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miércoles, 21 de abril de 2010

Homosexualidad y pedofilia en la Iglesia: el estudio John Jay (A180)

Dr. Richard Fitzgibbons
Cardenal Bertone tiene razón al vincular pedofilia con homosexualidad, dice experto psiquiatra en EEUU”, según la agencia (des)informativa católica ACI, citando a Richard Fitzgibbons, terapista matrimonial, vendedor de autoayuda para parejas, miembro de la asociación pseudocientífica de conversión de homosexuales NARTH, y médico a sueldo de la Congregación para el Clero, en referencia a las palabras de Tarcisio Bertone, Secretario de Estado vaticano. Estrictamente el titular no miente: Fitzgibbons dice precisamente eso, y lo apoya con datos del llamado “estudio John Jay”, realizado por el Colegio John Jay de Justicia Criminal de la Universidad de la Ciudad de Nueva York a partir de 2004 a pedido de la Iglesia de Estados Unidos.

El problema es que, al buscar en Internet las conclusiones de dicho estudio, lo primero que uno encuentra —en sitios católicos incluso— es que el estudio John Jay demostró exactamente lo contrario. De hecho, este trabajo que lleva años (y que no estará completo hasta finales de 2010) es de un valor incalculable, porque muestra que los abusos sexuales a menores no son más ni menos prevalentes en la Iglesia que en el resto de la sociedad, y documenta patrones cambiantes de conducta y de manejos políticos del tema de los abusos sexuales, permitiendo solucionar —si hubiese interés— esos problemas a futuro (ya que lo que diferencia a la Iglesia de los otros ámbitos donde se registran abusos infantiles no es la cantidad de los mismos sino, precisamente, la forma en que se manejan los casos).

Está claro que tal interés no existe en aquéllos que están ciegamente orientados a la defensa de sus prejuicios. Para los devotos editores de ACI las palabras de Bertone y de Fitzgibbons sirven para matar dos pájaros de un solo tiro: por un lado se le quita responsabilidad al aparato encubridor eclesiástico, y por el otro se castiga a los homosexuales, uno de los cucos preferidos del fanatismo religioso actual. Es de suponer que si esto hubiera ocurrido hace un par de siglos, la culpa habría sido achacada a criptojudíos (o cripto-protestantes) infiltrados en el clero.

Ante los hallazgos del estudio John Jay ha habido una variedad de reacciones. Por un lado, a muchos católicos homofóbicos no les ha caído nada bien que su iglesia, ya golpeada por el escándalo y los astrónomicos desembolsos necesarios para acallar a las víctimas, pagase dos millones de dólares por un estudio que terminó mostrando que sus prejuicios no tenían asidero y por tener que escuchar a una experta (una de verdad) explicando que —como todos los psiquiatras saben— no es lo mismo un adulto sano que mantiene relaciones homosexuales de mutuo consentimiento con otros adultos, que un adulto perturbado o perverso que fuerza o induce al sexo a menores de edad de su mismo sexo. Por otro lado, otros hablan del tema como de un “pánico moral” inflado y alimentado por los medios y por el anticlericalismo en general, y aprovechan las conclusiones del estudio para relativizar la incidencia de abusos sexuales a menores en la Iglesia con las excusas usuales: que abusadores hay en las familias, en las escuelas, etc., que los curas abusadores son una minoría, que los abusos son cometidos mucho más sobre jóvenes púberes que sobre niños (efebofilia), y que (otra vez) el problema no es el sacrosanto celibato sino la homosexualidad, y en particular la tolerancia a la homosexualidad en los aspirantes del seminario.

Para poner las cosas en claro:
  • No hay más abusadores sexuales en el clero que en la sociedad en general (en porcentaje).
  • La mayoría de los abusos sexuales clericales a menores son sobre niños (masculinos). Esto no indica una orientación homosexual del abusador sino que es resultado de su acceso preferente a niños varones. Dentro y fuera de la Iglesia es común que un varón adulto abuse de niños varones y a la vez mantenga relaciones sexuales normales con mujeres.
  • Hasta ahora no se ha comprobado que el celibato sacerdotal sea causa o coadyuvante de los abusos sexuales. Sin embargo, el celibato y otras formas de aislamiento social y sexual típicas de las instituciones eclesiásticas pueden contribuir a problemas psicológicos.
  • No todos los abusadores sexuales de niños son “pedófilos” en el sentido estricto. Algunos lo son, y muestran un patrón de abusos seriales, que son incapaces de detener sin ayuda. Otros son personas con problemas temporales de personalidad y sus víctimas son episodios escasos o únicos.
  • La Iglesia evidentemente no tiene la capacidad de detectar, contener y tratar a los abusadores sexuales en su seno, más allá de la voluntad (poco clara) que está mostrando el Vaticano ahora. Que se acepte la consultoría de profesionales como Fitzgibbons, que ponen la doctrina eclesiástica por delante de los hechos médicos, es prueba suficiente de esta incapacidad.
Que un pretendido experto diga las barbaridades que dice Fitzgibbons en el artículo de ACI es terrible, pero que a nadie se le ocurra contradecirlo es lo peor. Existe ya una “Internet católica” donde estas afirmaciones circulan como en un circuito cerrado, sin contaminarse de visiones contrastantes, y es posible para un creyente elegir exactamente lo que quiere oír. Esto produce cegueras verdaderamente chocantes. En uno de los comentarios de la nota se puede leer: “Mas claro ni el agua. Solo queda una duda: Y por que no detectan en el seminario que tienen tendencias homosexuales? Acaso 10 años de formacion-en promedio- no son suficientes? Y los compañeros seminaristas tampoco se dan cuenta? Necesitamos mejoras en el proceso de seleccion de los candidatos al sacerdocio.” ¿Para qué serviría —en el contexto de los abusos— erradicar a los curas homosexuales? ¿Para que los curas sólo abusen de niñas?

