tendría que explayarme mucho, mucho más de lo que puedo en un post habitual (cosa que voy a hacer eventualmente). Por lo pronto voy a desmenuzar un poco la nota, que entre ciertas constataciones de hecho revela algunos puntos oscuros.

    Dice Sacco:
    Es fácil entonces comprender cómo la finalidad primaria de una obra de ciencia ficción sea la de discutir los problemas que resultan del impacto de la ciencia de nuestra sociedad, y de indicar así una posible solución.
    Éste es Sacco proyectando su idea de las cosas sobre la realidad, y equivocándose. La ciencia ficción, en tanto literatura, no tiene (no debería tener, en principio) una finalidad exterior a sí misma. Imagino que quienes conozcan de arte, de la historia del arte y de las ideas, tendrán a su disposición variadas teorías y posiciones ideológicas sobre esto, pero a mí me suena llanamente a una equiparación de ciencia ficción con propaganda o con futurología. La ciencia ficción puede ser (no tiene por qué no ser) nihilista, como también puede ser utópica, o puramente especulativa. Considerarla como un mecanismo predictor o una forma de reflexión utilitaria le quita libertad; lo cual parece ser precisamente lo que la ciencia ficción “católica” de Sacco debería ser.

    Como ejemplo de ciencia ficción humanista, Sacco menciona
    … la novela de Isaac Asimov Lucky Starr y los océanos de Venus (Lucky Starr and the Oceans of Venus, 1954), cuyo protagonista [es] David Lucky Starr, una especie de científico – filósofo, rico en valentía, espíritu de aventura, rectitud moral, de humanidad y de amor por el conocimiento…
    La serie de Lucky Starr (escrita, dicho sea de paso, por un ateo) consiste en seis libros de ficción de aventuras para adolescentes y jóvenes. Por mucho que se aprecie a Asimov, quienes lo hemos leído bastante sabemos que sus personajes suelen ser bidimensionales, o cuanto menos privados de esa ambigüedad moral que hace creíbles a los buenos personajes de toda ficción. Los héroes de tiempo completo no son verdaderamente humanos. David Lucky Starr no sólo es valiente y justo; también es casto y asexuado, y algo simplón en su rectitud y ecuanimidad. Que las historias juveniles y sin grandes dilemas de Lucky Starr sean un ejemplo de ficción favorecido por Sacco nos da una gran pista sobre la clase de contenido que su religión favorece.
    La ciencia ficción, por su estrecho lazo con la ciencia y por tener la característica de explorar a todo campo el futuro de la humanidad, no podía eximirse de afrontar los temas de naturaleza espiritual y ética religiosa, planteados desde el advenimiento de la ciencia. Se destaca entre todas las teorías del origen del hombre, que la mayor parte de los autores de ciencia ficción, a causa de su formación propositiva, explica recurriendo al darwinismo, una teoría que estudios recientes demuestran privada de fundamento, más allá que la experiencia en el laboratorio.
    De la teoría de la evolución hoy sólo se debaten detalles. El uso de la palabra darwinismo delata a Sacco como un negacionista, de los cuales parece haber en la Iglesia Católica muchos más de los que la ambigua adhesión de Juan Pablo II a la teoría evolutiva haría pensar. (Como ya he dicho alguna vez, no es cierto que la Iglesia Católica acepte la evolución. El catolicismo es tan creacionista como cualquier otra secta cristiana, sólo que disimula esa condición pour la galerie. La teología judeocristiana requiere a un Dios Creador que interfiera en la naturaleza humana, y otros puntos de detalle —como el monogenismo— que la ciencia bien puede mostrar como falsos un día de éstos). No hay tales “estudios”, recientes ni de otra clase, que demuestren problemas con la teoría de la evolución a grandes rasgos, o que pongan en duda el hecho de que los humanos somos primates evolucionados de la manera habitual a partir de un tronco común con los chimpancés. Sacco dice que habla de ciencia, pero no sabe nada de ciencia; de lo contrario se daría cuenta de que lo que dice es una estupidez.
    Otro tema frecuentemente debatido en la ciencia ficción es la presencia del mal en el mundo, como lo demuestran las novelas Un caso de conciencia (A Case of Conscience, 1963) de James Blish y A Plague of Pythons (1965) de Frederick Pohl.
    No me consta que el tema del mal (el mal metafísico/teológico) sea frecuente en la ciencia ficción, pero aceptémoslo. Acabo de leer A Case of Conscience y A Plague of Pythons. Ninguna de los dos habla específicamente del problema del mal, aunque A Case…, a través de un protagonista que es un sacerdote jesuita, introduce un punto teológico como eje. A Plague of Pythons no expresa posiciones religiosas ni dilemas teológicos: trata de un mundo donde se pone a prueba la conocida sentencia de Lord Acton sobre el poder absoluto.

