sábado, 4 de junio de 2011

Sobre Jérôme Lejeune

En InfoCatólica me crucé con una entrevista a Clara Lejeune-Gaymard, hija del Dr. Jérôme Lejeune (1926–1994), notable por su descubrimiento de la correlación entre ciertas enfermedades y anormalidades cromosómicas, y en especial la trisomía del cromosoma 21 como causante del síndrome de Down. Las palabras de la hija me inspiraron curiosidad por la figura del padre: por un lado un científico distinguido, con aportes importantísimos a la medicina; por otro, un católico recalcitrante, fanático luchador contra a los derechos reproductivos, promocionado por la maquinaria propagandística de la Iglesia casi como un mártir por la causa “pro-vida”.

Si debemos creerle a la hagiografía —y la palabra, por una vez, no es del todo figurativa: Lejeune está en proceso de beatificación— el buen doctor iba con paso firme camino al Premio Nobel hasta que se atrevió a hablar contra la cultura de la muerte y a favor de los “seres humanos tempranos”. Esto es perfectamente posible (el comité del Premio Nobel no es, ni por asomo, política o religiosamente neutro), pero no estaría de más examinar lo que verdaderamente proponía Lejeune y cómo utilizaba su autoridad científica para sustentar opiniones que excedían considerablemente lo que la ciencia puede afirmar sobre la condición humana.

Lejeune estaba, por supuesto, en contra del aborto; su postura se vio en entredicho especialmente cuando en su Francia natal se debatió y se aprobó (en 1975) la ley que permitía el aborto en caso de enfermedad incurable del producto de la concepción o riesgo serio para la madre. También estaba en contra de la fertilización in vitro; en un testimonio judicial como experto en Estados Unidos se refirió al recipiente donde se almacenan embriones congelados como concentration can (“lata de concentración”), haciéndose eco del desagradable paralelo, favorito de los fanáticos cristianos, entre el Holocausto y la práctica del aborto. (No deja de ser irónico que la ministra de salud que logró la aprobación de la ley de aborto, Simone Veil, fuera sobreviviente de Auschwitz, además de una gran luchadora por los derechos reproductivos. Me pregunto qué le hubiera dicho esta mujer a los desgraciados que la comparan con una nazi por el “crimen” de no supeditar la salud y la vida de millones de mujeres a la metafísica cristiana.)

En el mismo juicio Lejeune proclamó: “Tan pronto como ha sido concebido, un hombre es un hombre”, y también, dirigiéndose a quien lo interrogaba: “En cuanto se refiere a su naturaleza, no veo diferencia entre la persona temprana que usted era al momento de la concepción y la persona tardía que es ahora.” Esto es una idea monstruosa: su corolario es que si hay que elegir entre la vida de un cigoto (unas pocas células, sin órganos diferenciados, sin percepciones, sin consciencia) y la mujer que lo aloja en su útero, la elección no es inequívocamente a favor de la mujer. De hecho, los católicos no aceptan siquiera la versión más restringida del aborto terapéutico, que se da si a causa del embarazo corre riesgo la vida de la madre; en su visión del mundo, la madre debería ofrecer su sufrimiento y su muerte a Dios antes que abortar a su “niño no nacido”. (En Argentina es ya rutinario que ONGs o particulares católicos, con apoyo más o menos ostensible de la jerarquía eclesiástica, interpongan recursos judiciales o maniobras dilatorias para impedir esta clase de abortos, casi los únicos no punibles en nuestra ley.)

En la entrevista a su hija, Clara Lejeune-Gaymard se despacha con un argumento tan común como incorrecto, que vuelve a lo mismo que comentábamos arriba:
Cuando eres médico has jurado el Juramento Hipocrático de no hacer daño. Y él siempre decía que el respeto a la vida no tenía nada que ver con la fe, aunque, por supuesto, está en la fe el respetar la vida. Por eso fue tan odiado por los partidarios del aborto. Era difícil luchar contra él porque sus argumentos eran de base científica. […] La vida comienza en el mismo instante de la concepción cuando los genes de la madre y los del padre se unen para formar un nuevo ser humano que es absolutamente único. Todo el patrimonio genético está ya allí. Es como la música de Mozart en la partitura. La vida entera está ya ahí.
El recurso al famoso juramento hipocrático es tan manido que debería existir una ley retórica contra él. Lo cierto es que ningún médico se opone a eliminar tejidos extraños o parásitos del cuerpo de un paciente, y un cigoto no es otra cosa que eso, más allá de que tenga ADN humano y la potencialidad de desarrollarse. Es curioso: los creyentes suelen tildar de “reduccionista” al materialismo, que reduce todo a mera física y química, pero cuando les toca argumentar a favor de su idea de que un amasijo de células indiferenciadas es una persona, caen en el reduccionismo grosero de decir que dicho conjunto de células es un ser humano completo porque su ADN es único (¿y los gemelos idénticos?). La hija de Lejeune ni siquiera se da cuenta de lo torpe de su analogía. La música de Mozart no está en la partitura. De hecho, la música de Mozart no está en ninguna parte; no es un objeto sino un proceso. Como nosotros. Los tres primeros compases de una sinfonía, aunque en ellos ya se pueda adivinar el ritmo, el tema y la melodía, no son la sinfonía; un cigoto, un embrión, no son una persona.

Pero nosotros tampoco somos exactamente como una sinfonía, porque aunque mucho de nosotros está predeterminado por nuestro ADN, otra gran parte de nuestra vida depende de factores absolutamente extraños a nuestros genes o su expresión fenotípica, impredecibles; tenemos un plan maestro de nuestro cuerpo, pero no existe un plan maestro para nuestras vidas como seres inteligentes y autoconscientes. Sospecho que Jérôme Lejeune tampoco estaría de acuerdo con esto último. Para él, como para todos los católicos, no somos dueños de nuestra vida, de nuestro cuerpo ni de nuestro destino: todo es de Dios, para que Él haga con nosotros lo que le plazca.

2 comentarios:

  1. Comentar que el juramento hipocrático ha sido cambiado precisamente para permitir el concepto del aborto, por la comunidad médica mundial. Y es que desde Hipócrates ha corrido mucho y hemos tenido que cubrirnos de las falacias de los hipócritas.
    ;)

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  2. Francovillanueva200926 de agosto de 2012, 1:21

    No estoy a fabor del aborto pero estoy a fabor al libre alvedrio  y pienso que 
     Jérôme Lejeune era un no creyente con el testimonio de su hija (
    Cuando eres médico has jurado el Juramento Hipocrático de no hacer daño. Y él siempre decía que el respeto a la vida no tenía nada que ver con la fe) su hija
    Clara Lejeune-Gaymard que razon tenia para decir tal testimonio aserca de su padre la unica razon que eya tenia es decir la verdad que desgraciadamente no fue muy bien tomada por los catolicos yo creo que 
    Lejeune estaba en contra del aborto y busco el apollo de la iglesia catolica y la frase (
    no somos dueños de nuestra vida, de nuestro cuerpo ni de nuestro destino: todo es de Dios, para que Él haga con nosotros lo que le plazca) no estoy totalmente deacuerdo con esa frase existen como entre 800 y 850 dioses y diosas y todos han tenido creyentes que han dicho que son reales sus dioses pero la crudad verdad es que el verdadero Dios sera el que tenga  creyentes con mas bombas y armas solo el progreso destruira tu religion y evitara gerras futuras y porcierto decir que tu Dios puede aser contigo lo que se le plazca los creyentes de los antiguos Dioses decian lo mismo es un pensamiento demasiado religioso y anticuado y al decir anticuado me refiero a la edad media y la era de bronce y etc

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