sábado, 1 de agosto de 2009

Caritas in veritate

Según el cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de Estado del Vaticano, la última y muy alabada encíclica de Benedicto XVI "se dirige a creyentes y no creyentes". Así las cosas, con las lógicas dudas del caso, me dirigí al sitio web oficial de la teocracia papista para leer la Caritas in veritate. Lamentablemente, mi intento de lectura lineal y completa no pasó de los dos primeros parágrafos, cargados de esa almizclada autocomplacencia dialéctica que es la teología.

Para simplificar mi trámite, por lo tanto, puse a prueba al cardenal Bertone buscando en el extenso documento las expresiones "no creyente", "ateísmo", "ateo" y "laicismo". Hecho esto, copié los parágrafos donde aparecían, y los he reproducido (con cierta edición) aquí abajo, para luego comentarlos. Aliento a los lectores a opinar.

Primero tenemos el libelo estándar contra el laicismo, al cual se acusa de ser una ideología programada por el estado para promover el ateísmo y suprimir la libertad religiosa. No sólo eso: el laicismo ¡es enemigo del desarrollo de los pueblos!
29. Hay otro aspecto de la vida de hoy, muy estrechamente unido con el desarrollo: la negación del derecho a la libertad religiosa. […] [A]demás del fanatismo religioso que impide el ejercicio del derecho a la libertad de religión en algunos ambientes, también la promoción programada de la indiferencia religiosa o del ateísmo práctico por parte de muchos países contrasta con las necesidades del desarrollo de los pueblos, sustrayéndoles bienes espirituales y humanos. Dios es el garante del verdadero desarrollo del hombre en cuanto, habiéndolo creado a su imagen, funda también su dignidad trascendente y alimenta su anhelo constitutivo de «ser más». […] Si el hombre fuera fruto sólo del azar o la necesidad, o si tuviera que reducir sus aspiraciones al horizonte angosto de las situaciones en que vive, si todo fuera únicamente historia y cultura, y el hombre no tuviera una naturaleza destinada a transcenderse en una vida sobrenatural, podría hablarse de incremento o de evolución, pero no de desarrollo. Cuando el Estado promueve, enseña, o incluso impone formas de ateísmo práctico, priva a sus ciudadanos de la fuerza moral y espiritual indispensable para comprometerse en el desarrollo humano integral y les impide avanzar con renovado dinamismo en su compromiso en favor de una respuesta humana más generosa al amor divino. […]
Aclaremos un punto antes que nada: el ateísmo práctico, en su sentido más común, no puede ser enseñado o impuesto. El ateísmo práctico, que significa vivir "como si Dios no existiera" (etsi Deus non daretur, según la expresión latina), es una forma de indiferentismo religioso, y si alguien lo ha alentado es la propia religión católica, con su hipocresía, su desconexión con los asuntos modernos y su ritualismo sin sustancia. Ningún estado en el planeta (salvo un par de dictaduras comunistas) alienta a sus ciudadanos a actuar asumiendo explícitamente la inexistencia de Dios; los estados laicos formalmente obligan a sus funcionarios a evitar la presunción de Dios en cuestiones públicas, siendo como es la religión un tema divisivo. Benedicto XVI sabe perfectamente que laicidad estatal no significa imposición del ateísmo, pero confunde los términos con intención.

Los países más desarrollados del planeta tienen estados estrictamente laicos (Estados Unidos), o bien un nivel de religiosidad pública de tal carácter e intensidad que la cuestión no se plantea (Europa del norte, especialmente los países escandinavos). Si buscamos países donde la población es sumamente religiosa y/o el estado está íntimamente mezclado con la religión, encontraremos sólo teocracias y países pobres.

La última frase es lisa y llanamente un insulto a todos los no creyentes y a los creyentes que han elegido luchar por la laicidad: es una reafirmación de la idea de los fanáticos religiosos de toda clase que proclaman que debemos creer en Dios para ser seres humanos integrales.
56. La religión cristiana y las otras religiones pueden contribuir al desarrollo solamente si Dios tiene un lugar en la esfera pública, con específica referencia a la dimensión cultural, social, económica y, en particular, política. […] La negación del derecho a profesar públicamente la propia religión y a trabajar para que las verdades de la fe inspiren también la vida pública, tiene consecuencias negativas sobre el verdadero desarrollo. La exclusión de la religión del ámbito público, así como, el fundamentalismo religioso por otro lado, impiden el encuentro entre las personas y su colaboración para el progreso de la humanidad. La vida pública se empobrece de motivaciones y la política adquiere un aspecto opresor y agresivo. Se corre el riesgo de que no se respeten los derechos humanos, bien porque se les priva de su fundamento trascendente, bien porque no se reconoce la libertad personal. En el laicismo y en el fundamentalismo se pierde la posibilidad de un diálogo fecundo y de una provechosa colaboración entre la razón y la fe religiosa. […]
Este Benedicto tiene una pluma muy afilada. ¿Vieron cómo asoció retóricamente laicismo y fundamentalismo?