    De memoria sólo recuerdo una historia de ciencia ficción donde se trata del mal y del estado edénico en un planeta extraño: el cuento corto Father, de Philip José Farmer, publicado en su colección Strange Relations (1960). Como en la novela de Blish, el protagonista de Father es un sacerdote. Estoy seguro de que hay unos cuantos tratamientos del tema, aunque no tan específicamente como Sacco pretende. Eso no significa que la ciencia ficción tome en serio la doctrina católica; más bien se la utiliza como fuente de dilemas teológicos para los personajes que creen en ella.

    Más adelante Sacco alaba a la Iglesia como “maestra de humanidad” y coloca a ciertas obras de ciencia ficción en la posición de afirmaciones intencionalmente apologéticas o blasfemas…
    para demostrar y exaltar la racionalidad de la fe cristiana, como el cuento de Anthony Boucher En búsqueda san Aquinio (The Search for St.Aquin, 1951), o para denigrar la figura de su fundador, Jesucristo, como en la novela de Michael Moorcock INRI He aquí el hombre (Behold the Man, 1969).
    Sacco parece no haber leído el cuento de Boucher (cuyo nombre correcto es The Quest for St. Aquin, en castellano En busca de San Aquino), donde, lejos de exaltarse la racionalidad de la fe, se revela la misma como una herramienta hipócrita, basada en el engaño, para la continuación de sí misma y de la estructura de poder que ésta sustenta. (Si el lector no piensa leerlo, puedo develar el secreto: el tal San Aquino es un robot; el peregrino que lo busca ocultará ese hecho y dejará que la veneración siga, para bien de la Iglesia.) De Behold the Man he leído la versión corta, que luego Moorcock amplió a novela; es una de tantas exploraciones del mito de Jesús, alucinada pero no menos plausible que la versión oficial (la resurrección de los muertos no es menos fantástica que el viaje en el tiempo), y que sólo puede parecer denigrante a quien considere a Jesús desde la ortodoxia cristiana. (El Jesús histórico es un retardado mental contrahecho; el “verdadero” Jesús es un psiquiatra amateur, masoquista, apasionado por la mística jungiana y con un complejo mesiánico, que viaja a Palestina del siglo I d.C. en una máquina del tiempo que no funciona del todo bien.) 

    San Aquino es apenas una comedia de enredos un poco tonta; Behold the Man es profundo, es desgarrador, es ficción de la que mueve al pensamiento. San Aquino —el cuento que gusta a Sacco— es chocante pero no conmueve; el escenario post-apocalíptico y los robots con intelecto humano ya eran tópicos cuando se lo publicó. Behold the Man —el que Sacco denuesta— es uno de esos relatos que uno puede leer sabiendo lo que va a pasar sin que eso lo vuelva predecible.

    En la tradición de esta literatura, San Aquino es ciencia ficción “dura”, Behold the Man es “blanda” y algunos quizá ni siquiera lo calificarían de ciencia ficción. Quizá Sacco prefiera más la ficción dura, con su carga cierta de cientismo positivista y de irreligión, que la ficción blanda, que se suele enfocar a lo psicológico y lo sociológico, porque la ficción dura puede ser “corregida” con cambios y reinterpretaciones de sus personajes generalmente planos o cuanto menos poco comprometidos, mientras que en la ficción blanda el foco no está en nuevas y deslumbrantes tecnologías sino en el tumulto al interior de una sociedad o de las mentes de los protagonistas, tumulto del que no suelen emerger santos ni modelos morales. En la saga adolescente de Lucky Starr no se habla de religión, pero el protagonista es un caballero cruzado y sus dudas nunca son existenciales, sino de procedimiento: sabe dónde está el Bien y sólo busca cómo llegar hasta él. En el cuento de Moorcock el protagonista apenas sabe quién es él mismo; sólo desea satisfacer su obsesión mística, y en el proceso (¡horror!) da origen al mito de Jesús.

    La pregunta original permanece y es irresoluble, en primer lugar porque es doble: se pregunta por una ciencia ficción “humanista y católica”. ¿No hay un oxímoron allí? Ciertos puntos claves de la doctrina católica resultan incompatibles con lo que se llama tradicionalmente humanismo, y desde luego se oponen completamente al humanismo secular, que es de lo que hablamos generalmente hoy en día cuando decimos “humanismo”. El catolicismo propugna el sufrimiento y la privación como medios de purificación y acercamiento a Dios, mientras el humanismo apunta al gozo intelectual y al gozo sensual moderado por la razón, bebiendo de la fuente del epicureísmo; el catolicismo rechaza la autoría humana y la fuente natural de los sistemas morales y éticos, que el humanismo moderno reconoce y toma como punto de partida para la tolerancia. La moral y la ética cristianas se dirigen hacia afuera y arriba, hacia Dios que vigila para premiar o castigar; la moral humanista se centra en el hombre, y su ética en las relaciones entre los hombres, prescindiendo de referencias externas fijas e inapelables como la deidad.

