miércoles, 8 de julio de 2009

Laicidad a la católica

Ésta no es una alerta sino algo para tener en cuenta. Resulta que, dejados atrás (afortunadamente) los tiempos en que la imposición de la religión a través del matrimonio de Iglesia y Estado era la regla antes que la excepción, el catolicismo busca intervenir de maneras más insidiosas, reinventando sutilmente las definiciones de laicidad y de libertad religiosa.

Siguiendo esta premisa se crea el portal e-LibertadReligiosa.net, que bajo el feliz título presenta una serie de artículos bastante inocuos y objetivos sobre las persecuciones que experimentan los creyentes en el mundo, especialmente en los estados islámicos y bajo otros regímenes políticamente opresivos, pero adicionando otros, como el que motiva este post, con la intención de legitimar ideas como la "laicidad positiva" y el supuesto valor intrínseco de la fe religiosa para la sociedad.
La política tiene que velar por la promoción del bien común de la comunidad. A su vez, la religión encauza la profunda inclinación que el hombre experimenta hacia Dios, para conocerle, adorarlo y vivir conforme a sus designios. Cada una en su ámbito, sin mezclas ni indebidas interferencias, aunque abierta una a la otra, pueden contribuir a la plena realización personal y social.
La tesis de que el hombre "experimenta una profunda inclinación hacia Dios" es, por supuesto, falsa, aunque desde el punto de vista de los teólogos recalcitrantes se puede ver por qué se mantiene esta idea. Para el creyente, el deseo de comprender el mundo, el ansia de trascender lo cotidiano y mundano, la búsqueda (ésa sí natural y universal) de verdades-guía, es señal de una búsqueda que termina en Dios o bien fracasa. ¿Cuántos ateos nos hemos visto enfrentados a esta distorsión de nuestro propio pensamiento? Para muchos creyentes, los ateos somos almas que se han perdido en el camino hacia Dios, o que hemos resuelto (contra nuestros propios intereses) ir hacia otro lado.

La ficción de que la política y la religión puede ser independientes y a la vez "abiertas una a la otra" también es un tópico que se ha vuelto común desde que la Iglesia Católica dejó de ser la religión de jure y de facto de los imperios y de los estados modernos occidentales. Antes de eso, y hasta no hace mucho, tal afirmación de independencia era cierta sólo cuando la jerarquía eclesiástica deseaba librarse de responsabilidades como (por ejemplo) la de encarcelar a los inmorales y la de ejecutar a los herejes.
Laicidad significa, por un lado, una consideración positiva del fenómeno religioso, y por otro, cierta neutralidad e incompetencia del Estado en materia específicamente religiosa. Haciendo una comparación, podemos decir que el Estado puede y debe promover y alentar la práctica deportiva, pero no le corresponde ser aficionado de ningún equipo en concreto. Laicidad significa también que el Estado protege ampliamente la libertad religiosa tanto en su dimensión personal como social, pero no impone coactivamente, a través del derecho, ninguna verdad específicamente religiosa, sino que funda el orden jurídico en las verdades morales naturales.
¡Poca cosa! Los dirigentes de los clubes de fútbol no tienen prerrogativas especiales. Los equipos de fútbol y los estadios deportivos pagan impuestos. Los sueldos de los jugadores se pagan con lo que se recauda por la asistencia a las canchas, por los derechos de televisación, y por las cuotas sociales. La práctica deportiva es considerada en general como un bien social, pero hay deportes y deportes: el Estado no suele fomentar la práctica de deportes de riesgo, y no debería, en principio, fomentar la práctica de deportes que excluyan arbitrariamente a ciertos grupos de la población.

La última frase es un paradigma de lo tramposo que puede ser el lenguaje del lobby religioso. ¿Qué son esas famosas "verdades morales naturales"? Nada más y nada menos que las doctrinas de la Iglesia Católica, ¿qué más si no? Por su propia definición, la Iglesia es la depositaria única de la verdad, que los que estamos fuera de ella sólo podemos ver imperfectamente, y eso sólo porque Dios las ha hecho "naturales". Bajo esta concepción, el Estado no puede sino dictar leyes que coincidan con la doctrina católica; de lo contrario, le falla a los ciudadanos y va literalmente contra natura. El Estado, dice esta idea, no puede decidir que los homosexuales son ciudadanos normales o que los comunistas tienen derecho a ser un partido en las elecciones: no puede decidirlo porque Dios ya ha decretado que la homosexualidad es abominable y que la doctrina comunista sobre la propiedad privada es contraria a Su orden. El Estado, en fin, tiene que respetar formulaicamente a todas las religiones pero obedecer a la Iglesia Católica.

De hecho, la "laicidad positiva" equivale a mantener intocados los privilegios de las religiones por sobre otras asociaciones de personas (y de la religión históricamente dominante sobre las otras), y la "libertad religiosa" equivale a una dispensa legal para propagar doctrinas discriminatorias de todo tipo. "Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" es una petición de principio: si Dios existe y su religión no puede ser relegada a la esfera privada sino que tiene que involucrarse en la vida pública, entonces todo es patrimonio de Dios; y si el César (el Estado) está por fuerza sujeto a las "verdades morales naturales", entonces al César no le corresponde nada más que un respeto subsidiario. Cuando San Pablo alentaba a los ciudadanos a no rebelarse contra la autoridad y a los esclavos a permanecer obedientes a sus amos, no quiso decir otra cosa que esto. El orden establecido proviene de Dios (el César es de Dios)... o bien los autonombrados representantes de Dios en la Tierra ya nos avisarán.

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