Sobre el asunto de los derechos humanos hay una discusión subyacente, que tiene que ver con la visión de Paolo Flores d’Arcais que comenté en otro post: el ateo puede considerar a los derechos humanos como meros derechos cívicos, pero puede defenderlos como cuestiones irrenunciables aun si no hay una razón objetiva para ello, por un acto de "decisión pura"; de la misma manera, quien tiene fe puede encontrar en ella un fundamento inamovible para lo mismo. Pero hoy vemos que las sociedades laicas modernas son mucho más respetuosas de los derechos humanos que los estados confesionales de ayer y de hoy. Como en el caso del desarrollo económico, observamos que las teocracias y los estados donde una religión particular tiene lugar privilegiado en las leyes son sociedades divididas, con ciudadanos de primera y de segunda, y con grandes restricciones (formales e informales) a la libertad de expresión. O sea que, aun admitiendo que una fe religiosa puede ser necesaria para que algunos mantengan su compromiso con los derechos humanos, está claro que no es suficiente para eso, ni de cerca.

La postura oficial de la Iglesia es que el hombre necesita a Dios, que no es nada sin Dios, y que una sociedad sin Dios es una sociedad fallida. No parece gran cosa (desde el punto de vista del creyente, es obvio), pero entre sus corolarios indirectos está que las leyes que no se conforman con la doctrina de la "ley natural" católica son inválidas. Esta idea autoriza explícitamente la desobediencia civil (que, donde es posible, se disfraza de objeción de conciencia).
57. El diálogo fecundo entre fe y razón hace más eficaz el ejercicio de la caridad en el ámbito social y es el marco más apropiado para promover la colaboración fraterna entre creyentes y no creyentes, en la perspectiva compartida de trabajar por la justicia y la paz de la humanidad. Los Padres conciliares afirmaban en la Constitución pastoral Gaudium et spes: «Según la opinión casi unánime de creyentes y no creyentes, todo lo que existe en la tierra debe ordenarse al hombre como su centro y su culminación». Para los creyentes, el mundo no es fruto de la casualidad ni de la necesidad, sino de un proyecto de Dios. De ahí nace el deber de los creyentes de aunar sus esfuerzos con todos los hombres y mujeres de buena voluntad de otras religiones, o no creyentes, para que nuestro mundo responda efectivamente al proyecto divino: vivir como una familia, bajo la mirada del Creador. […]
O sea, que los no creyentes y los no católicos debemos aceptar como verdad la fe católica (y la doctrina emitida por el Papa, no importa lo repugnante que nos parezca) para ponernos de acuerdo en lo que el Papa predica y en que lo mejor para el mundo es vivir como Dios (es decir, como el Papa dice que Dios) desea que vivamos. Fabuloso. ¡Cuánta apertura!

La conclusión es:
78. Sin Dios el hombre no sabe adonde ir ni tampoco logra entender quién es. Ante los grandes problemas del desarrollo de los pueblos, que nos impulsan casi al desasosiego y al abatimiento, viene en nuestro auxilio la palabra de Jesucristo, que nos hace saber: «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5). […] Pablo VI nos ha recordado en la Populorum progressio que el hombre no es capaz de gobernar por sí mismo su propio progreso, porque él solo no puede fundar un verdadero humanismo. […] La disponibilidad para con Dios provoca la disponibilidad para con los hermanos y una vida entendida como una tarea solidaria y gozosa. Al contrario, la cerrazón ideológica a Dios y el indiferentismo ateo, que olvida al Creador y corre el peligro de olvidar también los valores humanos, se presentan hoy como uno de los mayores obstáculos para el desarrollo. El humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano. Solamente un humanismo abierto al Absoluto nos puede guiar en la promoción y realización de formas de vida social y civil —en el ámbito de las estructuras, las instituciones, la cultura y el ethos—, protegiéndonos del riesgo de quedar apresados por las modas del momento.

Y eso es todo. Algo podemos apreciar de Benedicto XVI: más allá de algunos artificios retóricos que sólo pueden funcionar si el lector es acrítico, crédulo y muy ignorante, el hombre tiene claro lo que quiere, y lo dice sin ambages. Si toda la Iglesia Católica fuera así, sería un digno enemigo para las fuerzas de la modernidad y el secularismo. Por supuesto, si tal nivel de coherencia en la pretensión de verdad fuera exigible e irrenunciable para ser miembro, la Iglesia quedaría reducida a un 5% de su tamaño actual, como mucho. En otras ocasiones Benedicto ha dado a entender que no le molestaría tanto un panorama así. La política, ay, impone otras obligaciones.

3 comentarios:

  1. Sólo gracias a usted consigo la paciencia para leer algo redactado por la ICAR. :)

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  2. No es que yo haya tenido mucha paciencia, Heli. :) Quise leerla porque la prensa católica se deshizo en alabanzas; parecía que Ratzinger había descubierto la solución a todos los problemas del planeta.

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  3. Yo no se para que los papas se la pasan escribiendo esas interminables y aburridas enciclicas que no agregan nada nuevo. A lo sumo sirven como perlas para ver como caen en vergonzosas contradicciones, como reivindicar los derechos humanos cuando anteriormente otros pontifices escribieron denostandolos. Lo mismo con la libre expresion. Y ni hablar de la esclavitud!!

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