    ¿Puede existir una ciencia ficción humanista? Sí. ¿Puede ser católica? Depende de lo que se pretenda. Llamar ciencia ficción católica a una ficción especulativa que no ataque ni ponga en duda los dogmas y doctrinas de la Iglesia parece un enfoque trivial. Quizá el calificativo se debería aplicar a las obras de ficción que tengan como propósito la transmisión de valores específicamente católicos (y no cuasi-universales o generales como la justicia o el amor por la verdad). Este segundo caso es perfectamente factible, pero en él la obra queda a medio camino entre literatura y propaganda.

    Por último,  Sacco dice al pasar que “la ciencia ficción escrita está todavía hoy en crisis” en parte “por el hecho de ser homologada tout court como literatura de la transgresión, de la desacralización y del nihilismo.” No sé en qué se basa esta notable afirmación. Es posible que Sacco esté cayendo en su propia trampa al argumentar circularmente que la ciencia ficción es nihilista, excluyendo a la que no lo es. Quizá este término refiere a otras cosas, según el particular léxico católico.

    Las obras de Greg Bear como Darwin's Radio (1999) y su secuela Darwin's Children (2003), pueden fácilmente resultar “nihilistas” para un creyente: tratan nada menos que de la maleabilidad biológica y psicológica de nuestra especie, sujeta a los azares de la mutación genética —igual que cualquier otro ser vivo— y de la futilidad de las posiciones esencialistas con respecto a la naturaleza humana. Lo cierto es que Bear no se aparta de los hallazgos científicos actuales, y si su visión del Homo sapiens como expresión de un genotipo salpicado de retazos de virus listos para reactivarse es “desacralizante”, es esa sacralidad la que debe caer, o bien reconstruirse sobre una base más amplia.

    En efecto, lo que Sacco parece desear es que la ciencia ficción se adapte al catolicismo, más bien que lo contrario, es decir, que el catolicismo adapte algunas de sus doctrinas a (los nuevos paradigmas reflejados culturalmente por) la ciencia ficción moderna.
    Con la idea de una “ciencia ficción humanista” he querido dejar un mensaje según el cual, para salir de la crisis actual, los escritores deben valorar la función más genuina de la ciencia ficción, que permita más construir que demoler, humanizar que envilecer, más a integrar que a dividir. Una ciencia ficción así de intensa me parece que puede tener todas las cartas en regla para poder entrar a hacer parte del proyecto cultural católico.
    Naturalmente, uno no espera que la Iglesia cambie según el humor social. Pero el “proyecto cultural católico” está demostrando ser inviable para una gran porción de la sociedad, en todas partes. ¿Qué clase de literatura referida al progreso o a las inquietudes humanas sobre el futuro aceptaría formar parte de un programa que encasilla, reprime o excluye a casi todos los seres humanos de una forma u otra?

    Construir más que demoler: desde luego un objetivo loable, pero a veces no se puede construir sin demoler lo previo (por ejemplo, el asunto de la sacralidad de la condición humana como se la entendió hasta ahora). Humanizar más que envilecer: pero ¿quién define lo que es humano y quién señala lo que es vil? Integrar más que dividir: pero ¿bajo qué principios? ¿Y hasta dónde integrar, y hasta dónde se puede integrar sin presionar, sin violar divisiones que existen realmente? Como para Sacco la Iglesia es “maestra de humanidad” —y la única, además— es obvio que un programa así sólo se puede entender como de cooptación de la literatura de ficción a un fin ideológico determinado por el Vaticano. Construir, humanizar e integrar: construir una sociedad donde los parámetros de la condición humana (y por exclusión lo que no pertenece a ella, lo que debe ser forzado a ella o expulsado de ella) sea definida por la Iglesia, cuya doctrina debe gobernar la vida de forma integral. Con matices, este es el “proyecto cultural católico”.