Tomás de Aquino tenía razón en una cosa al menos, al advertir: “Teme al hombre de un solo libro”, es decir, a quien toma toda su visión del mundo de una sola ideología y excluye lo demás. Hoy podríamos decir: “No confíes en los que leen siempre el mismo portal web de noticias”, aunque obviamente la frase del Aquinate es más elegante.

jueves, 25 de febrero de 2010

Mentiras católicas sobre la homosexualidad (A176)

Al parecer alarmados por la tendencia a eliminar la discriminación hacia los homosexuales que está —como quien dice— de moda en Latinoamérica (siendo Argentina, Uruguay y México ejemplos recientes) los jerarcas católicos y sus mercenarios están ocupadísimos produciendo justificaciones para su homofobia. Donde antes bastaba una bula o una encíclica, si acaso, o un par de amenazas de excomunión, ahora hace falta al menos fingir objetividad y un interés superior, por lo que el enfoque ha virado: se busca soporte científico y se emiten (como hace la esposa del pastor en Los Simpsons) desesperados grititos de “¿Alguien quiere por favor pensar en los niños?”.

Tal es la estrategia de otra repugnante pieza propagandística publicada por ACI donde reportan la presentación, en un simposio realizado en México, de un estudio que muestra que los niños adoptados por parejas homosexuales tienen tendencias suicidas y sufren de estrés. El simposio, desde luego, no fue tal sino una reunión de personas que comparten los mismos prejuicios y odios, y su objetivo no era discutir, debatir y llegar a conclusiones, como en un evento científico real, sino partir de conclusiones pre-hechas y publicar, bajo una pretensión de objetividad, los supuestos hallazgos que las confirman. Los convocantes son un grupo anti-homosexual que (entre otras cosas) entrena a terapeutas para tratar la Atracción al Mismo Sexo No Deseada, “patología” que no es reconocida por la psicología (otra cosa, aunque a veces se la confunda a propósito, es la disforia de género).
En este sentido se presentó el estudio "Investigación Relativa a la Paternidad y Adopción Homosexual" del profesor de Neuropsiquiatría y Ciencias del Comportamiento en la Escuela de Medicina de la Universidad de Carolina del Sur (EE.UU), George A. Rekers, que plantea que "las niñas y niños adoptados por parejas de lesbianas y homosexuales registran un mayor nivel de estrés al que ya de por sí les genera su condición de huérfanos o abandonados por sus padres biológicos" y que dicha situación "provoca en los menores diversos traumas y trastornos del comportamiento que incluso llegan a tendencias e intentos suicidas".
Dos puntos para empezar.
  1. Los estudios de adopción de niños por parte de parejas homosexuales son muy recientes y todavía bastante escasos. Por lo pronto, son muy pocos los lugares donde las parejas homosexuales tienen derecho a casarse y a adoptar hijos como tales. Sí hay estudios que demuestran que es una falacia la idea de que el niño “necesita un padre y una madre” para crecer como debe.
  2. Según el profesor Rekers (autor del estudio), la mayoría de los hijos de padres homosexuales reconocen haber “padecido fuertes emociones… al tratar de esconder, ante sus compañeros y familiares, la homosexualidad de su padre o madre”. El énfasis es del original y parece increíble que no se note la inferencia. ¿Cómo va a sentirse tranquilo un niño que tiene que negar constantemente la identidad de uno de sus padres? El problema no es del niño ni del padre, sino de la sociedad homofóbica que los rodea.
No hace falta ir mucho más lejos en la búsqueda de errores y distorsiones, porque basta con examinar las credenciales del autor.

George Alan Rekers es un conocido activista cristiano. En 1983 ayudó a fundar el Family Research Council, un lobby de la ultraderecha religiosa estadounidense que entre sus objetivos declarados tiene la ilegalización de la homosexualidad y la lucha contra toda legislación antidiscriminatoria que proteja a las personas LGBT. Rekers es miembro de NARTH, una organización pseudocientífica que pretende que la homosexualidad sea tratada como una enfermedad psicológica y ofrece tratamientos para “curarla” (de dudosa eficacia y muy cuestionable ética). Ha sido llamado a declarar como testigo experto en varios casos legales involucrando el tema de la adopción de niños por parejas gay, y en todos ha quedado claro que la objetividad científica está muy por debajo, en su lista de prioridades, de su ideología y sus creencias religiosas. La homosexualidad no pasa de padres a hijos (adoptados o biológicos), e independientemente de cómo se la considere, no puede “curarse”, excepto con técnicas que —cuando son efectivas, que no es siempre— dañan psicológicamente a la persona.

Un resumen de todo esto que acabo de escribir fue posteado como comentario en la nota de ACI a la que hago referencia. El moderador no lo publicó. Aunque en otras ocasiones me han publicado opiniones contrarias a la doctrina católica, parece que desenmascarar a un profesional inescrupuloso como Rekers, haciendo caer toda la argumentación anti-homosexual que depende de su estudio, era demasiado.