    La ciencia ficción ha servido desde sus inicios como una avanzada hacia el futuro imaginado, como una alerta temprana de los temores y una expresión de las esperanzas humanas; también nos ha dado mundos distintos, escenarios en los que nuestras nostalgias y nuestros mitos pueden ser recorridos, re-pensados, destruidos y reconstruidos. Esperemos que siga siendo todo eso, una literatura de exploración como una incierta lámpara en la oscuridad que nos rodea, y que nunca se transforme en la luz fija y cegadora de una ideología cerrada o una religión.

    martes, 16 de marzo de 2010

    Ariel Álvarez Valdés, fuera de la Iglesia (A178)

    Ariel Álvarez Valdés
    El biblista católico Ariel Álvarez Valdés ha pedido la renuncia a su estado clerical, o sea, ha dejado los hábitos, a partir de la censura a la que fue sometido por su obispo y por el Vaticano. Ya habíamos hablado de él hace tiempo, cuando fue obligado a no publicar trabajos ni enseñar ni hacer declaraciones de ninguna clase que contradijeran la ortodoxia católica.

    Álvarez Valdés reapareció luego, la semana pasada, en un artículo en Clarín donde explicaba de forma algo heterodoxa y bastante torpe la no intervención de Dios en los terremotos de Haití y Chile. La noticia de su alejamiento del sacerdocio vino un par de días después. Con él se retira de la Iglesia Católica un divulgador bíblico respetado (entiéndase dentro de su propio círculo) y prolífico. ¿Qué ocurrió? Según el biblista, se retira para poder enseñar sobre la Biblia libremente.

    Parece obvio, o parecería para un observador objetivo, que ninguna persona del siglo XXI que haya tenido acceso a la educación y a una crianza más o menos normal podría creer que realmente existieron el Arca de Noé y el Diluvio: un barco de madera, sin timón ni velas, construido por un pastor nómade de la Edad de Bronce (¡o de Piedra!), capaz de flotar sin hundirse en una inundación que cubrió hasta las montañas más altas de la Tierra y que mató a todos los seres humanos excepto a los pocos que viajaban en el susodicho barco, que además contenía parejas de cada especie animal del mundo. Hoy esta historia inverosímil se le enseña sólo a los niños, en general incapaces de pensamiento crítico, y luego se diluye para consumo de los adultos, reduciéndola a una metáfora o alegoría, aunque no se sabe bién de qué.

    Lo mismo ocurre con la historia de Adán y Eva, que es la que ha llevado a A. A. V. a sus problemas, al negarse a enseñar que existieron realmente. Para una mente moderna no hay un problema obvio, como con el Arca de Noé, en pensar que toda la raza humana desciende de una pareja ancestral. Sin embargo, para una persona educada es claro que una pareja de seres humanos en el Medio Oriente difícilmente podría haber cubierto la Tierra de descendientes siguiendo la historia bíblica. La conocida pregunta sobre quién fue la esposa de Caín (cuando en la Tierra sólo existían sus dos hermanos varones —y luego uno— y sus padres, y si no se quiere recurrir al incesto) no se puede resolver manteniendo a Adán y Eva como padres de la raza humana y al mismo tiempo como ancestros de Jesús, separados por unas pocas decenas de generaciones.

    En ambos casos se trata de historias que no pueden desecharse con facilidad, porque llegan al hilo central de la narración bíblica, y tampoco pueden diluirse llamándolas alegorías o cuentos ejemplificadores, en primer lugar por lo ya dicho y en segundo lugar porque las alegorías y ejemplos deben apuntar a algo cierto para ser en sí mismos valiosos. Si Adán y Eva no fueron los padres de toda la raza humana, entonces el pecado original (transmitido por ellos a sus descendientes) no pudo haber llegado a todos nosotros. Si Adán y Eva realmente refieren a la primera pareja humana, ¿qué clase de personas fueron? ¿Qué significa el estado edénico sin pecado? ¿Cómo se reconcilia el concepto de “primeros humanos” con el hecho de que la evolución de las especies es continua y no discreta? ¿En qué momento Adán y Eva pasaron de ser animales sin alma a humanos y por lo tanto responsables de sus actos ante Dios?

    La historia del Diluvio tampoco es sencilla. Sabemos que nunca pudo ocurrir, pero suponiendo (como muchos hacen) una gran inundación a escala local entre los valles del Tigris y el Éufrates, ¿qué representa? ¿Qué valor tiene? Ahogar al 1% de la población mundial o al 90% es un asunto de grado, pero es cualitativamente distinto ahogar a toda la población menos un puñado escogido. Conceptualmente lo primero es un castigo, lo segundo es una refundación del mundo. ¿Qué significa todo el drama del Diluvio, y en qué quedan sus implicaciones y sus muchas resonancias posteriores, si resulta ser una simple inundación local, un acontecimiento que pasaría desapercibido a casi todo el resto del planeta?

    Al contrario que en el caso de los literalistas bíblicos y fundamentalistas de toda clase, la actitud de la Iglesia ante las Escrituras es ambigua. Por un lado, la institución a nivel global se precia de contar con universidades, con institutos de investigación, con estudiosos serios en casi todos los campos de la ciencia. El catolicismo, como doctrina que se pretende universal, no tiene una postura abiertamente anticientífica. Los académicos católicos serios saben que la Biblia es en gran parte fantasía o elaboración de mitos. Lo que aparentemente no pueden hacer es, como Ariel Álvarez Valdés, divulgarlo a los cuatro vientos, acercarlo al feligrés común. Según el biblista, el Vaticano reconoció que sus posturas con respecto a la historicidad de Adán y Eva o del Diluvio eran correctas, pero que hacerlas públicas causaba “perplejidad” entre los fieles.

    Desde los púlpitos se siguen escuchando las mismas historias que hace siglos, sin aclaraciones sobre su naturaleza alegórica, ni mucho menos una guía sobre cómo reconocer las partes que deben ser tratadas como mito. Más que de hipocresía, uno tiene que pensar en un pensamiento autocontradictorio o en una especie de bloqueo mental.

    El caso de A. A. V. no es único y no será el último. El carácter reaccionario y oscurantista del pontificado de Benedicto XVI quizá sirva de catalítico para multiplicarlos. Los no creyentes no podemos ignorar que la Biblia es una fuente de inspiración para millones de personas, y eso no va a cambiar pronto. Aun cuando no nos afecte personalmente, la existencia de creyentes rebeldes de alto perfil y con una dosis —por muy pequeña que sea— de sensatez e integridad intelectual es un progreso para toda la sociedad.

    sábado, 13 de marzo de 2010

    Ariel Álvarez Valdés pide excusas por Dios

    Llega a mi vista un artículo de un “destacado biblista y teólogo” que se dedica, con una pseudo-argumentación de muy baja calidad y francamente deshonesta, a salvar a su dios del descrédito que merece por no hacer absolutamente nada mientras miles de personas morían y miles de edificios (iglesias incluidas) se derrumbaban en los terremotos de Haití y Chile. El sacerdote católico Ariel Álvarez Valdés, de quien escribí hace tiempo cuando fue censurado por el Vaticano, parece haber aprendido la lección, aunque no le sienta bien. no ha aprendido la lección ha vuelto a las andadas.

    Álvarez Valdés comienza planteando el dilema de Epicuro, que bien vale la pena repetir, sobre la existencia del mal en el mundo:
    Epicuro decía: "Frente al mal que hay en el mundo existen dos respuestas: o Dios no puede evitarlo, o no quiere evitarlo. Si no puede, entonces no es omnipotente. Y si no quiere, entonces es un malvado". Cualquiera de las dos respuestas hacía trizas la imagen de la divinidad.
    El teólogo primero reconoce que el dilema no ha podido resolverse —¡pero dice que Epicuro no quería probar con él la inexistencia de Dios!— e inmediatamente después ofrece la solución que acaba de decir que no tenía, o más bien, una excusa. Pero antes aclara que “se debe evitar la tentación de atribuir el mal a Dios”. Esto a pesar de que Dios, en su versión bíblica, constantemente hace cosas horribles, y más aún, se arroga plenos poderes para ello. Hasta aquí hablamos de coherencia textual solamente (y ya sabemos que la Biblia es de todo menos coherente). En el mismo párrafo, sin embargo, Álvarez Valdés empieza a mostrar deshonestidad lisa y llana:
    En efecto, por nuestra culpa muchos de los cataclismos naturales que padecemos afectan sobre todo a los más pobres. Porque donde ellos viven las casas están peor hechas, existen menos hospitales, hay menos médicos, menos bomberos, menos recursos, y menos prevención. Además, muchos terremotos, inundaciones y catástrofes tienen un origen en la irresponsable actitud del hombre, que viene destruyendo incesantemente la naturaleza. Por eso culpar a Dios de estos sucesos resulta insensato.
    Los cataclismos naturales afectan más a los más pobres (en general), es cierto. Pero ni la persona más rica del mundo está a salvo de un cataclismo natural suficientemente potente, o de cualquier otro tipo de muerte accidental, para el caso. La segunda parte de la excusa es de una ignorancia terrible, que remite a los pseudo-ecologistas y a los conspiranoicos del HAARP. Los terremotos no son causados por la “irresponsable actitud del hombre”. La única forma de inducir un terremoto es haciendo explotar una bomba termonuclear en medio de una falla geológica. No hay forma directa y actualmente factible de inducir un huracán, un deslizamiento de tierras o una erupción volcánica. Desde luego, había catástrofes naturales antes de que el hombre fuera la especie dominante del planeta, y mucho antes de que el hombre existiera.
    Además, si hay algo que Jesús ha dejado en claro es que Dios no manda jamás los males al hombre. Ya en el primer sermón que pronunció en su vida, llamado el sermón de la montaña, enseñaba que Dios "hace salir el sol sobre buenos y malos, y llover sobre justos e injustos". Es decir, Él sólo manda el bien incluso a los pecadores.
    Esto significa lo que significa: no que Dios es bueno, sino que es indiferente. La maquinaria del mundo funciona independientemente de los aspectos morales.
    Para enseñar esto adoptó una metodología muy eficaz: comenzó a curar a todos los enfermos que le traían, y les explicaba que lo hacía en nombre de Dios, porque Él no quiere la enfermedad de nadie. […] Incluso un día sus discípulos vieron a un ciego de nacimiento, y le preguntaron: "Maestro, ¿por qué este hombre nació ciego? ¿Por haber pecado él, o porque pecaron sus padres?" (Jn 9,1-3). Y Jesús les explicó que nunca las enfermedades son enviadas por Dios, ni son castigos por los pecados.
    Lo que Jesús dijo en esa ocasión fue: “Ni él pecó, ni sus padres, sino que esto sucedió para que la obra de Dios se hiciera evidente en su vida.” Es decir, Dios hizo (o permitió) que el hombre fuera ciego durante toda su vida hasta que Jesús lo encontró, para que Jesús pudiera entonces hacer un milagro. El ciego no fue castigado; fue sólo un instrumento, el conejo de la galera de Dios. Está bien claro y no hay teología que valga.
    En otra oportunidad vinieron a contarle que se había derrumbado una torre en un barrio de Jerusalén y había aplastado a 18 personas. Y Jesús les aclaró que ese accidente no era querido por Dios, ni era castigo por los pecados de esas personas, sino que todos estamos expuestos a los accidentes y por eso debemos vivir preparados (Lc 13,4-5).
    Este pasaje no dice en realidad nada sobre lo que Dios quiere o la causa del derrumbre ni sobre la preparación que debemos tener. (Es decir, Álvarez Valdés miente, y miente literalmente sobre la Biblia.) El propósito de Jesús es hacer entender a sus discípulos que Dios no castiga en este mundo sino en el otro.

    Y después viene el razonamiento más ridículamente, más obviamente falaz que he leído de la pluma de uno de estos pseudo-académicos que se hacen llamar estudiosos de Dios:
    En realidad el enigma del filósofo griego está mal planteado. No podemos decir que "Dios no puede impedir" el mal que hay en el mundo. Lo correcto es decir que "es imposible que no haya mal". ¿Por qué? No porque sea un misterio, como se responde a veces cuando se quiere evadir la cuestión y dejarla en penumbra para evitar una supuesta crítica a la actuación divina. No. El mal no es un misterio. Es inevitable, sencillamente.
    O sea, el mal existe porque no puede no existir. Y no puede no existir porque… ¿por qué? Porque el mal es una imperfección. Si no hubiera mal, el mundo sería perfecto. Y lo único perfecto que existe es Dios. Dios no podría haber creado un mundo perfecto, libre de mal, porque… ¿por qué? Bueno, porque… porque… porque Dios lo creó así, y después no lo pudo cambiar, ¿cómo va a cambiar Dios su propia creación?

    La cosa sigue y sigue así; es completamente coherente y completamente tautológica, circular, autorreferente y cerrada en sí misma; un “argumento” perfecto, incontaminado de realidad; como toda la teología, no necesita ser verificable ni sensata, porque le basta arrojar sobre la mesa al gran comodín, Dios, para que cualquier cosa pueda querer decir cualquier cosa, a gusto del argumentador.

    ¿Por qué me molesto en analizarlo? No sé. Será porque a veces cansa que los charlatanes tengan tanta prensa…

    P.D. (15 de marzo): Ariel Álvarez Valdés acaba de dejar los hábitos, al no aceptar la censura que le había impuesto el obispo de Santiago del Estero.

    miércoles, 10 de marzo de 2010

    Segundo Congreso Nacional de Ateísmo y el Bus Ateo en Mar del Plata

    Como he estado ocupado y sigo estándolo, me olvidé de dar un par de buenas noticias. Como bien dicen, una imagen vale más que muchas palabras.


    El segundo Congreso Nacional de Ateísmo de Argentina se celebrará los días 2, 3 y 4 de abril (sí, Semana Santa) en Mar del Plata, provincia de Buenos Aires, en la costa atlántica. Y desde principios de marzo (aunque sólo por este mes) la edición local del Bus Ateo está circulando por las calles de esa ciudad con el lema “Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta la vida.

    Para quienes tengan Facebook, la página del Congreso tiene información al instante; se puede confirmar asistencia en la página del evento. Allí y en la página oficial del Congreso también hay posters promocionales y links a la cobertura de prensa del evento.

    Mi compañera y yo vamos a asistir. Si alguno de los lectores de Alerta Religión va para allá también, nos gustaría conocerlos, así que avisen.

    martes, 9 de marzo de 2010

    Vuelvo pronto

    Con el paso del tiempo, este blog ha ido evolucionando desde una plataforma de noticias y denuncias hacia algo un poco más variado, incluyendo comentarios más largos sobre temas generales. Quienes lo siguen desde hace tiempo seguramente lo habrán notado, como habrán visto que las alertas diarias han dejado lugar a posts cada dos o tres días, si acaso.

    Escribo esto para formalizar. Alerta Religión va a publicarse con menor frecuencia a partir de ahora, no de forma programada o premeditada sino porque simplemente hay temas que se han tratado tantas veces que ya no son noticia. Nunca quise que Alerta se transformara en una mera repetidora, y hace un tiempo tampoco me gusta que se vea como una especie de megáfono para la rabia que —con todo derecho, aclaro— siento como escéptico, como racionalista y como ser humano más o menos decente ante las barbaridades y los abusos de los fanáticos religiosos.

    El tiempo no empleado en postear alertas diarias no va a ser desaprovechado. Aunque no puedo garantizarlo, me propongo publicar ensayos más elaborados y comentarios sobre temas de religión y espiritualidad que nos afectan como sociedad (de los cuales ya se han visto algunos aquí). Eventualmente tengo la intención de reunirlos y, quién sabe, publicarlos en un formato más legible que un blog, que por su naturaleza es efímero.

    Muchas gracias por su atención. Y recuerden, si les interesa, seguir invitando a sus conocidos a conocer Alerta Religión.

    viernes, 5 de marzo de 2010

    Celibato, pedofilia, y el llamado divino

    La sección Cartas de lectores del diario La Capital, de Rosario, se transforma a veces en un lento foro de debate. Entre una mayoría de cartas de queja contra un gobierno o una empresa de teléfonos, de agradecimiento a un equipo de médicos o a un taxista que devolvió una billetera extraviada, se pueden encontrar intercambios sobre religión, como éste que detallo aquí.
    Se trata de un debate de siempre, que el otro día dábamos aquí en los comentarios de mi traducción de aquella nota sobre el reporte de los niños abusados sexualmente por sacerdotes y monjas en Irlanda. ¿Es el celibato la causa o el disparador de la pedofilia en los sacerdotes católicos? ¿Es el celibato antinatural, aberrante? ¿Es elegido libremente? ¿Por qué un hombre elige ser sacerdote? ¿Por qué, una vez tomada la decisión, no puede mantener sus votos? ¿Dios se equivoca al llamar a su servicio a los hombres? ¿Se debe esperar más de los sacerdotes que los demás?

    Que estas cartas de ida y vuelta sirvan de punto de partida para pensar qué les ocurre a los sacerdotes y qué debería hacer la institución que los cobija, aparte de culpar a los culpables cuando ya es tarde.

    jueves, 4 de marzo de 2010

    Religiosidad popular

    Cosas que llegan a mis manos. Teología de la prosperidad, curaciones milagrosas, simonía y videncias por encargo, todo en uno. Click para agrandar.

    miércoles, 3 de marzo de 2010

    Un cura acosador y abusador cerca de casa (A177)

    Que hay curas abusadores sexuales ya es cosa sabida, y que la Iglesia los protege, también. Que los sacerdotes también abusan de su autoridad en las parroquias y escuelas confesionales que regentean es archisabido. Que esto ocurra cerca de uno, sin embargo, sigue siendo impactante. Tal es el caso de Reynaldo Narvais, ex párroco de Nuestra Señora de Pompeya, en el barrio Belgrano de la ciudad de Rosario, Argentina.

    Narvais, hasta no hace mucho párroco y representante legal de la escuela adjunta a su iglesia, acosó sexualmente a varios miembros de su comunidad, incluyendo una joven menor de edad con discapacidad mental y una maestra. Algunas de las víctimas no hablaron antes porque tenían miedo de perder sus empleos. De todas formas, parece que estos sucesos eran un secreto a voces. Los rumores provocaron una investigación de parte de su congregación, los Canónigos Regulares de Letrán. El resultado: a Narvais se le impuso un año sabático, realizar un tratamiento psicológico y no ejercer funciones de sacerdote. La orden pagó 200.000 pesos (que por entonces equivaldrían a unos 65.000 dólares) a una de las víctimas, en un arreglo extrajudicial. A Narvais lo pasearon por distintos destinos de la Iglesia, de donde una y otra vez tuvo que retirarse cuando las respectivas comunidades se enteraban de su catadura moral.

    Esto ocurrió a finales de 2008. A las otras víctimas no se les dio nada, ni se les reconoció nada. El sacerdote, aunque aceptó los “castigos”, negó todo. Así fue hasta que el sábado pasado, el diario local La Capital publicó una nota donde se narraba el caso. Los diarios nacionales tomaron la noticia. El lunes La Capital publicó Reconocen casos de acoso sexual de un sacerdote en un colegio religioso como nota de tapa, reportando que otro sacerdote de la parroquia había dado un breve discurso de contrición y perdón antes de la misa del domingo. Un nuevo cura párroco ya llegó y asumirá pronto, mientras que de Reynaldo Narvais sólo se sabe que quizá sea enviado a Europa, a alguna casa de la orden, para que medite sobre sus pecados. Business as usual, diríamos, o quizá the show must go on. El show del abuso, la vista gorda, el silenciamiento y finalmente el perdón inútil y tardío por lo que nunca debió suceder.

    José Luis Mollaghan, arzobispo de RosarioEl mismo lunes, no obstante, una fiscal tomó el caso y lo presentó a la justicia. La denuncia mediática y judicial, de todas formas, no se sostendrá a menos que alguna de las víctimas presente cargos efectivamente. Aunque La Capital no pudo obtener una sola palabra del arzobispo José Luis Mollaghan, éste terminó por reconocer que las acusaciones son “verosímiles” en un programa de radio, según publicó Rosario3. Mollaghan dejó en claro que la única preocupación de la Iglesia es zafar: sabiendo lo que ocurría por denuncias de más de veinte personas que se acercaron a charlar con él, no lo denunciaron “porque la denuncia la deben hacer las víctimas”, y porque además la Iglesia “tiene un derecho propio” que le permite juzgar con sus propias reglas a los sacerdotes.

    El tema del abuso sexual clerical no es uno que toque con frecuencia en este blog. Me parece que el que un sacerdote o cien sean abusadores no es evidencia de que su religión sea mala. Abusadores hay en todas las profesiones y órdenes de la vida. Decir que soy ateo o que estoy contra la religión por esto es irracional, un non sequitur. ¿Por qué entonces ahora escribo? Porque el problema aquí no es el abuso sexual. Es el abuso de la confianza y de la autoridad que sólo pueden permitirse los que, por una razón que no entiendo, son respetados sin condicionamientos por quienes los rodean, como seres superiores o inmunes a crítica. Y es la criminalidad implícita en una organización que promueve el secreto, el silencio ante los crímenes, la preservación a toda costa de la imagen santa de una iglesia que dista mucho de serlo.

    Si la Iglesia Católica tuviera como política, desde las altas esferas vaticanas hasta las comunidades parroquiales del Tercer Mundo, la tolerancia cero hacia quienes manchen la investidura sacerdotal con un crimen como el abuso sexual, estos casos no ocurrirían con tanta frecuencia. En cambio, la Iglesia se defiende corporativamente de forma explícita. Y en las comunidades parroquiales y los colegios confesionales rige un pacto de silencio y de complacencia. Quienes hemos sido católicos practicantes alguna vez sabemos que los curas en las parroquias de ciudad son amos y señores. Que pueden tener mujeres e hijos sin que nadie se atreva a reprochárselos en la cara, por miedo a ser desacreditados y expulsados de la comunidad. Que pueden casi literalmente robar de la canasta de la colecta para darse lujos, que pueden desfalcar, que pueden darse la gran vida, recibir y guardarse regalos suntuosos, si su comunidad es más o menos rica. Que pueden dar misa tarde, o no dar misa cuando no les viene en gana. Que pueden hacer de todo siempre que sean discretos, e incluso sin ser discretos; que el obispo o arzobispo harán la vista gorda o acallarán las quejas que puedan llegarles, salvo que por sus propias razones quieran perjudicar al cura. No es que todos los curas hagan estas cosas; pero la mayoría pueden hacerlas.

    Y todo esto es posible porque la religión católica, como casi ninguna otra, marca una división clara entre laicos y clérigos, y los coloca en una jerarquía. En otras sectas cristianas se espera que el pastor sea al menos carismático, o que tenga un rudimentario grado de erudición bíblica, y si bien existe el servilismo y la obsecuencia, no hay una pirámide autoritaria ni una tradición de obediencia pesando sobre el creyente. El catolicismo, en cambio, es verticalista y jerárquico, con los laicos al fondo. No necesariamente por leyes escritas pero sí por tradición, el feligrés no debe dudar del sacerdote, y debe recordar siempre que aquel que ve ante sí no es sólo un hombre sino también un elegido de Dios; no un santo, pero sí alguien místicamente más cerca de la santidad que un laico. La natural tendencia humana a buscar líderes y a relajar la voluntad hacen el resto.